CORBATAS
¿Me la cambias?
QUICOPURRIÑOS
Se acercaba, otra vez, el fin de año. Como cada año. Y ese entrañable gomerito, el curita, Juan Antonio Rodríguez, ese abogado amigo de todos canoso ya, nos convocaba una vez más a un almuerzo, a los que, entre otras cosas, nos dedicábamos entonces a compañías de seguros. Ese era el lazo, el punto de encuentro, de unión. Y me mandaba por fax la convocatoria, citando día y lugar del encuentro, presupuesto de la comida y pidiendo confirmación. Esta sale a cinco mil por cabeza, en pesetas, me decía, y yo le fotocopiaba un billete, y se lo reenviaba por fax con el mensaje “darte por pagado”. Y se reía llamándome Antoñito y diciéndome, que, aunque original, no era un medio de pago. Y yo no entendía porqué, ni a día de hoy.
En una de esas comidas, que con tanto cariño
convocaba, le digo: Los abogados debemos ir a juicio elegantemente vestidos,
con traje y corbata. Y tengo mucha corbatas, que las muy no se estropean por
más que pase el tiempo, pero es que me aburren verlas siempre colgadas, siempre
en el armario, las mismas y repetidas corbatas impecables. Y ya no estoy por la
labor de comprar otra porque están nuevas, no se gastan las desgraciadas. Y le
digo al compañero: a la próxima comida, incluye en la convocatoria, a instancia
mía, que cada uno lleve una o dos corbatas, de las que tienen en sus percheros,
las que les sobran, de las que están harto, Y nos las intercambiamos, y nos
renovamos apareciendo al día siguiente en los juzgados con una imagen nueva,
resplandeciente, diferente. Guapos, guapitos.
Pues dicho y
hecho, y así fue. Cheché, Oscar Aranda, Claudio, Ricardo Ruiz Arcos y tantos
otros llevaron su corbata e hicimos trueque. En ese cariñoso almuerzo en el
Casino lagunero, cuando ya terminaba el año. Compartimos papas con carne y
langostinos al ajillo, regado todo de buen vino, intercambiando corbatas de colores
y afortunadamente despidiéndonos con un abrazo, algún beso y un hasta mañana.
No me acuerdo del año
que fue, pero sí que intercambiamos corbatas, muchas, en la calle del Agua, cuando
casi el año moría. De eso sí recuerdo que pasó. Seguro. Y que nos fuimos todos
después a casa contentos, con la nueva. Con esa renovada corbata colgada al
cuello, entregada, regalada, intercambiada con cariño, por un amigo de años,
eso que fue posible porque Juan Antonio, el gomerito, el curita, el abogado
canoso, ese que desgraciadamente ya no está, que se fue, y al que recuerdo con
cariño, incluyó ese año en la convocatoria la sugerencia que le hice.
quicopurriños, 4 de
diciembre de 20202
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