2018, EL AÑO DE LOS OLVIDADOS
POLÍTICOS
IMMA AGUILAR NÀCHER
Este
es el tercer texto de una suerte de trilogía en la que situábamos el año 2018
con un año que en lo político abría tres caminos de posibilidades e
incertidumbres sobre el voto decisivo de los jóvenes, el papel de las mujeres
políticas y el de los olvidados.
Hace
un año, en estas mismas páginas publicaba un artículo titulado “ 2017, el año
de los huérfanos políticos”, en el que se señalaba el creciente número de
electores que habían perdido su partido de referencia. En definitiva, votantes
politizados que tienen la intención de participar pero que no tienen a quién.
Están situados mayoritariamente en el centro izquierda ideológico y han
oscilado entre varios partidos. Como no son abstencionistas en rigor, son
fácilmente movilizables, principalmente por el voto útil. No son tantos, pero
pueden llegar a constituirse en una amplia élite influyente. Es muy probable
que usted, lectora, lectora, se sienta identificado con este tipo.
En
2018, cabe añadir otra bolsa de votantes desmovilizados, arrinconados y en los
márgenes del sistema que no sienten que la política les represente, o les
apele. Son abstencionistas radicales. Algunos no han votado nunca y no piensan
hacerlo. Sienten que los partidos viven de espaldas a ellos. En España no son
demasiados, pero sí representan masas ingentes de votantes en otros países. En
Colombia, por ejemplo, la mitad de la población no ha votado nunca ni ha
previsto que lo pueda hacer.
Estos
grupos de votantes que quieren o no tiene a quien votar, suman un todo al que
podríamos denominar “los olvidados de la política”. Son los que más nos
deberían interesar a la comunicación política, porque en el caso de poder
movilizarlos podrían tornar una elección dando la vuelta como a un calcetín a
las previsiones. Con muchas precauciones y teniendo en cuenta las muchas
razones que confluyeron, podríamos decir que los olvidados decantaron el
resultado en Estados Unidos a favor de Donald Trump.
Si
asumimos que son capaces de decantar una elección, debemos atenernos a que
pueden llegar a ser tan decisivos como peligrosos cuando despierten. La única
manera de movilizarlos es encontrando el motivo con que se pueda hacerlos
despertar, aquel elemento de cambio que realmente les haga salir de sus
letargos. Lo cierto es que los partidos tradicionales suelen preferir dejarlos
dormidos como a dragones en sus cuevas ante el riesgo de que no sean capaces de
alinearlos a su favor.
La
política debería tener respuesta para todo, para todos. Es una patología del
sistema que sean los propios partidos los que sean percibidos como la causa del
problema, si no el problema mismo. Siendo así, están proliferando otras
fórmulas de articular la relación entre los ciudadanos y los proyectos
políticos, como es el de la movilización por firmas. Esta fórmula, sencilla en
muchos países, permite que un perfil personal carismático, extravagante, nuevo
o con recursos, (o todo a la vez) pueda llevar a cabo una campaña de
movilización e incluso ser capaz de despertar del letargo político a esas masas
de olvidados. Suena bien, sí, pero el riesgo es con qué promesa lo haga, a qué
inquietudes responda.
Despertar
a la bestia de su cueva puede ser paliativo de males mayores, pero también
puede ser un grave riesgo.
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