LULA CONTRA BOLSONARO: DUELO EN EL CORAZÓN DE BRASIL
Desde
la vuelta de la democracia al país, todos los candidatos que ganaron en Minas
Gerais conquistaron la presidencia. Durante dos semanas recorrimos los rincones
claves del ‘Ohio brasileño’ con la vista puesta en las elecciones del 2 de
octubre
BERNARDO GUTIÉRREZ
Luiz
Inácio Lula da Silva y Jair Bolsonaro, rivales
por la presidencia de Brasil.
– ¿Sabe dónde está
la Estatua del Trabajador Anónimo de esta plaza?
– Se la llevaron
hace unos meses.
Joaquim Gomes vende helados en un carrito en la praça da Cemig, en Contagem, cinturón industrial de Belo Horizonte, la capital del estado Minas Gerais cuya región metropolitana cuenta con 6,9 millones de habitantes. Desde que le despidieron de la empresa alimenticia Itambé, está desempleado. Joaquim –unos sesenta años, voz apagada– mira hacia una plaza tomada por bancos y una comisaría de la Policía Rodoviaria. Rememora “tiempos mejores”, cuando las multitudes de las misas del trabajador del 1 de mayo rodeaban la estatua desaparecida. La pandemia interrumpió las misas obreras. “Ahora hay poco trabajo. La vida está cara”, asegura Joaquim. Cuando se le pregunta sobre Jair Bolsonaro, habla con cierta desconfianza: “Ha tenido más de tres años y ... no ha hecho nada”. Poco a poco, Joaquim va elogiando a Luiz Inácio Lula da Silva, Lula, el expresidente de Brasil, que vuelve a ser candidato: “Con él había trabajo. Teníamos comida…”.
Un camión con la
bandera brasileña pintada recorre una de las avenidas que atraviesan la praça
da Cemig. En la parte trasera se lee Brasil Pátria Amada,
#JuntosContraaCorrupção. Casi nadie camina por las vías anchas la Cidade
Industrial de Contagem. Vehículos surcan un paisaje de fábricas de rejas, de
productos químicos, de empresas de transporte, concesionarios, gasolineras,
iglesias evangelistas. Algunos edificios vacíos lucen carteles de Aluga-se (se
alquila). En las paredes, publicidad para resolver deudas: Dinheiro na hora,
empréstimo sem sair de casa (dinero inmediato sin salir de casa). La praça dos
Trabalhadores está regida por un posto Ipiranga, la marca de gasolineras que
Bolsonaro usó como metáfora para su ministro de Economía, Paulo Guedes. Guedes,
un militar formado en la neoliberal Escuela de Chicago, el posto Ipirangadel
gobierno, resolvería los problemas de la economía como un gasolinero soluciona
la vida de los conductores.
Sindicalismo en tiempos de Uber
Stefani Marques
Telles, asesor histórico del Sindicato dos Metalúrgicos de Belo Horizonte,
Contagem e Região, explica en su despacho cómo la crisis azotó al cinturón
industrial de Belo Horizonte, uno de los mayores del continente americano. “Con
los gobiernos de Lula llegaron mejoras laborales y aumento de salarios. Tras el
golpe a Dilma Rousseff, los gobiernos de Temer y de Bolsonaro legislaron contra
los sindicatos. La crisis paralizó la región”, afirma Stefani. La histórica
Cidade Industria, sede de importantes industrias de minería, transporte y
energía (entre ellas la General Electric), sintió el fin de la bonanza
económica (el Milagrinho brasileiro) antes que otras regiones. El paro también
golpeó a la automoción de Betim (que alberga una de las mayores fábricas de
FIAT del mundo). La pandemia dio la puntilla. “Los sindicatos regionales
teníamos 90.000 afiliados. Hoy, unos 40.000. Este sindicato de metalúrgicos
tenía 7.000. En 2018, caímos a 3.000. Bolsonaro decía que los sindicalistas
éramos vagabundos, que había que elegir entre trabajo y derechos. Muchos le
votaron”, asegura el sindicalista con amargura.
