PREOCUPACIONES GENERALES
(LOS PSICÓPATAS)
(LOS PSICÓPATAS)
NICOLÁS MELINI
El
escritor y cineasta canario Nicolás Melini reflexiona acerca de la psicopatía y
su presencia en la política y economía
contemporánea.
Cuando vienen tan mal dadas –o nos las
dan tan mal— nos tiramos los trastos los unos a los otros en un guirigay
interminable de damnificados, culpables, legítimos, ilegítimos, inocentes y
verdugos para que, finalmente, se salve quien pueda. No parece que podamos
evitarlo. Todos los sectores de la sociedad se defienden como buenamente
pueden, salen a la arena a luchar por su cuota de poder, por lo ya obtenido,
por lo que se pudiera perder e incluso por lo que podrían obtener en el
tránsito, a río revuelto. Entre todos zarandeamos eso que se ha dado en llamar
“interés general”. Unos pierden, otros ganan. Por desgracia, durante esta
crisis financiera parece estarse demostrando que la ciudadanía, los que
atesoramos solo intereses generales, tenemos todas las de perder.
En otros tiempos, un desequilibrio de
poderes en el que saliésemos perdiendo podría saldarse con una revolución, al
menos con una contestación social contundente, pero esto ya no es así, y a las
pruebas de varios países (Grecia, Italia, Portugal, Irlanda), inclusive el
nuestro, podemos remitirnos. Si en otro tiempo, ante una situación de poder
injusto sobre la ciudadanía, ésta encontró la forma de responder –ese poder
solía estar identificado, asumía hasta las últimas consecuencias el ejercicio del
poder, de hecho solía ejercerlo un grupo determinado o, incluso, una única
persona omnipotente, como aún sucede en tantos países—, en esta época
democrática, liberal, financiera, hemos engendrado un sistema en el que las
responsabilidades del desaguisado quedan convenientemente diluidas, confiriendo
estabilidad social al sistema incluso en el desastre, incluso a pesar de que la
regeneración fuese una opción deseable por parte de una mayoría de la sociedad.
Aunque el umbral de insatisfacción no está prescrito, la revolución parece
harto improbable. Por ahora sólo podemos protestar vacuamente, en una queja
continua, sin que se nos haga caso. Nuestra opinión, nuestros votos, ya no
cuentan del mismo modo, se está haciendo evidente que se encuentran desvalorizados.
No hace mucho, si un Gobierno lo hacía mal, lo echábamos y venía otro. Ahora ni
siquiera esto es posible. Los gobiernos de los dos partidos que se venían
alternando en el poder tanto en nuestro país como en otros países de nuestro
entorno parecen no tener más remedio que gobernar en contra de la opinión
general (los intereses generales) de la ciudadanía, evidenciándose que nuestros
votos no son suficiente presión. El único sino de los partidos más
representativos es quemarse en el poder y pasar a la oposición. Quienes
gobiernan, realmente, pues, se encuentran fuera del alcance de nuestros votos.
Hay demasiados responsables decidiendo nuestro futuro a los que no podemos
votar. Y la solución podría ser más democracia, es decir, hacer posible que
elijamos también a esos que nos gobiernan desde fuera del alcance de nuestros
votos, pero eso no parece probable, más bien al contrario, en el ínterin, aún
perderemos capacidad democrática. Cuanto más protestamos, menos derechos
tenemos.
Esta podría ser una descripción muy
general de la situación en la que vivimos, pero ahora me permitiré además
alguna preocupación personal. Lo diré con total brutalidad: los psicópatas.
