EL NIÑO Y EL VIEJO(RELATO)
DUNIA SÁNCHEZ
Los días. Sí,
los días. Eran aquellos días cuando un pueblo vivía atormentado, cuando las
montañas dejaron de hablar y comenzaron a vomitar sangre de dolor, de angustia.
Días en que el astro rey secaba todos los manantiales que le daban vida. En aquella tierra asolada donde la
infertilidad de sus cultivos y el errar de sus gentes a otros lugares donde
buscar cobijo y el crecimiento de su ser todavía quedaba unos pocos. Unos pocos
cuya fe fuera lumbre de un mañana mejor, cuyo arraigo venía de sus antepasados
involucrándolos en lo estático de sus movimientos. Solo una espera, una larga
espera en medio de una guerra. Ahí había
una familia. Una familia humilde con sus gallinas, con su ganado, con lo poco
que daba la tierra. El padre llegaba y ahí yacían dormidos la madre y el niño.
Un sueño tal vez de un futuro más realizado, más coherente con el surgir de las
jornadas. Atrás había dejado sus cabras. Al sentirlo ellos despertaron. Ellos
se miraron. Y la pena es sombra que muele los corazones. A la mesa se sentaron
en la mesa. La mujer preparó de lo poco que tenía. Cuando hubieron terminado el
niño se marchó fuera de ese techo de ese techo aquejado por la miseria. Los gallos aún andaban en su rito del
crepúsculo. El tenía ganas de jugar. Iba tras de ellos. La madre y el padre se quedaron en casa. Ella
recogiendo en silencio. El mirándola fijamente cansado.
-¿Por qué me
miras así? ¿Pasa algo?
-No.
-¿El niño?
-Jugando fuera.
-Dile que
entre.
-No hay nada
malo que el niño juegue afuera.
- Las cosas no
están para que un niño solo este ahí, mejor está en casa. Entiendes.
-Si, mujer.
-Anda. Dile que
entre. No entiendo tu mirada. Intentas decirme algo pero algo te detiene. Dime.
-El niño no
está.
- ¿Cómo lo
sabes? No has mirado.
Los ojos de madre. La palidez paulatina que se
le incorporando. Tiró todo lo que andaba recogiendo en un acto de violencia al
suelo. Lo miraba. Miraba a su marido como quien mira a un extraño, a una bestia
negra entregada a la maldad.
- ¿Dónde está? ¿Dónde está mi
niño?-grita con el tremor de su cuerpo-
Desgraciado, ¿Qué has hecho de nuestro hijo? Quiero verlo ahora, ya. Te lo
suplico.
- Yo no tengo la culpa. Es la
obligación. Se lo han llevado para que se haga un hombre de provecho.
- No. No puede ser. Esto es mi muerte.
- No digas bobadas mujer.
Una bóveda celeste era ya resurgir en esa
pequeña aldea. Un celeste sucio, lleno de malicia que se introducía en todos
los hogares en busca de chicos y chicas para llevarlos como militares. Los
pocos árboles que había se retorcían más con sus secas hojas, con sus raíces
quemadas de tanta sequedad. La puerta suena. Alguien toca. Ella conoce el ritmo
de esos nudillos y abre. Es el cartero que con su bicicleta oxidada llega.
- ¿Cómo se encuentra señora?
- No me mires así. Mis días son declive
¡Qué injusta es la vida¡ Mi pequeño me lo han arrebatado ¡Oh mi niño¡ Aún tan
frágil. Tan inocente. No, no puede ser. Sé que la realidad es esta. Pero no la
asumo ¿Lo has visto por casualidad? ¿Sabes algo de él?
Con lágrimas en su rostro interroga al
cartero. El suspira. La pena le invade aún más a ver esta madre, al ver tantas
madres que han perdido sus hijos.
- Cálmese señora. Así no conseguirá
nada. No…no he visto a su hijo- dice el con un pesar.
- ¿¡Cómo que no¡? Tú que te recorres
todo, sabedor de todos los chismes, de todos los secretos de esta aldea y del
más allá no sabes nada de él. Dime algo, busca algo, entérate de algo. Tú lo
conocías.