En el relato de
Stefani se condensa la crisis múltiple de los últimos siete años: quiebra de
Petrobras (empresa pública de petróleo), rotura de la presa de Brumadinho de la
gigante de la minería Vale do Rio Doce, industrias cerradas (químicas,
metalúrgicas, aeronáuticas). Almacenes convertidos en iglesias evangelistas.
Fábricas, en shoppings. Desempleados reciclándose como conductores de Uber o
repartidores. El sindicalista incide en el término ‘uberización’: “Los
conductores de Uber no se consideran trabajadores, sino emprendedores, pequeños
empresarios. No tienen derechos ni asistencia médica... pero apoyan a
Bolsonaro”. El emprendedurismo, vinculado a la meritocracia, impregna el
discurso de la extrema derecha brasileña. Configura un nuevo “neoliberalismo
desde abajo”, en palabras de Rodrigo Nunes, autor de Da transe à vertigem, un
ensayo sobre el bolsonarismo.
Un adhesivo en la
mesa de Stefani visibiliza la alianza de Lula con Geraldo Alckmin, exgobernador
de São Paulo, histórico rival de centroderecha, nuevo compañero político que
seduce al centro y garantiza un buen resultado en el sudeste (la región más
poblada). Stefani habla de Lula con devoción. Lula, el compañero. Lula, líder
mítico del Sindicato de Metalúrgicos de São Bernardo do Campo (São Paulo). El
sindicalista recupera la sonrisa: “Algo ha cambiado. Algunos trabajadores están
volviendo. Tenemos de nuevo 4.000 afiliados. Creo que votarán a Lula”.
Lula arrancó su
campaña el 18 de agosto en la praça da Estação de Belo Horizonte, lugar
histórico de las luchas sociales. Bolsonaro también comenzó su campaña en Minas
Gerais: en Juiz de Fora, donde sufrió un intento de asesinato en un mitin en
2018. Ambos priorizan su campaña en Minas Gerais, el segundo estado con más
electores (16.290.870). Un estado péndulo que, como Ohio en Estados Unidos, es
el único que acierta el resultado de todas las elecciones presidenciales. Desde
1950 (entre 1964 y 1989 no hubo elecciones), quien se lleva Minas se lleva la
presidencia. El célebre escritor mineiro Jõao Guimarães Rosa acuñó la frase
“Minas é muitas”. En palabras de Lula, el Estado “es es un punto de equilibrio
de Brasil”. Al norte de Minas, el
porcentaje de personas negras se parece al de Bahía. En el sur y el sudoeste,
el imaginario de vida viene de São Paulo. En el sudeste (Juiz de Fora), hay más
hinchas del Flamengo de Río de Janeiro que del Atlético Mineiro. Para Domilson
Coelho, director ejecutivo de la consultora F5, Minas Gerais “no tiene una
preferencia ideológica definida, varía de un proceso electoral a otro”. Como
algunos compañeros de Stefani, muchos mineiros que apoyaron a Bolsonaro votarán
a Lula.
– Stefani, ¿sabes
dónde está la estatua del Trabajador Anónimo de la praça da Cemig?
– Creo que se la
llevaron a la praça dos Trabalhadores, responde sin mucha seguridad.
Un grupo de
seguidores de Bolsonaro canta el himno nacional en una gasolinera de Belo
Horizonte reconvertida en comité de Campaña. | Fotografía de Bernardo
Gutiérrez.
Culto a la gasolina
Globos amarillos y
verdes cubren los surtidores de la gasolinera de la avenida Silva Lobo, 677, en
Calafate, un barrio de clase media baja de Belo Horizonte. Bafles gigantes
escupen una pegajosa canción de Mc Reaça (significa Mc Reaccionario): Bolsonaro
salta de paraquedas / e o Bolsonaro se casou com Cinderela / as mina de direita
são as top mais bela / enquanto as de esquerda tem mais pelo que cadela
(Bolsonaro salta en paracaídas / y Bolsonaro se casó con Cenicienta / las
chicas de derecha son las más guapas/ las de izquierda tiene más pelo que una
puta). Jorge Rodrígues, un militar jubilado, confiesa que votó a Lula dos
veces. A su lado, Luis Carlos Souto, un corredor de seguros de cincuenta años
que votó a Lula y a Dilma, ve en Bolsonaro la única salvación: “La izquierda
acabó con el patriotismo”. Ambos cambiaron de bando durante el proceso de impeachment
ilegal contra Dilma. Gabriela Andrade, una estudiante de enfermería, defiende
la gestión de Bolsonaro de la pandemia. Se informa en redes sociales. Desconfía
de la televisión. Considera a los medios brasileños demasiado izquierdistas,
“especialmente la Rede Globo” (definida por la izquierda como derechista).
