martes, 13 de enero de 2015

AMADOU NDOYE,ÁFRICA MÁS ALLÁ DEL TÓPICO

AMADOU NDOYE
ÁFRICA MÁS ALLÁ DEL TÓPICO

ED. BAILE DEL SOL. 2014

A veces bromeábamos con Amadou diciéndole que más que un estudioso ensayista, era la gran promesa de un novelista espectacular. El se reía, sonreía y decía: ¡eso no puede ser muchacho! Pero ninguno le creíamos porque su habilidad para enlazar y capitular relatos inverosímiles era la prueba irrefutable de que era un homo narrator.
-         ¿Cómo está Olga, cómo está Mariano, cómo está Pepín? – sonaba su voz inconfundible al teléfono.
            Al día siguiente ya estábamos comiendo los sabrosos manises tostados y macerando las hojas para hacer el bissap. Eran los cacahuetes con un sabor único, como los que vendía en cucuruchos el manisero de la canción. Con el mismo aroma de las canciones acubanadas y paternas de timbre inconfundible y el recuerdo de unas manos arrollando cucuruchos para con el pico divertir nuestros más alejados recuerdos de inviernos, laureles y charcos en la niñez de nuestros barrios.
-         ¿Cómo estáis los caballeros? Nos despertaba en aquellos días mágicos en su casa de la gran Medina, acercándose a la ventana del patio, mientras la nurse de sus hijos todavía pequeños, nos acercaba el desayuno.
            Y es que los sincronismos de la vida nos llevaron a coincidir con él en una entrevista radiofónica a principios de los ochenta. El era un perfecto desconocido y nosotros unos músicos atrevidos que compartimos la mesa del estudio, sin pensar que años más tarde nuestros caminos se encontrarían.
            Hasta tal punto esto fue así que he tenido la enorme suerte de presentar sus tres libros publicados por la emprendedora editorial Baile del Sol. Los  comentarios han sido unánimes, nuestro hombre en África nos ha ido desentrañando lo que una visión extraviada y llena de tópicos instalada en nuestra aculturación había propiciado.
            Se necesita clarificar muchas cosas, casi deconstruir como cita el prologuista de esta obra, y por ello una de las afirmaciones más reiteradas por Amadou Ndoye ha sido habitualmente la contenida en esta frase: el pasado africano de Canarias es mileranio, mientras que el pasado europeo de las islas sólo es centenario.  Y esto viene a colación en ese común pasado de esclavitud remota, colonialismo y aculturación en que Amadou Ndoye ha sido y continúa siendo un referente para la dicha deconstrucción de una identidad sumida exactamente igual que la africana, en el tipismo y en toda clase de tópicos padecidos por el hombre insular.
            Es de esperar y desear que los libros de Ndoye ocupen de forma definitiva el lugar que les corresponde en nuestro acervo cultural y si hace falta repetirlo habrá que hacerlo. Por su profundidad intelectual, por su calidad literaria expresada con acierto total en una lengua que además no es la suya materna, precisamente.
            De los variados ensayos que contiene este libro y para dejar intacta la curiosidad del futuro lector me centraré en tres de ellos: La presencia del bolero en Senegal, tema etnomusicológico que desarrolla con verdadera maestría antropológica, Las creencias africanas a ambos lados del Atlántico que recorre el tema del espiritismo y la magia en Canarias y África, y también Esas voces de narradoras y narradores senegaleses tan lejanas y tan cercanas.
            Comienzo por el tema musicológico porque éste es como dije al principio el que me llevó a entablar una relación epistolar con Amadou que se continuaría más tarde en diversos viajes al país africano en visitas a clubes de jazz, escuela de artes, aprendizaje de la kora y conocimiento de afamados músicos del continente como Papa Seck, Pap Niang, Baba Maal, Les Freres Guissé o Youssou N´dour. Y es que fue tal la insistencia por mi parte en este tema que a nuestro autor no le quedó otro remedio que escribir un artículo para el primer número de la revista El Vigía bajo el rótulo La Música africana. Él había escrito un texto de título Jazz y Literatura que había presentado y leído en Madrid y en Francia, pero que era largo como una tesis y nosotros necesitábamos algo más fresco y acorde al impacto de la música africana de aquellos momentos de