¿QUE SERÁ DEL PAPEL?
QUICOPURRIÑOS
Me lanzo a escribir y me pongo a
pensar a estas horas donde el Sol hace tiempo ya que se retiró diciéndote hasta
mañana. Es que no te acuerdas, años atrás, cómo y con qué escribías.
El primer recuerdo que tengo, claro, tonto de mí, es un lápiz y un papel, también los creyones, pero esos eran para pintar en la infancia sobre el papel cuadriculado. Luego vino la máquina de escribir con la que te iniciabas con dos dedos, esa en la que si ponías un papel de calco sacabas una copia, y si ponías varios papeles y calcos, pues más; pero la última casi no se leía y si el papel de calco llevaba varios usos, ya ni te digo. Después llegó la máquina de escribir eléctrica. Y luego una que incorporó una bola loca que se movía y lanzaba las letras sobre el papel a toda velocidad, a toda pastilla. Y pasado poco tiempo apareció una que tenía un poco de memoria y te permitía grabar textos que luego ella repetía una y otra vez sin cansarse. Hasta que irrumpió el ordenador. La revolución. Llegó sin pedir permiso, para cambiarlo todo y para quedarse. Y vamos que sí llegó y se quedó. Sé que al principio a mí me parecía, tonto de mí, una herramienta inútil, y esto a que le sirve a un abogado preguntaba una y otra vez, tonto de mí, tantas veces tonto. En esas recuerdo que mi amigo José María Díaz Castro, Ingeniero él y que estaba al día en esos avances tecnológicos, me instaló uno en el despacho. Pruébalo Quico me dijo por unos días. Me dio tanto miedo de estropearlo, pues en esa época tenías que jugar con los f1,f2, y la madre que los parió para poner mayúsculas o negrilla, que lo encendí una sola vez y luego lo apagué por miedo a fastidiarla. Corrían los primeros años de los años ochenta. A la semana siguiente se lo devolví asustado. Tonto de mí. Y hoy no puedo vivir sin él, sin el ordenador, no sin José María, al que conservo como amigo.
Tardé un tiempo en asumir la
realidad. La de los ordenadores, la de la generación del Bill Gates and Company,
pero tragué. Y hoy estoy escribiendo, como en otros días, en uno de esos
invasores que nos cambiaron el mundo. En el mío.
Pero desaparece el papel, se nos va.
Está bien leer el periódico cada mañana, todos los del mundo si quieres, a
través del ordenador o desde el mismo móvil, El Día o el Diario de Avisos, La
Provincia, Canarias Siete o El Mundo, El
País o cualquiera del resto del planeta. Pero, nostalgia será. A mí me gusta el
contacto con el papel. Pasar página. Pasar la página y que cuando se pega, que
a veces sucede, mojar el dedo con saliva y ayudar a la hoja que de un pase
adelante, darle un empujoncito, para seguir leyendo. Y leerlo en la Cafetería
de siempre, mientras tomas un café, y luego manteniendo una tertulia cercana,
la del día a día, con los amigos de siempre y frente a frente, cercana,
viéndonos directamente las caras, sin móviles de por medio para luego
despedirnos con un apretón de manos o con un beso y un hasta mañana.
Pero es que además, y de eso tendré
que mandar una seria, contundente y fundamentada reclamación al “defensor del
lector”, ese de las editoriales de versiones digitales de periódicos, porque es
que en ellas no salen esquelas. ¡No!, rara vez sale una esquela. Las esquelas. Mis
queridas esquelas. Cuánto aprendes y cuanta información te transmiten ellas si
adivinas, si aprendes a leer entre líneas. Hay que saber leer una esquela, sí.