La concurrencia de
esta gasolinera, renombrada como QG do Bolsonaro, es variopinta: familias,
hombres solos, gente bien vestida, personas negras, mujeres… Algunas camisetas
lucen lemas como “Meu partido é o Brasil”, “Lula, ladrão, seu lugar é na
prisão”. Al otro lado de la avenida, un
McDonalds y un gimnasio. Algunos conductores tocan la bocina. La tropa de la
gasolinera agita banderas. Aplaude. La alegría es contagiante.
Hoy, la inflación
interanual sigue alta (un 10,07% en agosto), los tipos de interés se duplicaron
(13,75%) y el dólar vale unos 5,3 reales (3,16 hace cuatro años)
Los políticos que
financian el comité de campaña GQ
Bolsonaro están a punto de llegar: Níkolas Ferreira (candidato a diputado
federal) y Bruno Engler (candidato a diputado regional), ambos del Partido
Liberal (PL) de Bolsonaro. Ahora suena la canción Mito Chegou, himno
bolsonarista de 2018. “O mito chegou, e o Brasil acordou, Bolsonaro representa
o futuro mais feliz…”. Algunas camisetas con la palabra MITO revelan el áurea
que rodea al presidente. Los números no sirven de argumento con sus fieles.
Bolsonaro llegó al poder prometiendo bajar la inflación, los tipos de interés y
el cambio del dólar. A día de hoy, la inflación interanual sigue alta (un
10,07% en agosto), los tipos de interés se duplicaron (13,75%) y el dólar vale
unos 5,3 reales (3,16 hace cuatro años). Las personas entrevistadas en el QG
(una docena) no aceptan datos o hechos que cuestionen al gobierno. “Te
equivocas, Bolsonaro es un mito”, replican algunos. Roland Barthes escribió que
el mito de derechas es reluciente y expansivo: “Se apodera de todo. Tiene la
exclusividad del metalenguaje”. La mitología de la extrema derecha brasileña es
una exagerada vuelta de tuerca a Barthes. La fantasía bolsonarista sustituye
por completo a la realidad. Los 700.000 muertos por Covid, para algunos, son
“fake news de la izquierda”.
Níkolas Ferreira
–26 años, niño mimado de Bolsonaro, autor del libro O Cristão e a Política–
aterriza en la gasolinera. O mito chegou. Gritos. Selfis. Vítores para la
estrella de la bolsolina. Más canciones discotequeras: Bolsonaro é um
guerreiro, Bolsonaro é do povão (Bolsonaro es un guerrero, Bolsonaro es del
pueblo). Un pastor comienza una misa entre los surtidores. Repite consignas
contra el “comunismo de Lula” y la “ideología de género”. Tras rezar el padre
nuestro, los fieles cantan el himno nacional. Algunos lloran, envueltos en
banderas. “Nossa bandeira jamais será vermelha" (nuestra bandera nunca
será roja), grita el pastor. Cristiano Pereira –negro, 30 años, evagelista–
hace un directo desde su móvil. Destaca un motivo para votar a Bolsonaro: la
bajada del precio de los combustibles. La gasolina manda en el universo
Bolsonaro. Gasolina. Coches, motos, camiones, jet sky. Postos Ipirangas. Priman
las manifestaciones sobre ruedas, moticiatas (recorridos en motos) o carreatas
(coches). La “patria amada” del
bolsonarismo, según el urbanista Roberto Andrés, florece en el asfalto, demandando
una disminución de controles y multas. Carreteras al servicio de la libertad
individual, de las familias y de los camioneros (reducto bolsonarista donde los
haya). Carreteras como la BR319 que el gobierno va a asfaltar para “civilizar”
la Amazonia. “¿Cómo es posible que un político que vende la idea de colocar
orden actúe para favorecer el desorden en las carreteras?”, se pregunta Roberto
Andrés. ¿Cómo es posible que la Policía Rodoviaria Federal (restringida
históricamente a las carreteras) haya sido reconvertida en un cuerpo militar
que exacerba castigos desproporcionados a delincuentes comunes y provoca
matanzas? En la cosmogonía bolsonarista la contradicción funciona como
respuesta: es el origen de su universo.
