TERSA HECHURA
José Rivero Vivas
Enero de 2018
En este preámbulo hemos de agradecer, en primer lugar, la
presencia del público asistente. Luego, destacar la liberalidad de la Mutua de Accidentes de Canarias, cuya
acogida en su sala nos permite realizar el Acto
de Presentación de estos libros.
Seguidamente damos las gracias a Ánghel
Morales y Pablo Bethencourt Attias, con quienes comparto mesa y en grata
reciprocidad nos acompañamos. Mi personal agradecimiento a Francisco Pomares, de Ediciones
IDEA, con su equipo editorial, por esta continuidad de publicación, lo que
sin duda reafirma mi trayectoria de autor.
Ya en ello, he de reconocer, en especial, a Basilisa Brito Facundo, la gran proveedora: esposa, madre, amiga,
su generosa entrega, que estoica y sin reproche auspicia el desarrollo de mi ardua
labor. Su paciencia ha sido inaudita, puesto que en estas cosas uno resulta
impertinente, a veces irascible, por estar mayormente absorto en el quehacer,
lo que lleva a responder con descuido hacia la sensibilidad del otro. Ella, sin
embargo, ha sido capaz de superar toda prueba y dedicarme su tiempo sin trabas;
hoy, además de sostén, se ha convertido en báculo de este pertinaz andariego.
*
Pablo Bethencourt Attias, pianista, compositor, director del
Grupo Retablo, ensayista, poeta y narrador, era documentalista, en Madrid, de
Radio Nacional de España, cuando juntos entramos en el estudio para aquella
entrevista que nos hizo Maite Pascual, con motivo de la publicación de Los amantes, del que también hizo un análisis preciso. Ahora, que todavía vibra su voz en la
exposición de su glosa, no parece por mi parte acertado ninguna alusión
susceptible de aseverar, o tal vez objetar, su magnífica disección de las
novelas presentes, aporte que sin duda habrá de prevalecer en el tiempo.
Después de oír su excelente comentario cabe, sin ambages, preguntarse:
¿Cuál es la sustancia de estos escritos? Pensar que esta hora de la tarde
volverá mañana a ser otra vez, lo cual supone decir antes de caer en la
contrariedad del personaje, aunque lo ideal sería esgrimir algo fantasioso
relativo a su inquietud y necesidad. Acaso fuera lo mejor; por ello, el autor
se compromete a buscar de noche la serie de datos memorables, para esclarecimiento
de su urdimbre. Por lo tanto, cada relato nace bajo este clamor, aunque el tema
parezca disparatado, después de sopesado el pronóstico de su ventura.
Hemos de considerar, además, cuanto en Alodio, relativo a su ponderación ante los demás, José Díaz
Hernández dice a este respecto: Las
obras han de mantenerse en pie por sí mismas, su tesoro y su valía. Procurarles
firmeza, por parte del propio autor, podría ser arriesgado, cuando éste no
figura cual miembro relevante de la sociedad que integra. Si se aparta de esta
senda, verá gradualmente complicarse su proyecto, lo que obstruirá el
procedimiento que ha de conformar la trama. Ello le obliga a dejar el
vaticinio, so pena de caer en repetición involuntaria, por lo que observa la
conveniencia de ir despacio en la historia referida, tratando de insinuar
apenas similitud con la realidad. Este motivo induce al autor, con expresa
intención de atribuirles peculiaridad, a designar sus personajes con nombre y
apellido, olvidado con frecuencia por lectores y críticos. Sucede asimismo con
su propio nombre, José Rivero Vivas,
que además de singularidad frente al gran número de José Rivero, existente en diversas facetas del afán general,
reivindica el patronímico de su madre, Vivas,
parte esencial equivalente en su origen y existencia. Encima, su nombre
completo forma un heptasílabo, verso de su predilección en la lírica hispana.
El tema está especificado en El escritor
ajeno, ensayo del autor sobre la raíz de su ajenidad.
De manera que no es a secas Hermógenes, nombre que recuerda al
de aquel luchador, a quien conocí con Cándido Hernández, en una Feria del Libro
en la Plaza de la Candelaria -nuestro contacto fue esporádico porque pronto
volví a Londres, pero muchos me hablaron de su odisea, entre ellos Ánghel
Morales-. Así pues, decimos Hermógenes Sangil, Begoña Pulido, Marco Albino,
Clorinda Cruz, Víctor Simón, y otros. La estructura del texto va de ese modo,
dando medida, ritmo y sonoridad a la frase; por consiguiente, hemos de
atenernos a lo escrito, ya que eludir pronunciarlo es como ignorar la cesura
sugerida por el signo de puntuación.
Consciente de que su discurso no conduce a nada, cree este
hombre, en etapa activa, serenar su espíritu con música de fondo, aunque es
melodía extraña a cuanto cavila. Sin embargo, prefiere aliviar su pesar antes
que hundirse aposta en la melancolía producida por el entorno. Esta suma nos
lleva a la concepción de que cada obra guarda su secreto, que va templando a
medida que toma conformación y crece. Se trata de algo intrínseco en sí, que
solamente a ella pertenece, y, nadie, ni siquiera su autor, que es en realidad
quien presumiblemente lo conoce, debe desvelarlo. Mañana, el nuevo día aportará
aire fresco a esta aventura que debe emprender antes de logrado el éxito en las
causas nítidas y transparentes. De aquí ha de surgir evidencia que ponga de
manifiesto cuántos problemas subyacen en la sociedad, pese a que, en cuanto
persona en desasosiego, se sustrae a su consecuencia, próxima y distante,
tratando de eludir el desarraigo de sí mismo, que emana de un código inspirado
en la meliflua condescendencia con su propio ser. Ello proporciona fin y
principio a la narración, sin que exista obligada correspondencia con la diversidad
del tema, vertido con plena intencionalidad en hiperbólica sucesión.
En Alodio disfrutamos
la sutileza del libre patrimonio, que ciertamente es, conforme anuncia el
subtítulo, biografía de José Díaz Hernández, figura central del relato, donde
todo lo exhibido, inclusive lo anecdótico, guarda manifiesta relación con su
propia historia. Pero la veracidad de su impronta puede ser con sencillez
impugnada, cual sucede al final, donde se revela en parte la impostura del
personaje, ante la imposibilidad de justificar su auténtica razón de ser al
margen de la ficción.
Centrados en el tema de
Rútila oquedad, pronto se advierte una suerte de evasión relativa a la
identidad de los distintos personajes; esta circunstancia lleva a inferir que
el argumento va más allá en su propósito, lo cual nos sugiere esta reflexión:
Lejos de la historia sobre las dos célebres ciudades, ¿qué representa Cotunda
respecto de Colmario? ¿Se trata de un espacio determinado? ¿Es tal vez una
actitud? Quién sabe. Alguien piensa sobre lo que otros refieren, y comenta para
sí cuanto le ocurre rumiar, que tal vez mezcla con aquello que oye, sospecha,
imagina… Su vigencia, nada confusa, emerge conforme con cuanto acaecer
conmociona su sensibilidad, que lo estimula a permanecer en estado de honda y
pura abstracción.
De lo anterior se deduce que esta forma de hacer no implica
pretensión de ostentar originalidad en la obra creada, puesto que forma y
contenido surgen de manera espontánea, como susurro que se escucha desde el
mismo inicio de la escritura; después, uno analiza el hallazgo y estima si
merece reserva. Aceptación y éxito dependen más tarde de la valoración del
lector, en sus diversas vertientes, sumado todo a cuanto la suerte habría de
mostrarse propicia al autor.
José Rivero Vivas
Islas Canarias
Enero de 2018
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