viernes, 8 de abril de 2022

ZELENSKI Y GERNIKA

 

ZELENSKI Y GERNIKA

El presidente de Ucrania puso a España a discutir sobre la Guerra Civil para favorecer sus difíciles objetivos políticos y militares. Los diputados de izquierdas le aplaudieron. El regocijo del progresismo otanista no tuvo límites

PABLO IGLESIAS

Volodímir Zelenski interviniendo ante el Pleno del Congreso

de los Diputados el 5 de abril de 2022.

Casi todas las cabeceras españolas han llevado a sus portadas la referencia que hizo Zelenski al bombardeo de la Alemania nazi sobre la población vasca en 1937, que se convirtió en un símbolo universal del horror gracias a Pablo Picasso.

Que Zelenski es un maestro de la comunicación política no admite discusión. De hecho, simboliza mejor que nadie un nuevo paradigma de líder político que encarna el mensaje y el relato. Zelenski llegó a ser presidente de Ucrania tras representar como actor al presidente de Ucrania. Millones de ucranianos vieron en aquel presidente de ficción al presidente que realmente merecían y Zelenski y su productora (que actuó como una eficaz máquina comunicativa de guerra electoral) supieron dar al pueblo lo que el pueblo deseaba. El presidente de ficción se presentó y con un discurso antiestablishment, progresista en muchos aspectos, arrasó en las elecciones. Zelenski es licenciado en Derecho, actor, guionista, director de cine y de televisión. No hay mejor formación imaginable para un político del siglo XXI.

 

La historia suele ser mucho más caprichosa que los guionistas y a Zelenski le ha tocado representar su papel en circunstancias quizá muy diferentes a las que había imaginado. Quien prometió diálogo y paz terminó viéndose a sí mismo defendiendo al nazi ucraniano Stepán Bandera como referencia histórica ineludible de la nación ucraniana, manteniendo y ampliando la ilegalización de partidos de izquierdas y tragándose la influencia ideológica y militar de la ultraderecha armada. Como señalaba hace poco Rafael Poch, no es imposible que esa misma ultraderecha armada le pegue dos tiros al propio Zelenski cuando intente firmar la paz con Putin. De hecho, sería un final trágico a la altura del personaje. Pero mientras tanto, es indudable que ese descomunal actor, cuya lengua materna es además el ruso, ha superado al mito del generale Della Rovere de la novela de Montanelli y la película de Rossellini.

 

Lo que logró ayer en España es sencillamente espectacular. Y no vale despreciar a Zelenski diciendo que tiene el apoyo de todos los poderes mediáticos occidentales. Se pueden tener todos esos apoyos y aburrir a las ovejas. Piensen en el ridículo de Aznar intentando hacer el saludo militar a nuestras tropas o poniendo los pies en la mesa con su amigo George Bush y compárenlo con Zelenski, con su camiseta verde oliva y su traje de guerrillero. Desde que Fidel y el Che Guevara eran dos jóvenes y guapos revolucionarios, el mundo no había conocido a ningún político tan sexi. ¿Estoy frivolizando? ¿Tiene sentido hablar de sexapil y comunicación política mientras estamos rodeados de crímenes de guerra y caen las bombas en Ucrania? ¡Tiene todo el maldito sentido! Porque el frente mediático e ideológico de las guerras a veces puede ser aún más determinante que el estrictamente militar. Lo que aquí trato de explicarles es que la política comunicativa de Zelenski en un contexto de guerra se estudiará en las facultades de política y comunicación de todo el mundo.

 

Lo que hizo Zelenski en el Congreso de los Diputados tiene una fuerza ideológica bestial. Ha puesto a España a discutir sobre la Guerra Civil para favorecer sus difíciles objetivos políticos y militares. Ayer todos los diputados de los diferentes grupos de la izquierda parlamentaria, críticos con las ilegalizaciones de partidos en Ucrania, con las violaciones de derechos humanos en la retaguardia ucraniana y críticos también con el envío de armas, le aplaudieron puestos en pie. El regocijo del progresismo otanista no tuvo límites.