Una imagen del
presidente aparece en una pantalla gigante. El grito “mito” se multiplica en un
eco vibrante. Alguien anuncia que Bolsonaro participará en una moticiata en
Belo Horizonte. Aplausos. En el GQ están convencidos: Bolsonaro ganará en el
primer turno. “¡MITO, MITO, MITO!”. En 2002, cuando el PT llegó al poder, Lula
obtuvo un 66,4%% de los votos en Minas Gerais. En 2018, Bolsonaro conquistó
Minas en el segundo turno con un 58,19% de los votos. En ambos casos, la
tendencia mineira exageraba la media nacional. ¿Quién se llevará Minas en 2022?
¿Bolsonaro tiene alguna posibilidad?
Ocupar, resistir
Entrada de la
Ocupação Carolina de Jesús del Movimento de Luta nos Bairros, Vilas e Favelas
(MLB) de Belo Horizonte. | Fotografía de Bernardo Gutiérrez.
“¿Tiene sentido que
haya gente viviendo en la calle y edificios vacíos?”. Manoel Inácio Moreira,
Edinho, –28 años, fotógrafo– formula preguntas mientras subimos las escaleras
del antiguo Hotel Internacional Praça Hotel de Belo Horizonte. Desde que fue
ocupado por el Movimento de Luta nos Bairros, Vilas e Favelas (MLB), cada piso
tiene un nombre. El tercero es el Nelson Mandela. El cuarto, Paulo Freire. El
octavo, Alexandra Kollontai. En la Ocupação Carolina de Jesús viven 77
familias, unas doscientas personas. Edinho repasa la historia del MLB, nacido
en Minas en los años noventa, presente en 17 estados del país. “La pandemia ha
acentuado el problema de la vivienda en Brasil. El número de personas que vive
en la calle ha pasado de 100.000 a más de 200.000. Por eso defendemos una
reforma urbana”, afirma. Nilmara, de 26 años, habla sobre su vida en la
ocupación mientras amamanta a su hija de siete meses: “Hacemos turnos en la
recepción. Las familias se turnan en la cocina. En la pandemia tuvimos que
cerrar nuestra escuelita infantil”. Edinho explica cómo Bolsonaro manipuló el
Minha casa, minha vida, programa de vivienda de los gobiernos petistas.
Renombrado como Casa Verde Amarela, ahora prioriza “la construcción de
apartamentos de clase media”. Más caros. Sin la estética popular de los conjuntos
habitacionales (Cohab). Las casas verde amarelasreplican el modelo de edificio
con portero, seguridad, piscina y garaje. La tergiversación de políticas y/o
institución públicas es el modus operandi de Bolsonaro. Sérgio Camargo,
presidente de la Fundação Palmares, vinculada a la cultura afro, afirmó que el
Día de la Consciencia negra “fue apropiado por la izquierda para propagar el
resentimiento racial”. La demarcación de tierras indígenas ya no corresponde a
la Fundação Nacional do Indio (FUNAI), sino al Ministerio de Agricultura.
