ANDANDO,
ANDANDO
DUNIA SÁNCHEZ
Andando, andando iban de la
mano. Unas manos ciegas al tacto, rajadas por el sonido de la vida que se iba
deteriorando. Andando, andando llegaron a un rincón donde una cascada lucia una
vestimenta blanca agresiva, muy blanca. Ahí se detuvieron, se miraron y de sus
labios emanaron palabras a la brisa vespertina que los acogía.
XX: Estoy cansada. Sí, muy
cansada. La pesadez de la monotonía de los días se afinca en mi espalda y
parece que no avanzo. Ahora estás junto a mí, frente esta cascada, con el rigor
de tu mano poseyendo la mía. No siento nada. Tu calor se evade por grutas
ocultas donde el amanecer no tiene cabida, donde el amor se disuelve a expensas
de un agua que corre y corre a la nada. Qué hacemos. Esta es nuestra última
parada. Ya no más. Debemos distanciarnos, recorre caminos distintos a nuestros
sentidos.
YY: Sí, agotada. Pero
quizás…No te entiendo. A lo mejor con el tiempo las aguas se vuelvan mansas.
Lluvia de cristales retozan sobre nuestros vientres. Lluvia de una ilusión que
se desangra con el meneo de los días. Qué hacer…Qué hacer para que volvamos a
ser golondrinas de nuestros soles cuando el amanecer nos acecha ¿Alejarnos? Por
qué no. Ahí hay una cascada que corre y corre con una fuerza brutal. Por qué no
penetramos en ella. Tal vez esté la
repuesta de si continuar o abrirnos por rutas diferentes.
Cascada: Venid,
venid…Abrazarme bajo el influjo de mis aguas. Yo eximiré de vuestra rota
sensaciones. Ya la bruma os bloquea. Hay
que volar. Sí volar a mundos distintos por algún tiempo. El descanso. Sí, el
descanso os dará aliento para jornadas venideras. Ahora, vacío.
Andando, andando atraviesan
la cascada. Esa cascada fuente de lucidez. Tras de ella un espacio distinto, un
ambiente donde se enhebra los caídos en el amor. Mojadas se sienta una frente a
la otra con el calor húmedo de una gruta oscura, muy oscuro. Se escucha un
quejido, un quejido que viene de sus entrañas. Son los enamorados, los amantes
que en el dolor de la dejadez se encuentran ahí, en la gruta. Intentan mirarse,
la luminosidad de los ojos huye y huye. Todo perdido. Algo se aproxima. Ellas
ni se inmutan. Son los espíritus de amores perdidos, de amores llevados a la
decadencia. Cada uno absorbe cada una de ellas. Se disuelven, se separan, se
fragmentan hasta caer en las esferas de otros caminos, distintos.
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