finales de los ochenta cuando los sones de la salsa parecían menguar y la música étnica aflorar. Uno de los primeros nombres que aparece en este capítulo IV de África más allá de los tópicos es el de Johnny Pacheco, con quien precisamente tuve ocasión de departir largo y tendido en el camerino de la Plaza de toros en Santa Cruz de Tenerife durante el gran festival de salsa auspiciado por la tabaquera Coronas. Había regresado entonces de Senegal hacía pocas semanas y charlé con Johnny precisamente  de ello, de Papa Seck y su flauta travesera, de los ancestros isleños del propio Pacheco y hasta de los super equipos de sonido de ahora y sus conciertos multitudinarios en Nueva York con la cuarto parte de vatios.
            Johnny Pacheco, dice Amadou “es el dominicano más conocido en mi país” y en el bolero siempre ha sido decisiva la impronta africana, recogen los estudiosos cubanos de este género. Buenaventura Ferrer hace alusión a este género como datado en 1708: bailes en La Habana que se abrían con el minué y seguían con la contradanza, zapateos, congos, boleros y guarachas. Amadou se mueve asimismo en el terreno de la oralidad, busca informantes y nos habla del Senegal años 20 con cuatro ayuntamientos y cada uno con su orquesta. La capital era Saint Louis y los colonizadores desembarcan ahí todo lo que venía de Francia: el son, el tango, el vals, la rumba y el beguine. El bolero de Ravel data de 1928 y en los 20 y 30 grupos caribeños pasaban por Francia y grupos franceses recalaban en Saint Louis. Nos relata así que en 1930 se unen las orquestas de Goree y Dakar bautizadas como La Lira africana. Es una época donde se conoce a Matamoros, Piñero, Mª. Teresa Vera de Cuba y las llamadas batucadas que llegan de Brasil gracias a emigrantes caboverdianos.
            En los cincuenta nos cita a Abelardo Barroso, el caruso cubano y así nos confirma que muchas vocaciones de hispanistas nacieron, porque africanos del oeste escucharon a boleristas, guaracheros y charangueros. Los africanos se adueñaron plenamente del bolero, el cha cha chá y la rumba a finales de los cincuenta y así hasta los 70 con la orquesta Baobab, la Number one y locales como La estrella polar, El molino rojo, el Miami, donde diera sus primeros pasos Youssou N´dour que cantaba salsa antes de ser una estrella del mbalax.
A partir de esas fechas la racha nacionalista se traduce en instrumentos, vestidos, baile tradicional y los sonidos del Caribe dejarán paso a ritmos nacionales y étnicos. Magnífica exposición diríamos donde la perspectiva difusionista es clave, pero también el funcionalismo y evolucionismo etnomusicológico, para concluir con unas frases memorables cuando dice que para entender el dolor y el amor no es preciso ser latinoamericano, basta ser humano simplemente y que africanos y afrodescendientes saben mucho del dolor...“hemos tenido que desplegar tesoros de un amor inoxidable para sobrevivir a congojas y desazones en un mundo en que nos ha tocado a menudo luchar con armas desiguales”. O esta otra de Art Blakey “nuestra música es un reto permanente a todas las humillaciones e injusticias que hemos tenido que aguantar desde hace generaciones”. Para concluir con una cita de Fabio Betancort: “la confluencia musical supone pliegues y repliegues etnomusicales, préstamos, puntos de encuentro de tradiciones musicales existentes, hibridismos, tentativas aleatorias, desplazamientos sonoros y hasta fusiones de géneros y estilos“.
            Con todo esto concluye Ndoye: Quien se entera de que sonidos negros se colaron en el flamenco y el tango no se extrañará de que el bolero, como el son, la guaracha o el mambo hayan vuelto a casa para ser acogidos con brazos y corazones sorprendidos y abiertos.