La ascensión de las
escaleras del hotel que, según Edinho “ya hospedó a la selección brasileña de
fútbol”, continúa. El piso undécimo se llama Carlos Marighella, en homenaje al
líder de la lucha armada contra la dictadura, protagonista de la película
Marighella, censurada por Bolsonaro. En uno de sus apartamentos vive Yuri
Adriano. Este artista, artesano y peluquero de 37 años confiesa que se afilió
al PT en los años dos mil, en Venda Nova (periferia norte). Uno de sus proyectos
es la apertura de un salón de belleza popular, en los bajos del edificio. “Voté
a Lula y a Dilma. Pero se quemaron por sus alianzas con las derechas. Aquí
somos de UP”, afirma, en referencia a la Unidade Popular pelo Socialismo. El
líder de UP es Leo Péricles, mineiro, líder nacional del MLB, único candidato
negro a la presidencia. ¿Sus banderas? Las reformas urbanas y agraria. UP no
alcanza el 1% en las encuestas. “Una candidatura presidencial ayuda a colocar
temas como la vivienda en el debate . En esta campaña polarizada no hay
propuestas”, matiza Edinho. Yuri, lanzando una pregunta, invoca el
contradictorio universo mítico bolsonarista: “¿Te puedes creer que mis amigos
negros y gays votan a Bolsonaro y ya no quieren que les corte el pelo?”.
¿El resultado
electoral de Minas coincidirá con el nacional?, ¿influirá en el resto del país?
Muchos indicios apuntan a ello
20.00 horas. Bar
Birosca. Bohemio barrio de Santa Teresa. Áurea Carolina, diputada nacional del
Partido Socialismo y Libertad (PSOL), reflexiona sobre sus seis años en
política. Aprendió. Sufrió. Recibió amenazas. En 2016, Áurea Carolina
–afrodescendiente, candidata de Muitas, cidades que queremos, vinculada al
PSOL–fue la concejala más votada de la ciudad. Ella y Marielle Franco (asesinada
en marzo de 2018) eran las caras de la nueva izquierda. En 2018, se convirtió
en diputada federal. Y el espacio político Muitas –con una diputada nacional,
una regional y una concejala– convirtió una casa en un laboratorio social para
conectar a los políticos con la ciudadanía. Pero llegó un huracán político.
“Bolsonaro redujo todo a polvo. Destruyó las conquistas de los gobiernos
petistas y los mecanismos de participación”, afirma. En las elecciones
municipales de 2020 –Áurea Carolina era candidata a alcaldesa, Léo Pericles su
vice–, el centrista Kalil, actual aliado de Lula, arrasó con el 63,36% de los
votos. El espacio izquierda quedó mermado. El laboratorio Muitas –engullido por
la pandemia, la polarización contra Bolsonaro y problemas internos– ya no existe.
La diputada cita el gabinete do odio, el equipo del presidente especializado en
fake news: “Incentivan la desinformación, la polarización y el pánico.
Manipulan la esfera pública impunemente, con apoyo de las plataformas
digitales”. Áurea Carolina defiende con ahínco a Lula. Confía en su victoria,
aunque tiene miedo al uso electoralista del “auxilio emergencial” (reciente
ayuda de Bolsonaro a los más pobres). Áurea crítica el regreso de las viejas
formas de hacer política. “Los líderes de siempre no entendieron la llegada de
los movimientos indígenas, feministas, negros. Ahora que toca defender la
democracia, parece que todo eso es dispensable. Lula sí ha incorporado algunos
temas”, asegura.
¿El resultado
electoral de Minas coincidirá con el nacional?, ¿influirá en el resto del país?
Muchos indicios apuntan a ello. La tradición política mineira pesa. En la
República Velha (1898-1930) nació la “política do café com leite”, un acuerdo
de alternancia de poder entre las oligarquías rurales de São Paulo (tierra de
café) y de Minas Gerais (leche). Juscelino Kubitschek (presidente y fundador de
Brasilia), Tancredo Neves (presidente en 1985), José Alencar (vicepresidente de
Lula, 2002-2010) o Dilma Rousseff, entre otros, nacieron en Minas Gerais. Los
caminos abiertos por Muitas, las alianzas transversales tejidas en el
ayuntamiento (el PT entró en el gobierno de Kalil) y la diversidad de los
movimientos sociales mineiros vislumbran un futuro país posible. Áurea Carolina
ha decidido no ser candidata. Quiere volver a la sociedad civil. “Necesitamos
–afirma– nuevos liderazgos y un plan a medio y largo plazo. El gobierno de Lula
será de transición”. Áurea está volcada en la elección de Célia Xabriabá, que puede
ser la primera diputada indígena de Minas Gerais.