En estados totalitarios –un punto de
referencia con el propósito de comprender qué ha cambiado— quienes gobiernan
atesoran todo el poder y lo asumen haciéndose visibles y responsables ante los
gobernados, las castas se reparten el poder, unos quedan desfavorecidos, otros
privilegiados, y eso no se mueve, queda más o menos abrochado de tal modo que
resulta tan difícil ascender socialmente a lo largo de la vida como, cuando se
nace en buena cuna, perderlo todo. Un psicópata desalmado que obtiene un poder
totalitario sobre los ciudadanos no tiene más remedio que asumir todas las
tropelías que realiza, enfrentarlas, tratar de ocultarlas, defenderlas,
asumiendo unos riesgos que son vitales, aun contando con todo un aparato al
servicio de ese poder totalitario, que garantiza la estabilidad por medio de la
violencia.
En nuestras democracias financieras, sin
embargo, hemos hecho posible un ideal que es liberal tanto de derechas como de
izquierdas: cualquier persona puede ascender y conseguirlo todo, lo máximo, a lo
largo de su vida. Se supone que prosperarán los mejores, los que se lo merecen,
y que eso nos beneficiará a todos. Pero no es exactamente así. Ni todos los que
ascienden son los mejores, ni todos los que no lo hacen son los peores, ni el
éxito de los que ascienden proporciona un beneficio para los demás. El sistema
(y las características de la sociedad que hemos construido) es un caldo
favorable para que multitud de psicópatas –esos seres que gustan de tener poder
sobre los demás, controlarlos, salir ganando, y que no dudan en pisar a quien
haga falta; si es legalmente, mejor, pues así podrán irse de rositas—, obtengan
“legítimamente” todo lo que quieran, tal como observa en un reciente estudio
Inmaculada Jáuregui Valenciaga*: “Gracias a estudios como los de Iñaki Piñuel
(2000) o Vicente Garrido (2008) empezamos a saber que la psicopatía campa a sus
anchas en dominios como la política y la economía”, dice, y además recomienda
una serie de análisis de la sociedad contemporánea “como los de Zygmunt Bauman
(2007), Vicente Verdú (2003), Gilles Lipovetsky (1983, 1990), Christoph Lasch
(1999) o Richard Sennett (1989)”, análisis que dibujan la sociedad actual como
ciertamente propicia para el desarrollo de esta clase de personas, los
psicópatas.
Mientras la gran mayoría de las buenas
personas se conforman con poco —con un trabajo, un sueldo, incluso menos—, y el
psicópata sin ningún talento se conforma con hacer daño al prójimo más cercano,
el psicópata con capacidad se las ingenia para entrar en ámbitos donde medrar y
optimizar su falta de empatía y su capacidad para competir. No tienen problema
en pisar alguna cabeza si lo estiman ventajoso; atesoran poder y grandes
cantidades de dinero, lo que además les permite saltarse a la torera cualquier
norma escrita o no escrita.
El psicópata carece de remordimientos
porque cosifica al otro, esto es, le quita al otro sus atributos de persona y
lo valora como cosa. En el neoliberalismo económico global, las personas somos
números. Un psicópata con el poder de intervenir en esta economía siquiera
necesita que seamos números para hacernos daño, pues ya se encargaría él de
cosificarnos, pero es que encima el propio sistema nos cosifica en las
informaciones que se nos ofrece sobre, por ejemplo, economía macro. La
coyuntura financiera actual, más bien, incluso podría estar propiciando que
personas más o menos cabales actúen como psicópatas. Y un tanto de lo mismo
sucede con el mundo laboral (ver Mi jefe es un psicópata: por
qué la gente normal se vuelve perversa al alcanzar el poder, Iñaki
Piñuel, 2008).
Los psicópatas son marcadamente
narcisistas, y vivimos en sociedades superficiales, hedonistas y narcisistas:
el predominio general del YO casa bien con su carácter. El psicópata trabaja
siempre para sí mismo y cuando da es porque manipula o espera recuperar esa
inversión en el futuro. Un psicópata puede ser, al mismo tiempo, un gran
benefactor, que realiza obras de caridad mientras lleva a cabo un gran daño en
la obtención de su dinero y su poder. Y esto se parece mucho al proceder de las
grandes fortunas benefactoras, pero también al proceder de la gran mayoría de
los grandes grupos empresariales y financieros, que invierten grandes
cantidades de dinero en procurarse una imagen limpia, mientras defienden
ferozmente sus intereses o evaden impuestos o sitúan su capital en paraísos
fiscales, al borde de la legalidad o ilegalmente.