Agarra al hombre por el cuello en esa suplica
de ser él quien le puede dar alguna información. El único. El se deja. No
responde. Solo era estática rama que se dejaba balancear por la furia de ella.
Hasta que llega el agotamiento. Se tira de rodillas y llora y llora. El cartero
impresionado e impotente permanece quieto, no sabe que hacer.
- Tome una nota para usted. Señora yo no
tengo la culpa. Yo solo soy un recadero. Lo siento.
- ¡No sabes¡ ¡No sabes¡ Iré de aldea en
aldea en busca de él. Y lo traeré ¡Oh mi niño¡
El cartero se va a la velocidad de la luz.
La brisa se ha levantado y anuncia un mediodía pesado, denso donde la
incidencia de los rayos solares más la tierra entorpece las miradas, los pasos.
A lo lejos esas montañas perdidas en arboledas, algo que no se logra ver en el pueblo.
Todo es yermo. Todo es aridez. La madre fijamente observa la huída del inocente
cartero. Una huída que la precipita andar y andar por esas tierras con la
lumbre de la esperanza. Quizás, tal vez lo encuentre.
Jason con sus
ojos ateridos y desconcertado mira a su alrededor. Busca algo. Alguien a quien
reconocer pero la dureza de las miradas le hace bajar la cabeza. El viento
sopla fuerte y con el arrastra la tierra que se incrusta en sus ojos
lagrimosos. El sabe y no entiende bien que no puede llorar que eso lo llevaría
a un castigo severo. Se reprime. Un
chico más o menos de su edad se le aproxima. La tarde comienza su canto
envuelto en la ventolera que parece calmar.
-¿Quién eres?
- Jason es mi
nombre.
-Ja, Ja. No te
has dado cuenta aún que aquí solo necesitas un número. Tu nombre no existe.
Olvídate de el solo sirve para los que aun son niños. Aquí somos hombres y por
lo tanto nos llaman por un número.
Jason nervioso se introduce la mano en el
bolsillo, saca un papelillo y lo mira.
- Soy el 1013.
-Bien 1013. Yo
soy el 802. Eso quiere decir que eres nuevo yo llevo algún tiempo aquí.
- No se, pero
me gustaría ver a mis padres.
- Que dices
1013. Se nota que eres novato. Hazte un hombre. Cuando todo acabe victoriosos
regresaremos con nuestras familias.
Cuando todo acabe…Esas palabras se le
incrusta en el cerebro como algo doloroso, algo agobiante igual que el temblor
de esa tierra ante las explosiones. Se sentía como un péndulo que ha dejado de
marcar la hora. Se sentía como criatura llevado a los infiernos de la guerra,
de la guerra. No entendía muy bien. Bajo su techo le dijeron que no le
ocurriría nada. Pero salió a jugar ¡Por qué maldita sea¡ se interrogaba. Ahora
en ese campamento donde el desastre es más evidente, con un arma en la mano que
no sabía ni como utilizar. Que pesa y pesa, tal vez más que él. Pesada se hace la mano de la madre cuando
toca a la vecina.
- Abre vecina que se lo han llevado al
frente.
- Que pasa mujer. Ya te escucho. Tómate
un te y pasa a sentarte. Compartiremos el dolor, esas penas eternas hasta que
la muerte nos desligue de este mundo.
- No. No quiero sentarme. Solo deseo ser
luchar. Luchar por mi hijo.
- Sabes mujer herida que esto te puedo
ascender en la muerte. A mi me paso lo mismo. Todos mis hijos se lo fueron
llevando y aun no se nada de ellos. Solo cabe esperar. Así como espero yo, con
la esperanza puesta sobre mis hombros. Se que pesa. Pesa tanto que ya ni tengo
fuerzas y no se si el mañana me traerá alguna noticia grata de ellos.
- No Sara. No. Lo quiero ahora. Ya.
- Olvida mujer. Será mejor olvidar para
ti.
- ¿Olvidar? Me lo imagino en esta tierra
del fuego entre armas, entre minas, con la herida del sufrimiento. Te dejo. He
de encontrarlo.