La de mensajes que transmiten en pocas palabras. Lo primero es la edad y nombre
del difunto. El lugar de fallecimiento, eso es fundamental. Y puedes elaborar
con los que dicen adiós, con los que te sueltan un ahí te quedas, una
estadística por municipios, porque hay días, sorpréndete tú, tú tú, sí tú, que
según las esquelas, pues eso, que hay días en que mueren más paisanos en Tacoronte
o en Buenavista del Norte que en Santa Cruz o La Laguna, Taco incluido. Misterio,
porque por población no debería ser así. Y segundo, por seguir un orden: los
parientes y algún que otro comentario más que a veces se cuela entre las líneas
de esas esquelas con foto incluida publicada del que ya no está. Por cierto a
veces la foto del difunto, que falleció después de recibir los santos auxilios
espirituales a la edad de noventa y cinco años, es de cuando el mozo hizo la
mili, pero la familia, por el retrato, lo reconoció de inmediato. Es que está
igualito, díjole la prima a su hermana al verla en el periódico, esa esquela, la
misma, que luego recortó y guarda como un tesoro entre las páginas de su diario
o en una cajita donde acumula sus recuerdos, pues el nombre de su pariente y
también su foto, por una vez, salió en un medio de comunicación.
Y sigo. Si en el periódico salen dos
recordatorios del fallecido, lee con detenimiento, porque si el que se fue dejó
dos esposas, una oficial y la otra no tanto, rivalizarán dos viudas, que proclamarán
a los cuatro vientos, que al que ya no está lloran y recuerdan como amadísimo que
fue. Y ¡atento!, ambas te convidarán a su velorio.
Luego están los nombres de los que se van, de
los que se cansaron de estar. Y lees nombres impensables, descubres nombres que
no podías ni imaginar que estuvieran en el santoral. En eso se lleva la palma,
los naturales, los hijos de la isla de La Palma. Falleció el día tal lees y
deja siete hijos, y los nombran uno a uno
y al llegar al cuarto, entre comillas dice el periódico ese no
pagó…refiriéndose al precio de la esquela. Esto lo leí con estos ojitos que
ahora miran al ordenador. Mis queridas esquelas de las que otro día hablaré más
en profundidad, pues tengo que tirar de archivo para contar tantas cosas que
leí en ellas.
Pero decía que el papel se nos va, ¡qué
pena! Todo él, o casi todo. Ahora todo es, todo va, en digital. En “On Line”. En
“Facebook” o “Instagram”, la cita previa
con la Administración, por “On Line”. Y si es para tu médico, igual. Leer un
libro, por el móvil por la tablet, por el ordenador. Comunicarte, con la tablet
o el celular que dicen en Sudamérica. Adiós al papel, algo que agradecerán los
árboles del mundo, pero tampoco hay que pasarse. Veamos árboles, en este
planeta llamado Tierra, convivimos animales, unos más que otros, que los hay de
dos y de cuatro patas, con más o menos sesera. Y árboles y también plantas
y legumbres, y hortalizas. Y granos que ofrecen sus frutos.
Y sí, todos tenemos que ser solidarios. Tú también arbolito mío debes
contribuir al desarrollo global. Igual que la vaca da la leche y la gallina sus
huevos para alimentarnos desinteresadamente. Tú dona una ramita, de vez en
cuando, para hacer papel, ese que ayuda a poner negro sobre blanco y
comunicarnos. Por favor te lo pido árbol mío, estés donde estés, en la Amazonía
o en un monte de mi querida isla llamada Tenerife, mójate, brinda tus ramas a
algo más que a ser soporte de la soga del ahorcado desesperado, que también los
hay.
Sentado estoy, en la taza del wáter,
como cualquier humano, haciéndole la necesaria visita diaria, y mientras eso
hago, y me entretengo mandando wsaps desde el retrete escondido de mi corazón,
que diría Santa Teresa de Jesús, descubro ¡Vive Dios! que no queda, que no
queda papel en el rollo y claro, por muy digital que sea ahora el mundo, yo, el
culo, con el dedo no me lo limpio, ni ahora ni nunca, y grito, sin temor a que
los vecinos puedan escuchar, ¡Mary tráeme papel! de ese, del que siempre
sobrevivirá. Quizás el único. El imprescindible. El que nunca morirá. Que lo
sepan los árboles de la tierra.
quicopurriños. 2 de diciembre
del 2020
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