            En el capítulo II encuentra Amadou el entronque de la magia en ese triángulo del que reiteradamente nos habló y no sólo en el terreno musical como es obvio, entre África, Cuba y Canarias. Y lo halla en lo mágico de la obra tan conocida de Luis León Barreto: Los espiritistas de Telde: “el médium por excelencia en la obra es Juan Camacho, es el enlace entre los espíritus y la futura víctima, Ariadna. Es el nexo entre razas, culturas, sistemas religiosos, espacios y tiempos. Vincula a Canarias y Cuba, ya que se traslada del archipiélago a las Antillas a principios del siglo XX y recibe una iniciación por adeptos lucumíes y congos en la isla caribeña”. Si el lector precisa una clarificación mayor, ésta se encuentra en la página 96 donde Amadou hace responder al narrador a su pregunta ¿Cómo entender la persistencia de ciertas creencias y actitudes? El narrador sume a su lector, nos dice, en las aguas de la historia canaria, descubriendo de paso elementos de los condicionamientos socioétnicos y socioculturales de la isla, que se tenía tendencia a olvidar, ritos de magua de conversos berberiscos, negros de Cabo Verde y Guinea, danza del pámpano roto, ritos de adivinas y de iniciados del Corán y fe judía de los expulsados. En la página 97 encontramos esto: “Del África del Norte son oriundos los guanches, primeros habitantes del archipiélago, que dejaron su impronta en las distintas superficies y subsuelos de las islas. A ellos se unieron europeos y africanos negros. Esos llegaron con su cosmovisión y aportaron su contribución cultural a la construcción de la idiosincrasia pese al modo en que se ha escrito la historia hasta la fecha.”
            En el capítulo V nos advierte el autor que van a desfilar en la antología de narradores y narradoras que nos presenta varios períodos de la historia de Senegal, desde la independencia y antes hasta el principio del siglo XXI. La historia, nos dice, está en los personajes, los acontecimientos sean estos ficticios o reales y también en los silencios.
            Lo que fue perder la hacienda, la autonomía de milenios y explicarlo con palabras sencillas aparece en Los tambores de la memoria. Las matanzas y trabajos forzados y el compartir con los blancos solidarios se perciben con claridad en Excelencia, sus esposas. Lo que supone que un poder se vaya y otro aparezca dando lugar al cuestionamiento de la situación y su continuismo se ve con claridad en El cubo de basura. Y ese desorden económico según Amadou quien mejor lo ilustra es la novela Xala. La aceptación del multipartidismo a raíz del mayo 68 senegalés se ilustra en El vientre del Atlántico. El puro cuidado de las apariencias en Bueno como el pan. El collar de paja es otra buena novela a juicio de Amadou que desvela una crítica a la poligamia y varios aspectos de la tradición, el sitio reservado a las mujeres. La huelga de los battu o El juego del mar, son otras obras cuyo análisis detallado encontrará el lector en estas páginas. Ndoye concluye enumerando los obstáculos que le quedan por superar a la narrativa senegalesa. Un escaso número de lectores, la flaqueza del poder adquisitivo, el idioma y la difícil distribución de las obras. Cheickh Aliou Ndao, Ousmane Sembene y Boris Diop tienen la convicción de que su identidad remite al vacío al escribir en otra lengua; algunos de ellos han decidido escribir en wolof, idioma materno mientras que Ousmane Sembene, llevó sus novelas al cine para acceder al público menos culto.
            Sólo me resta felicitar a la editorial Baile del Sol por poner a nuestro alcance esta obra y a su prologuista Antonio Lozano por haberme introducido en estos ensayos de una manera tan adecuada, con datos y citas como esta, contestando a un desafortunado discurso de Sarkozy en Dakar: que mientras su país (Francia) y el resto de Europa, se sumían en el siglo XIII en la sombría Edad Media, en las orillas del Níger florecía un Imperio, el fundado por Sundiata Keita, que gozaba de una ley magna, llamada de Kurukanfuga, considerada por muchos como la primera constitución de la historia, que consagraba la libertad, la solidaridad y la tolerancia como ejes sociales fundamentales y que, entre otras cosas, afirmaba que “las mujeres, además de a sus tareas cotidianas, deben ser asociadas a todos nuestros gobiernos”  o esta otra: “Tombuctú, una ciudad que disponía en el siglo XV de una universidad que albergaba a más de veinticinco mil alumnos de varios países, y por cuyas calles transitaban sabios de todas las disciplinas, humanísticas o científicas, que componían el saber de aquella época”, que nos posicionan del lado de un futuro  compartido y solidario.

© Roberto Cabrera

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