Sara la mira
como quien mira un espectro. Un espíritu solitaria que ha perdido su rumbo y no
halla descanso. Ella, se recrea en sus
macetas, en sus plantas mientras escucha, escucha la agonía de su amiga.
- Buscarlo es un error. Un error que te
traerá tu propia muerte. Serás castigada por aceptar las leyes, por desobedecer
las reglas de nuestros soles. Entonces no más alimento de las aves carroñeras.
Con arma en
mano se halla junto a su compañero, en muy poco ha aprendido. Comían unas
hogazas de pan con legumbres antes de acudir al epicentro de la lucha, de esa
bala que revolotea hacia no se sabe donde. Allí sentados esperaban el amanecer,
las moscas no cesaban de molestar. Cuando todos están abastecidos se elevaban
hasta ser centro de ese campo de batalla. Jasón buscaba, buscaba alguien a
quien reconocer con ese miedo aun en sus huesos. Pero estaba solo, solo y un
enjambre de muchachos con mirada de hielo, de dejadez por la vida. Poco a poco fue asimilando la situación. Esa
situación que lo hacia ser hombre prematuro, jurando su fidelidad a sus
superiores, a sus compañeros de combate. Una batalla que censuraba sus
sentimientos idos cuando con solo diez años era pieza de un arma y se sentía
valiente. Se fue olvidando de sus padres. Si una nube que lo emancipaba de todo
aquello que fuera amor. Adulto se creía y con esa creencia vagaba junto a sus
compañeros en los campos de fuego. Muertes y más muertes.
Llega otro
crepúsculo. Un estruendo se asoma a sus sueños. Ella descalza, desvalida,
demacrada corre en busca de no se que. No lo sabe. De repente se halla con un
precipicio cuyo fondo es de rocas afiladas. No sabe que hacer si saltar o
quedarse ahí. Despierta y con el sudor en sus carnes se asoma. Un día gris del
que tal vez no caiga una gota. El inmenso horizonte cubierto de piedras y
piedras y esterilidad. Las estaciones pasan, pasan con la lentitud de la
desesperación, las horas parecen apaciguarse pero avanzan. Ve pasar el cartero
y siempre la misma pregunta.
- Lo has visto hoy. Han pasado no se
cuantas primaveras y no he tenido noticias de él. Vivo está. Eso seguro.
El cartero la
encuentra muy desmejorada, más cansada, más ciega, más derruida. Pero ella
sigue insistiendo a ese hombre añejo que con su bicicleta y su mochila iba
repartiendo noticias por todo el pueblo.
- Se va. Huye de mí. Tal vez sea muy
agobiante. Siempre lo mismo. Pero es que mi desesperación alcanza la agonía. La
agonía de gritar, de chillar.
La vecina la ve como siempre le
trae un té como costumbre a esos años de incertidumbre. Desea aliviar sus penas
pero no sabe como. Ella también ha sufrido tanto…
- Vamos Josuan seguro que estará bien.
Algún día volverá. Un día inesperado cuando el amanecer no sea estremecimientos
de estos campos.
- ¡Calla¡ Siempre me dices lo mismo.
Existe un agujero en mi pecho del cual no borbotea la esperanza. Todo es
oscuridad
Josuan cierra la puerta y deja tras
de si a Sara. Sara cabizbaja y con un andar lento va hacia su techo. Dos
mujeres rotas. Una con resignación y la otra con un incontrolable dolor.
También sus paso son lento, el vaso que lleva entre las manos lo oprime hasta
hacerlo estallar contra la pared y ponerse a llorar y llorar. Su marido en ese
momento entra, pasmado ve la situación.
- ¿Sabes algo de él?
- No.
- Pues vete. Márchate. Ya estoy harta.
- ¿Qué dices mujer?
- Que te vayas y no vuelvas hasta que
sea con él. Esta no es tu casa. Estás como si nada pasará y estamos de duelo.
Ha pasado largo tiempo y tu no dices nada. Siempre un no sale de tus labios, es
como si te diera igual, como si estuvieras con ellos.
- No hables así. Es la vida y hay que
estar preparado para ello. Ya lo irás asimilando. El esta luchando por nuestra
tierra, por nuestras creencias.
