UNA MIRADA A LO LEJOS
CAROLINA VÁSQUEZ ARAYA
El año comienza con una inevitable pregunta:
¿Hasta cuándo?
El repunte de contagios provocado, en cierta medida, por las reuniones de fin de año y la confusión generada por medidas sanitarias insuficientes y contradictorias, marca con fuerza el inicio de una nueva hoja en el calendario. En algunos países del continente continúa la campaña de vacunación para el segmento infantil con la intención de retornar a las clases presenciales y, en otros más avanzados, ya se comienza a administrar la cuarta dosis en adultos. Estas medidas emergentes demuestran hasta qué punto los gobiernos responden a la imperiosa necesidad de recuperar el control de la economía y, con ello, un estilo de vida cuyas características parecen formar parte del pasado.
Lo que no se dice
es cuánto daño irreparable ha causado esta pandemia en los países menos
desarrollados. Se evita escarbar en la cuantiosa pérdida de oportunidades de
estudio y de trabajo para los segmentos medios y con mayor énfasis en los menos
favorecidos de nuestras sociedades, en donde las restricciones de movilidad, el
cierre de establecimientos educativos y comerciales, así como la reducción
drástica de los ingresos ha provocado un fuerte traslape descendente de las
distintas capas sociales. Además, el impacto negativo en la calidad de vida ha
cruzado a todo el universo, desde las familias de altos ingresos hasta quienes
sobreviven en la extrema pobreza.
Pero si los adultos
reaccionan con temor ante la incertidumbre del futuro inmediato, es fácil
imaginar cuánto de esa angustia permea hacia el resto de la familia,
especialmente sobre jóvenes y niños cuyas rutinas han sido anuladas de golpe,
impidiéndoles realizar actividades esenciales en el proceso de alcanzar un
desarrollo integral y saludable. El efecto psicológico de la pandemia en la
población infantil y juvenil es un factor desconocido, cuyas consecuencias en
la salud física y mental están aún por verse.
En este proceso
complejo y cargado de incógnitas, se cruza un cúmulo de hipótesis, opiniones
contradictorias de científicos y posturas antagónicas de grupos de interés -entre
ellos, líderes religiosos que niegan la existencia del virus- capaces de
confundir aun más a una población poco informada y temerosa, pero sobre todo
sujeta a decisiones no consensuadas ni compartidas. La autoridad de los
gobiernos ha sido, en este caso específico, un ensayo de prueba y error
contaminado por los intereses de sectores de poder cuya menor preocupación es
la salud pública y cuyo mayor interés reside en poner en marcha la economía, a
cualquier precio.
El costo social de
la pandemia es, hasta la fecha, difícil de calcular. En algunas naciones del
continente, el grueso de la población vive alejada de los centros urbanos y sin
presencia de Estado. Es decir, habitan en una esfera cuyos indicadores son
desconocidos por las instituciones y en donde carecen de todos los recursos
básicos de atención sanitaria. Al ser víctimas de una enfermedad tan
devastadora como la provocada por el Covid-19 y sus variantes, sus esperanzas
de vida se reducen al mínimo. Estas comunidades son, en su mayoría, integradas
por los pueblos originarios que han sido históricamente marginados,
desprovistos de poder económico, político, y asediados de manera constante en
una batalla sin cuartel por sus tierras y sus recursos.
Para comenzar a
entender el alcance de los efectos de lo vivido actualmente en el mundo es
necesario dar una mirada a lo lejos, poner atención a lo que sucede más allá de
nuestro entorno inmediato y todavía mucho más allá de nuestro limitado concepto
de sociedad. En las fronteras urbanas está el inicio de una realidad distinta,
cuyos indicadores representan el verdadero perfil de nuestros países. Al
interior de las ciudades también existe otra frontera, otra división
ilustrativa de la desigualdad, y es la marcada entre la población adulta y los
amplios sectores de niñez y adolescencia, más afectados que nadie por este
fenómeno sanitario complejo y desconocido que escapa a su comprensión y altera
su vida de modo radical.
Vale la pena echar
una mirada a la verdadera patria, la que hemos decidido ignorar.
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