Si el número de psicópatas a lo largo y
ancho de las sociedades en que vivimos ha aumentado en las últimas décadas,
también la concentración de la riqueza en manos de muy pocos, algo que podría
estar relacionado. Para que nos hagamos una idea, se estima que en España hay
unos 447.000 psicópatas repartidos por todos los ámbitos de la sociedad. Sin
duda, el sistema en el que vivimos tendrá mucho que ver en todo aquello que nos
está pasando y no nos gusta, pero cuánto tiene que ver la actuación de
determinadas personas desde determinados puestos, y cuántos de estos pertenecen
a ese 1% de psicópatas mundiales.
Evidentemente, no se trata de
criminalizar sectores –los ricos, los directivos de grandes corporaciones, los
banqueros o los especuladores financieros—, sino de señalar lo que puede ser
una tendencia que viene mereciendo estudios desde hace décadas. Ni siquiera
estamos hablando de burdos villanos como los de los dibujos animados o las
películas de televisión que se emiten en la sobremesa. Aunque desde la ficción
se nos tenga tan bien aleccionados contra el mal de esos seres egocéntricos,
acaparadores, capaces de llegar muy lejos para conseguir lo que quieren, el
asunto es algo más complejo y sibilino. Por mucho que la ficción nos haya
aleccionado, en la vida real no resulta tan fácil reconocerlos, aunque uno
observa comportamientos de algunas personalidades visibles y siente que se le
hiela la sangre, más aún cuando imagina lo que podríamos encontrar entre los
que se mueven fuera de los focos.
Una sociedad en la que se relajan las
responsabilidades cuando de lo que se habla es de dinero (si además el
psicópata puede ser un experto en eludir responsabilidades, en lavarse las
manos, en echarle la culpa a los otros), parece propicia… Una sociedad en la
que cabe, tanto relativizar todo tipo de valores, como, cuando esos valores son
sólidos, abusar de la hipocresía, parece propicia… Una sociedad en la que está
permitido “atacar” la deuda de una nación soberana para obtener beneficios
-decisión que toman una serie de directivos de grandes fondos de inversión,
además de pequeños accionistas-, parece propicia… Una sociedad con una economía
globalizada, posibilidades de enorme rentabilidad inmediata y poblaciones
rehenes en los países, sin movilidad para escapar de las emboscadas
financieras, parece propicia… Una sociedad en la que se entroniza a los que
tienen mayor capacidad de consumo, en la que la vanidad y la seducción son
valores primordiales (cuando el psicópata es un embaucador nato), parece
propicia... Una sociedad de la era de la información en la que los medios de
comunicación se permiten mostrarse como cuerdas de transmisión de los poderosos
–partidos políticos y grandes corporaciones que contratan su publicidad—,
evidenciando una función pornográficamente manipuladora (cuando el psicópata es
un manipulador nato), parece propicia. Una sociedad en la que lo mismo todo
vale que nada sirve, descrita por eminentes sociólogos como “sociedad del
vacío” (Lipovetsky), una sociedad cínica (cuando el psicópata es un cínico
redomado), parece propicia…
Y sin embargo, siendo propicia (como la
libertad del individuo es uno de los valores medulares de nuestras democracias
-“somos” liberales de derechas y de izquierdas-), resulta muy complejo
encontrar un resquicio para imponer normas que limiten la capacidad dañina de
esta clase de personas. Si bien cabe como medida inmediata la reprobación de
sus actos y, a corto plazo, legislaciones específicas que limiten sus
beneficios o dificulten su modus operandi.
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