¿Refrendarán los
mineiros a Lula? Así lo insinúa Datafolha: Lula 47%, Bolsonaro 33%.
Herencia afro
João Pio, Gracielle
Naiara Silva y María Aparecida, en la comunidad de los Arturos de Contagem. |
Fotografía de Bernardo Gutiérrez.
Debajo de una
estatuilla de São Jorge descansa un atabaque (tambor de origen africano). Al
lado de la figura de la virgen, un santo negro sujeta al niño Jesús. En la
capilla de Nossa Senhora do Rossário de la comunidad de los Arturos, en la
periferia de Contagem, Zé Bonifacio (72 años), repasa festividades de los
Arturos: Folia de Reis, el Batuque, Fiesta de la Abolición de la Esclavitud,
Nossa Senhora do Rosário (el congado)... Matriz africana, ropajes cristianos,
sincretismo secular. Maria Aparecida de Nascimento, que nació fuera del
quilombo y se instaló en los Arturos buscando las raíces de sus ancestros,
afirma que “la culinaria consigue conservar la tradición”. João Carlos Pio de
Souza, conocido como Jõao Pio –profesor de historia, uno de los reyes congados
de la comunidad–, relaciona ambas esferas, la salud y la espiritualidad:
“Nuestra salud tiene una dimensión sagrada”.
Los Arturos es un
quilombo, como se conocen los asentamientos que los esclavos huidos fundaron a
partir del siglo XVI. En Brasil, existen unos 5.900. Aunque la Constitución de
1988 reconoció la propiedad a los afrodescendientes de los quilombos, apenas el
10% ha conseguido el título patrimonial. Las 137 familias (unas 600 personas)
de los Arturos descienden del esclavo Camilo Silvério da Silva, que se instaló
en el siglo XIX. Seis generaciones después de su fundación, el quilombo no
posee aún la regularización de sus tierras.
Durante el primer
semestre del año, se registraron en Brasil 2.813 denuncias por intolerancia
religiosa, un 654,1% más que en 2021
Gracielle Naiara
Silva –30 años, coordinadora de proyectos de agricultura familiar– muestra con
orgullo los nuevos hornos de la cocina comunitaria: “Conseguimos fondos para la
panadería. Reformamos un galpón. En la huerta estamos plantando naranjos,
canela, higueras, aguacateros, limoneros, higueras. Queremos comercializar pan,
frutas, hortalizas, mermeladas”. La
huerta está rodeada de vegetación. Al fondo, edificios altos visibilizan las
amenazas del mundo que está fuera del quilombo. Los habitantes de los Arturos
temen que si se construye la autovía del Rodoanel, que pasaría a unos cientos
de metros, la especulación inmobiliaria les cercará. Al otro lado de la huerta,
aparecen las casas de ladrillos de un barrio humilde con fuertes tradiciones
afro. João Pio muestra su preocupación por el crecimiento de la intolerancia
religiosa. Cuando lanzan cohetes en festividades, las redes sociales se llenan
de odio. “Con Bolsonaro, ha empeorado. La intolerancia está a flor de piel”,
matiza. Durante el primer semestre del año, se registraron en Brasil 2.813
denuncias por intolerancia religiosa en la central de denuncias de Safernet, un
654,1% más que en 2021. El aumento es generalizado: misoginia (639,5%); xenofobia
(595,5%), homofobia (520,6%).
João Pio muestra en
su móvil fotografías de Lula en los Arturos. Lula escuchando. Lula comiendo. En
mayo, el expresidente visitó la comunidad con Marília Campos, alcaldesa petista
de Contagem. “Lula va a ganar. Fue bendecido en nuestra capilla”, afirma
alguien a nuestra espalda. João Pio pide un Uber. El conductor habla de la
corrupción del PT. Aunque Lula dejó la cárcel libre de acusaciones, afirma que
“algo habrá hecho”. “¿Y qué le parece la ley de Bolsonaro que coloca cien años
de sigilo para que no se descubra su corrupción?”, pregunta João Pio. En el
silencio del coche flotan dudas. Flashbacks de las últimas dos semanas.
