De ‘Veleros en Canarias: Naufragios y hundimientos”
Con la publicación de un nuevo libro se crea unas expectativas e interrogantes sobre los cuales, en ‘Veleros en Canarias: Naufragios y hundimientos’ el lector encontrará cumplida respuesta; amplia, amena y documentada, en nuestro caso, sobres algunos de los veleros más emblemáticos que surcaron las aguas que bañan nuestras islas y las de allende de los mares; los astilleros donde muchos de ellos fueron primorosamente construidos; sus armadores, marinería y, en particular, sus pasajeros emigrantes que viajaron en condiciones límites en pos de una libertad y sustento que le eran negadas en su patria isleña, jugándose la vida que, en los avatares del destino, algunos desgraciadamente perdieron y a otros les deparó la libertad y el progreso, propio y de sus desamparadas familias, a costa de no pocos sufrimientos, no solo durante la travesía sino también a la llegada a su destino de promisión.
Este precioso libro contiene en sí mismo todo un glosario de términos marineros, descritos éstos con pleno conocimiento de causa por un enamorado del mar, mar vislumbrado desde su terruño, La Matanza de Acentejo, desde donde el océano se divisa en la inmensidad del horizonte. Precisamente en esos parajes matanceros tuvo lugar, dicho sea de paso, la mayor y más cruenta derrota de las huestes conquistadoras del expansionista imperio castellano-aragonés, capitaneadas por el bandolero -en palabras de la escritora lagunera María Rosa Alonso- Alonso Fernández de Lugo, el cual, en la refriega, perdió su dentadura de una certera pedrada lanzada diestramente por un combatiente guanche, y a punto estuvo de perder la vida, salvado en última instancia por un guanche de los traicionados bandos de paces, huyendo junto con sus maltrecho ejército, despavoridos y a uña de caballo, hasta alcanzar el desembarcadero de Añaza.
La capacidad narrativa de nuestro autor queda de manifiesto en la documentada exposición de los antecedentes históricos, la municiona descripción de los barcos que surcaron las canarias aguas, desde las históricas carabelas hasta las goletas, bricbarcas, bergantines y balandras…, así como de términos marineros tales como foques, cangrejo, escandalosa…
Nos desvela, asimismo, la diferencia entre filibusterismo, piratería y corso y, por ende, entre filibusteros, piratas y corsarios, entre los cuales destacan legendarios piratas y corsarios canarios, como, por ejemplo, Ángel García, Cabeza de Perro, nacido en Igueste de San Andrés, y el más famoso, sin duda, Amaro Pargo, quien tuvo entre otras una hacienda en el barrio de Machado -cuyo nombre guanche era Toriño-, del municipio tinerfeño de El Rosario conocida como “La Casa del Pirata”, y su enigmática amistad con la venerada monja de origen guanche, Sor María de Jesús, cuyos restos incorruptos reposan en el lagunero convento de Santa Catalina.
Resultan entrañables los detallados relatos de valerosos inmigrantes compatriotas canarios, como, por ejemplo, Don Miguel Suárez Santana, de Punta del Hidalgo, que cuenta, con todo lujo de detalles, su azaroso viaje, junto a otros 65 emigrantes, en el ‘Juanito Suárez’, desde el inicio de los preparativos hasta el arribo a Brasil, «donde algunos se adaptaron al país y otros, por diversos medios, siguieron a Venezuela».
