EL REY MAGO DE OCCIDENTE
DAVID TORRES
El rey Felipe y su
padre, el rey Juan Carlos, momentos antes de asistir a la ceremonia de entrega
de los Premios Nacionales del Deporte 2017 que ha tenido lugar hoy en el
Palacio de El Pardo. Imagen de enero de 2019 EFE/Ballesteros
En España existe una serie de tradiciones muy bonitas relacionadas con los Reyes Magos, una fiesta donde los adultos hacen como que son niños y donde los niños hacen como que no se enteran de nada. Hay que tener la fe ciega e ingenua de un crío para creer en esta liturgia anual de las cartas, los calcetines, los dulces y los regalos, por no hablar de creer en la panzada de currar que se pegan los tres monarcas en una sola noche a lomos de sus camellos. De hecho, esta fantasía nos gusta tanto a los españoles que, gracias a los borbones, hemos trasladado la fiesta a todos los días del año: así podemos seguir sintiéndonos niños toda la vida y fingiendo que no nos enteramos de nada.
La identificación
es tan perfecta que, por puro azar, Juan Carlos de Borbón cumple años el 5 de
enero: hasta la cigüeña avisaba del pedazo de obsequio que se nos venía encima
aunque no desde París, sino desde Roma. Para terminar de cuadrar la alegoría,
Juan Carlos lleva un par de años exiliado en Oriente, mimetizado entre
palmeras, oasis, jeques árabes y traficantes de armas, una escenificación
contemporánea de la vieja leyenda en que tres astrólogos venían de muy lejos al
portal de Belén guiados por una estrella: la guía Michelin de la época.
Con los Reyes Magos,
la verdad, todo está envuelto en el misterio, y con los borbones, más todavía,
hasta el punto de que no se puede hablar del rey emérito y sus muy reales
chanchullos ni en los tribunales ni en el Congreso de los Diputados, porque
estaría feo. El PSOE, el PP y unos cuantos escuderos políticos más se comportan
con la corona en el mejor estilo de los tres monos sabios del budismo: no veas
al rey emérito, no oigas al rey emérito, no hables del rey emérito. Únicamente
las revistas del corazón y los programas de casquería al por mayor tienen
patente de corso para comentar estos asuntos de barraganas y amigas entrañables
de los que los españoles lo sabíamos más o menos todo, sólo que mirábamos para
otro lado.
El pasado sábado,
en Sálvame DeLuxe, María Patiño, Chelo García Cortés y Kiko Matamoros sacaron a
la luz la vieja historia de las cintas con que Bárbara Rey chantajeó a Juan
Carlos de Borbón y al CNI por una millonada y un montón de contratos en
televisión -una historia, en efecto, tan vieja que muchos españoles llevamos
haciendo chistes con ella desde mediados de los ochenta. García Cortés llegó
incluso a desvelar el alias con el que el rey Juan Carlos llamaba por teléfono
a Bárbara Rey (Juan Sumer, abreviatura de Su Majestad el Rey) y lo mejor de
todo es que, de momento, el alias no ha aparecido en los audios de Villarejo.
Que al rey Juan Carlos lo haya reemplazado Bigote Arrocet y que entre Sálvame
DeLuxe y las psicofonías de Villarejo se esté reescribiendo la intrahistoria de
la monarquía española lo dice todo sobre la monarquía española y sobre muchas
otras cosas también.
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