 

 

El casi siempre comedido Juliana no pudo dejar de expresar su placer ante este aplauso unánime celebrando lo disciplinada que es España desde “la tragedia de los años treinta” y permitiéndose hacer bromas sobre el hecho de que Pablo Echenique, que padece desde su nacimiento atrofia muscular espinal, no aplaudiera ni se pusiera en pie. Al loro con Zelenski que ha conseguido que mi solemne amigo Enric Juliana se permita hacer bromas sobre que Echenique ni camina ni puede aplaudir. Hay que tener mucho sexapil para excitar el humor negro del eurocomunista de Badalona; yo jamás lo he conseguido, y mira que le tomo el poco pelo que le queda cada vez que tengo ocasión.

 

Zelenski humilló además a la derecha española mencionando Gernika, hasta el punto de obligarles a arrancarse una vez más su máscara democrática y gritar desesperadamente en Twitter “¡Paracuellos!, ¡Paracuellos!” El exjefe de gabinete de Rajoy y dedo meñique de Mauricio Casals, Paco Marhuenda, llegó a escribir que hay una continuidad histórica entre Paracuellos, Katyn y Bucha. Casi nada. Zelenski, amigos, romanos, compatriotas, consiguió ayer retratar la repugnancia de la derecha española mejor que cualquier ley de memoria democrática.

 

Pero la cosa no acabó ahí. Zelenski señaló además a las empresas españolas que hacen negocios en Rusia. Si eso lo llega a decir Ione Belarra, la CEOE y el Lesmes team le hacen un comunicado y más de un liberado sindical habría dicho que no jodamos los puestos de trabajo de Porcelanosa. Al fin y al cabo, Porcelanosa decora tus mejores sueños aquí y en Rusia.

 

En estas semanas Zelenski ha conseguido que Javier Cercas, famoso y con columna-escaño en El País desde que escribió Soldados de Salamina (una buena novela que nos contaba que, gracias a Dios, nuestro mundo y nuestra España no tienen nada que ver ya con la guerra civil gracias a la bendita reconciliación) se marcara un artículo “No pasarán”. Cercas, con dos ovarios, evocando el No pasarán y yo escribiendo a MAR por Telegram para que me recomiende una marca de whisky.

 

Zelenski, atención, nos ha puesto a todos debatir de la que probablemente sea la guerra más ideológica del siglo XX: nuestra guerra civil. Aquella guerra de clase que ganó la derecha en el campo de batalla gracias a la Alemania nazi, a la Italia fascista y gracias a la indecencia de las potencias de la no intervención (que hoy no se debería repetir, dicen con toda su jeta, los progres proOTAN), produjo toneladas de literatura heroica, desde Hemingway hasta Almudena Grandes. Ayer Zelenski, hablando de Gernika, puso todo ese patrimonio ideológico a trabajar a favor del ejercito ucraniano, mientras el rojipardismo soñaba enfurruñado con que Putin supiera comunicar algo mejor y no pareciera lo que es: un maldito autócrata anticomunista.

 

Es improbable, aunque no imposible, que Zelenski logre que la OTAN imponga una zona de exclusión aérea y más difícil aún que consiga una intervención militar, pero es impresionante cómo da la pelea ideológica. Que tenga inmensos apoyos mediáticos no le quita ni un gramo de habilidad.

 

PS: Anoche hablaba con mi padre de todo esto. Y me decía: “Hijo, nosotros antes sabíamos a quién apoyar en las guerras. Sabíamos quién había ganado la guerra a nuestros padres. No teníamos dudas de que los vietnamitas y los nicas tenían toda la razón. Ahora no entiendo nada”. Mi padre, en su tristeza de viejo militante, tenía toda la razón. Zelenski ayer nos puso a todos a hablar de Gernika y de la guerra civil y todos seguimos al flautista. Pero ya no vivimos en ese breve siglo XX lleno de horrores pero con tantas certezas ideológicas. Hoy vivimos el horror sin certezas. Geopolítica, gas, petróleo, cadáveres de civiles ejecutados, riesgo creciente de una guerra nuclear, crisis económica y fake news. Pero no nos compliquemos la vida. No miremos arriba; pensemos en Gernika

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