Asimismo, en la odisea del motovelero Telémaco, quedan de manifiesto las dos caras de la solidaridad; por un lado el menosprecio de los prepotentes, y por otro el protagonizado por las gentes humildes:
«… Eran las cuatro de la madrugada del 9 de agosto de 1950, cuando un grupo de personas silenciosas abordaban desde la playa de Valle Gran Rey, en la isla de la Gomera, al moto velero Telémaco… Quiero resaltar el gesto de humanidad mostrado por un sector de la población de Fort de Francia, en la isla Martinica con unos conmatriotas nuestros que como otros muchos miles se vieron obligados por causa de la miseria y la represión política colonial a abandonar nuestra Matria Canaria para buscar en tierras extrañas el pan, la sal, la justicia y la paz que en su tierra les era negada. Algunos de estos desterrados por la injusticia fueron los actores de la odisea del moto-velero Telémaco, los cuales después de haber sorteado una serie de tormentas y haber perdido todos sus víveres, se vieron a la deriva hambrientos, enfermos y convertidos en verdaderos cadáveres vivientes cuando en la inmensidad del Océano divisaron un barco al que solicitaron socorro, pero desgraciadamente el barco era español...: “El barco resultó ser un petrolero español llamado “Campante”. Interrogados los atribulados viajeros por el capitán del petrolero, éstos les expusieron sus cuitas y le pidieron ayuda, no dudando que la recibirían cumplidamente de unos supuestos conmatriotas. El capitán del “Campante” ordenó arrojar por la borda unos pocos de víveres, que los tripulantes del Telémaco tuvieron que rescatar a nado en un mar infestado de tiburones. Es incomprensible que el capitán del petrolero español no hiciera arriar un bote para suministrar la escasa ayuda concedida a los canarios, contraviniendo las más elementales normas de solidaridad en el mar. Trataron de seguir su rumbo… El 5 de septiembre divisan tierra; eran las costas de la isla Martinica, colonia francesa en las Antillas Menores. La llegada de los expedicionarios y el lamentable estado en que se encontraban, despertó la piedad de los habitantes negros de la ciudad, quienes se volcaron en agasajar a los recién llegados colmándoles de atenciones y de frutos de la tierra, e invitando a muchos de los viajeros a comer y asearse en sus casas, siendo estas atenciones prodigadas por la población negra de la isla, ya que la población blanca se mostró en exceso remisa con los canarios. También les fue de gran ayuda la atención prestada por el cónsul de Cuba en la isla, el gran canario, Romero, gracias a cuya gestión las autoridades locales prestaron apoyo a los emigrantes, facilitándoles incluso un repuesto de velas para la goleta. Ante la inminente partida, la población negra de la isla se volcó de nuevo con los canarios. Lanzaron al agua docenas de piraguas conducidas por mujeres hombres y niños, haciendo sacrificios sin cuento, aportaron a la despensa de los expedicionarios gran cantidad de frutos, e incluso bastante dinero en efectivo. No cabe duda que esta dádiva aportada por una población que no nadaba precisamente en la abundancia, es una muestra de la verdadera solidaridad entre los pueblos.»
La vocación de “marinero de tierra adentro” de nuestro autor, Eduardo P. García Rodríguez, El Guayre, entre sus numerosos amigos, la ha desarrollado mediante su actividad de maquetista naval en madera, labor que le ha sido reconocida con diversos primeros premios obtenidos en varios concursos y exposiciones.
Historiador e investigador de campo, es frecuentemente consultado por historiadores y arqueólogos profesionales que aprecian sus conocimientos y experiencia. Es autor de decenas de artículos sobre la materia, que han sido publicados en diversos medios de comunicación, tanto en la prensa escrita como en periódicos digitales. Tiene pendientes de publicar varios libros, entre los cuales le gusta destacar el titulado “Diosa Chaxiraxi, versus Virgen de Candelaria”, cuyo sugerente título, en sí mismo, unido al prestigio de su autor, le augura un feliz desenlace.
Canarias, enero de 2012
Álvaro Morera Felipe
Tengo un tío abuelo que hizo la travesía a Venezuela en uno de aquellos veleros. Según me contaron "tuvo suerte y el capitán del barco sabía de navegación". El comentario siempre me hiza pensar "¡ah!, ¿es que hubo quines no tuvieron suerte y se encontraron con un capitán de barco que no sabía navegar".
ResponderEliminarEl hecho es que arribaron a Venezuela sobrándoles comida.
Haré difusión del libro en la familia, que la historia de aquellos veleros forma parte de la nuestra.