- ¡Qué dices maldito¡ Yo creo en mi y en
mi familia a la mierda todo lo demás, esa sangre inocente derramada…
- Déjame paso mujer. Estoy agotado.
- No. Cuando me lo traigas.
- Que dices. Esta es mi casa. Tú eres mi
esposa, no tienes derecho a echarme así como si fuera un perro. Si acaso la que
tienes que irte eres tú, comprendes. Eres una desagradecida.
Josuan comenzó
a caminar hacia tras con la violencia que soplaba el viento. Quería desaparecer
de su vista. Una mirada violenta e irracional que se incrustaba más y más a sus
ojos. Ese hombre, su marido, le evocaba la angustia, una mayor opresión y una
desproporcionada impotencia. Se dio la vuelta. No lo miraría jamás. No le
dirigiría palabra el resto de su vida. Muda ante él, ciega ante él solo será
labor de su casa haría desmemoria de todo ese amor que poseía por el. Y la
desmemoria también recorría a Jasón, ya no se acordaba de su familia, de su
niñez. Todo había sido extirpado con el paso de los años por el puñal de las
armas. Ahora tenía una idea fija, matar a sus enemigos fuese como fuese aunque
con ello llevará su propia vida.
Avanzaba como uno más hacía el núcleo de los bombardeos y disparos. No
veía nada el avanzar y avanzar. Escucha una voz que viene de una de las casas
en ruinas. Se aproxima inerte por los gritos que se vierten en esa ciudad
destruida, se aproxima con el sudor de la sangre que le alimente las ansías de
disparar más y más. Ahí lo descubrió. Era un hombre que hablaba y hablaba
sentado, tranquilo como esperando la muerte. Su última oración. Era un anciano
de muy poca movilidad, eso parecía. La mirada del niño lo asalta
inesperadamente. Una mirada fría y hermética conducida por esa vestimenta
rasgada de luchador. El niño eleva la metralleta hasta su cintura y apunta. El
anciano lo observa tiernamente. Pero él inmune sigue apuntándolo.
- Termina ya.
- ¡Qué ocurre¡¡Qué ocurre¡ Por qué me
apuntas. A caso quieres terminar conmigo sin saber quien soy. Sin saber que el
aire que respiro es el mismo que el tuyo.
El inerme. Con
una mirada estática a los ojos del anciano, como el acero, como si por sus
venas la palabra escuchar no existiera.
- Sabes chico lo que estás haciendo
¿Quién eres tú? Que condición posees en esta vida para embarcarme a otro mundo,
bajo tierra.
- Mi condición es la de guerrero
valiente. Soy soldado. Y a ti te ha llegado tu última hora- dice sin escrúpulo.
Impenetrable.
Otro sórdido estruendo se escucha
más cercano. El anciano se tapa los oídos mientras el niño apunta más directo,
en vertical en la frente de aquel hombre.
- ¡No te muevas¡- grita- el movimiento
es símbolo del engaño y a mi tu no me engañas. Tu condición es la muerte,
sabes. Porque yo seré esa bala súbita que atraviese tus sienes. Tienes
prohibido hablar más.
- ¡Yo muerte¡- comento en un susurro el
anciano
- Sí, yo te la daré.
- Acaso no ves los pocos años que me
queda, que ya no puedo más.
El anciano intenta levantarse. Sabe que
corre el riesgo pero se siente seguro.
-Estate quieto.
- Dime ¿Quién
son tus padres?
Jason al escuchar aquella pregunta se dibujo
en su mente el aspecto de su madre, la entereza de su padre algo difuso. La
última vez que estuvo con ellos. El se fue a jugar fuera y un camión con paso
acelerado lo arranco de su hogar. No, no le iba dar su nombre, ni el de su
familia que tenía prohibido mencionar a ese hombre. Por un instante las
explosiones habían cesado pero no por mucho tiempo. Su rostro magullado y
ensangrentado se hizo silencio, un silencio que el anciano compartía. No había
prisa. Ya no.
- No. No tengo padres. Soy hijo del
ejército. Ellos ya no existen, quizás estén muertos. Sus manos póngalas detrás
de su nuca- chilla el niño.
