Eduardo
Sanguinetti.
Filosofo
rioplatense
En esta
columna de opinión hablaré de mí y mi circunstancia. Escribo este Manifiesto,
haciendo uso del enorme derecho que me asiste, exigiendo la reivindicación
pública, ante la discriminación sistemática, el atropello a mis tránsitos en
libertad, las amenazas constantes de las que soy objeto, algunas cristalizadas
en atentados brutales a mi persona y la censura “absoluta” de mi obra escrita y
artística a la que me veo expuesto en Buenos Aires, por el accionar mafioso de
personeros de los poderes.
Insisto,
discriminación y censura sistemática, a las que estoy expuesto, en el “Gulag”
pampeano, por las corporaciones empresariales y políticas del capitalismo
argentino, y la difamación de la que soy objeto, por los mandarines y
mandaderos que conforman el pequeño tejido social de una cultura degradada y
necrótica, de mercenarios rentados con nombre y apellido, cuyo accionar deviene
de una tendencia que se perpetúa o en el mejor de los casos se asoma en
instancias puntuales al estilo de dictaduras del pasado… Una tenencia –y no nos
engañemos– a la que siguen aferrados accionando con la más repugnante
impunidad, los monopólicos medios de comunicación capitalista, empresarios de
corporaciones con sus activos incorpóreos, que conforman el bastardo
espectáculo de estas “marionetas del espejismo argentino”.
¿Qué
delitos pueden seguir perpetrándose en nombre del terror, el miedo y la
discriminación a la diferencia, en una sociedad que toma contacto con una
realidad “la mía y de mi familia”, por los temores, caprichos y demás detritus
de un sistema congelado en los desgastados niveles de la ‘fama y el éxito’, sin
elevarse una voz, ante esta instancia deplorable por la que atraviesa una
persona pública y de reconocida trayectoria? ¿Y los derechos humanos tan
mentados y nombrados no levantan su voz apagada? ¿Solo tiene derecho a réplica
el doméstico Víctor Hugo ilustrado, según pasan los años…? Y solo denuncia el
“héroe de la comunicación: el simpático, Jorge
Lanata”…
Lo siento: no compro.
Sería
fantástico que estos infelices que “vienen por mí” y desean vivir en una
democracia para todos, como manifiestan hasta el hartazgo, comiencen a caminar
un sendero en felicidad y plenitud, como manifiesta sabiamente, José Mujica y a
quien no dudé en proponer desde este medio, para ser nominado al premio Nobel
de la Paz, instancia que de inmediato trajo aparejada una serie de amenazas y
demás detritus de quién sabe dónde.
Conozco
el periodismo argentino y a sus columnistas más destacados que han escrito
acerca de mí o de mi obra palabras muy eméritas, como Silvia Hopenhayn, Daniel
Pliner, Mario Mactas, Carlos Pagni y muchos otros artistas y escritores con los
que he compartido muy buenos momentos, como Mempo Giardinelli, Carlos
Ulanovsky, Facundo Cabral, el recientemente fallecido Osvaldo Fatorusso y
muchos notables más, que conforman un caleidoscopio existencial, de tendencias
y estilos, en este mundo en el que intentamos vivir, no ignoran lo que acontece
respecto a mi existencia, asediada por atentados a mi vida, amenazas constantes
y: “el silencio enteramente cómplice de los medios que construyen y dibujan la
denominada realidad de hoy”.
Espero
que el Estado, hoy ausente, actúe señalando e indicando las inercias del
presente, que utilice todas las herramientas con las que cuenta, sumado al
coraje necesario e indispensable para que este ilícito no quede en una
apelación al vacío. No lo ignoren, hay victimarios o verdugos, como prefieran;
psicópatas autoritarios personeros del horror que circulan libremente por mi
querida ciudad de Buenos Aires.
Sólo
tenemos una vida por vivir, creo que debemos honrarla aquí ahora y por siempre
anteponiendo la verdad y la transparencia a la contundencia de la mentira, la
cobardía y la estafa.
Si no
alcanzamos esta dignísima meta, estamos expuestos a transitar una existencia de
simulación y farsa donde lo esencial no se ha dicho, donde lo esencial no se ha
hecho, rotundamente no es mi ideal.
Que
persista la memoria.
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