Detalles, chispazos que apuntan hacia el misterio electoral.
Una persona de la
campaña de la nueva derecha reveló cómo cada iglesia evangelista cuenta con
5.000 reales (unos 960 €) para asegurarse el voto de sus fieles
Flashbacks
bolsonaristas: un repartidor con una placa “corrupção nunca mais” en su moto;
el plantón de Bolsonaro a la moticiata de la praça do Papa de Belo Horizonte
(ese día apareció en una moticiata en Resende, Río de Janeiro); bolsonaristas
atacando y asesinando a militantes de izquierda; un 9% del electorado que puede
dejar de votar por miedo a ser agredido; mujeres elegantes elogiando la
“actitud de Bolsonaro” en el selecto Minas Tennis Club; una persona de la
campaña de un diputado de la nueva derecha revelándome cómo cada iglesia
evangelista cuenta con 5.000 reales (unos 960 euros) de su presupuesto
(donaciones y reparto de publicidad) para asegurarse el voto de sus fieles;
Bolsonaro por delante en el voto evangelista (50%, frente al 32% de Lula); Paulo Guedes, el posto Ipiranga de Bolsonaro,
desaparecido de campaña en tiempos de economía gripada.
Flashbacks
lulistas: jóvenes haciendo la L de Lula con los dedos; emoticones de WhatsApp
con una mano de cuatro dedos (como la mano izquierda de Lula); camisetas de la
selección de Brasil con el número 13 y el nombre Lula; un gay que estudia jiu
jitsu para defenderse; los estudios que prueban el voto oculto y avergonzado en
Lula, como el de João Gomes en la praça da Cemig; la estatua del Trabajador
Anónimo desaparecida en un mundo uberizado; gente con camisetas rojas con la
frase o voto é secreto; blocos de carnaval pro Lula recorriendo Belo Horizonte
(y urbes de todo Brasil) con alegría recobrada. Detalles de la Tenda da
Democracia en la plaza 7 de Setembro de Belo Horizonte: madres tejiendo
toallitas de Lula, militantes de Médicos y Médicas Com Lula y Alvorada
(colectivo nacido tras el golpe a Dilma).
Entre Lula y
Bolsonaro, el flashback casi vacío de las terceras vías. Esquivos miembros del
Partido Novo que gobierna Minas con un empresario (Zema) que llegó con la ola
antipolítica bolsonarista y ahora huye de los focos mientras amenaza el
medioambiente con proyectos como el Rodoanel o la mineración en la serra do
Curral; candidatos del Partido Democrático Trabalhista (PDT) desdibujados por
la agresiva campaña presidencial del centro izquierdista Ciro Gomes contra
Lula; un militante del PDT afirmando que “Bolsonaro va a perder aquí no porque
Minas sea petista, sino porque al mineiro no le gustan los mentirosos”. El
estilo caótico-fanfarrón del presidente no acaba de funcionar en Minas, región
de gentes comedidas. Puede costarle la reelección, según analistas de The
Intercept.
En un banco de
praça da Liberdade de Belo Horizonte, uno de los epicentros simbólicos de Minas
Gerais, un hombre negro elogia a Bolsonaro. No consigue decirme qué ha hecho
bien. Ignora datos negativos que le comento sobre su gestión. Está convencido
del triunfo de Bolsonaro, a pesar de que ningún candidato que no lidere las
encuestas en la recta final ha ganado la presidencia. Mi interlocutor, al
despedirnos, tira de mitología. “Bolsonaro llegará en un rato”, me dice.
Consulto en el móvil la agenda oficial del presidente.
– Hoy no hay ningún evento de Bolsonaro en Minas, le digo.
– Sí, sí, seguro.
Hay una moticiata. En un rato aparece por aquí, me responde sonriendo.
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