FMI: ASFIXIAR AL PUEBLO Y CAMUFLARLO CON PROMESAS VACÍAS
M. CARACOL.
El organismo,
representante de los intereses mafiosos de la oligarquía financiera, ha exigido
a los poderes públicos y a los bancos centrales que no bajen aún los tipos de
interés, cuya elevación ha disparado las hipotecas. Aunque se incrementen los
desahucios y la pobreza, hay que reducir el consumo porque, para ellos, la
prioridad es evitar que una subida de precios haga descender el poder
adquisitivo real de las grandes fortunas nominales.
Sin embargo, para camuflar estas prácticas, su actual directora gerente, Kristalina Georgieva, ha optado por pronunciar una serie de lacrimógenos discursos en los que, al parecer, se declara muy preocupada por la creciente desigualdad económica. Toda una declaración de intenciones, aunque, ¿no habrá tenido algo que ver en dicha desigualdad que el FMI lleve imponiendo, desde su misma fundación, el flujo desregulado de los capitales, la liberalización de los mercados y la supresión de los derechos laborales?
Georgieva declara
sentirse hondamente comprometida con un crecimiento inclusivo, sostenible,
ecológico, centrado en la erradicación de la pobreza. Bellas y emocionantes
palabras, sin duda, excepto cuando vemos que, al concretar cómo debe llevarse
su utopía a cabo, la enchaquetada mandataria ha recurrido… a John Maynard
Keynes. Sí, ese tan idolatrado por Sumar, Podemos y otros “progresismos”
similares.
¿Y quién era
Keynes? Un profesor obsesionado con que sus alumnos de Cambridge no se hicieran
marxistas, en un contexto que, por desgracia, parece repetirse hoy en día. Así,
el profesor prometió que el capitalismo saldría del caos y nos traería a todos
una maravillosa prosperidad universal. Y, en fin, el capitalismo,
efectivamente, salió de la crisis a través de una devastadora guerra genocida
mundial (genocida no solo por parte alemana: los yanquis arrojaron dos bombas
nucleares sobre civiles japoneses, sin olvidar el castigo de Dresde entre otras
ciudades), con lo que, más tarde, los keynesianos se inventaron el cuento
infantil de que la crisis había concluido gracias a las promesas de su mesías.
Pues bien,
actualmente, Georgieva y el FMI intentan volver a vendernos el cuento del
keynesianismo; eso sí, matizando que el economista británico fue “demasiado
optimista”. Sin embargo, como dice Michael Roberts, no es que Keynes fuera
demasiado optimista, sino que ignoró por completo la cuestión de la desigualdad
y supuso que “las principales economías capitalistas” equivalían a “la economía
mundial”, ocultando la distinción necesaria entre el núcleo imperialista y la
periferia pobre (o incluso entre ricos y pobres dentro de un mismo país). Para
Keynes, al que le daba exactamente igual la desigualdad, el crecimiento
promedio era suficiente.
No es de extrañar,
pues, que el propio FMI defienda ahora a Keynes. El mismo FMI cuyas recetas han
incrementado el índice Gini de desigualdad global: de 50 a principios del siglo
XIX a 66 en la década de 1930; y de ahí
a 70 a finales del siglo XX. Eso sí, en las últimas décadas dicho índice se ha
reducido. ¿Por las maravillosas recetas del FMI? ¿Por Keynes y todos los
discursitos del progresismo? No: por el ascenso de China, que ha sacado a 900
millones de sus habitantes de la pobreza, según los propios parámetros
establecidos por el Banco Mundial, revertiendo por primera vez en la historia
la trayectoria del índice Gini de desigualdad.
Entonces, ¿por qué
los economistas del FMI y la “humanitaria” Kristalina Georgieva no proponen que
se apliquen las recetas chinas para alcanzar el (supuesto) objetivo de
reducción de la pobreza? Si son las recetas de la planificación económica las
que han funcionado, ¿por qué solo se habla de “redistribuir” un poquito tras
haber permitido, previamente, la más extrema desigualdad del libre mercado
desregulado? ¿Por qué tratar con paracetamol una enfermedad terminal,
camuflando superficialmente algunos síntomas, cuando disponemos una vacuna
socialista más que probada para erradicar el virus capitalista?
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