El anciano le hizo caso. Escuchaba la
respiración jadeante de Jason. Parecía hipnotizado, su voz no era natural. La
mañana ya había dejado de ser ápice de alguna brisa fresca y el sol calentaba
como en un honor. El anciano pensaba como encauzarlo, como salvar su vida ante
una muralla infranqueable. Como fraguar la paz en aquel chico y así poderlo
salvar de lo que cierto también serían sus últimos días.
El padre como de costumbre seguía con sus
cultivos, con sus pastos. Todos los días cuando llegaba rogaba a su mujer. Pero
para ella ya no existía el perdón.
- Pero mujer. No podemos hacer nada
contra ellos.
- No- contesta ella pensativa.
- Comprende. El esta muy lejos. Tal vez
se halla olvidado de nosotros como muchos otros. Se habrá transformado. De
mariposa que alegraba nuestros corazones a una bestia difícil de parar.
- ¡Qué dices¡ ¡Qué dices¡ Oh, no puede
ser. Ahora recuerdo cuando estaba en mi vientre. Cuando daba esas pataditas
como diciendo eh estoy aquí y nosotros le hablábamos, le cantábamos. No
recuerdas.
- Si mujer. Pero deja ya el pasado. Ese
pasado no te deja ver el presente. Y el presente es este. El en la guerra. Oh,
está guerra interminable por ese líquido que nos da la vida, por esas
fronteras. Que más da un poquito aquí o un poquito allá. Por qué no todos
juntos en armonía. Al fin al cabo somos seres humanos provenientes de la misma
raíz. Me vuelves a mirar. Me vuelves a hablar. Por ese lado me siento feliz
pero por otro estoy tan acabado.
- Si, estamos acabados. Algunas veces
sueño que volaríamos juntos por esos terrenos donde la fecundidad de las
tierras nos diera de beber, de comer el aliento de la vida. Otras, derrotada,
en la pesadumbre del sudor caigo y caigo por tierras movedizas de donde es
imposible respirar ¡Aire¡ Necesito aire- sale de la casa como alma que lleva el
diablo y se siente cae. El marido va tras ella- No está ¡No está¡ Me estaré
volviendo loca. Algunas veces presiento que nos tocan a la puerta con su pecho
herido pero yo con todo mi amor logro hacerle vivir. Otras me atrapan las
tinieblas de las profundidades de la tierra y…
- Mujer. No hables más. Seguro que volverá.
Las horas pasan y los astros
convencidos del silencio salen con sus halos como nítida nostalgia de un
mañana, de un mañana mejor. El anciano mira al niño. El niño mira el anciano.
- Tú no eres tú. A ti te dominan.
Sientes que llevas una vida normal, una vida correcta. Pero ello no es cierto.
Te han mentido hijo solo para que sirvas como campo de minas. Baja el arma por
favor. No más que sois lágrimas, un mar de sangre de gente inocente.
- Mientes. Yo me tengo que ir. No siento
las explosiones, no escucho a mis compañeros. Debes de morir.
- ¿Morir yo? No me ves. Acaso estás
ciego. Aberrante es lo que han hecho contigo. No pareces ni un ser humano, sino
un robot. Solo eres una pieza, un peón que se mueve a favor de esos.
- No señor. Está usted equivocado. Me
muevo al favor de mis ideales.
- ¿Ideales? Qué ideales son esos, acaso
tu los conoces. Solo eres un niño. Y no es que te subestime pero vives en el
engaño. Crees lo que otros quieren que creas.
Yo he decidido esto. Hay que exterminar esas alimañas que avasallan a mi
pueblo.
- Siempre el mismo cantar. No. A tu
pueblo no lo avasalla nadie. Sois vosotros mismos los creasteis el conflicto y
así hemos termino. Cuando uno no quiere los otros tampoco. Mira las estrellas,
ellas dicen la verdad ¡Qué luminosidad¡ ¡Qué belleza¡
- No me desvíe de mi camino señor ¡La
belleza de la muerte¡ Su muerte.
- No. No hijo no. Estás equivocado.
Déjate ir ya. Tus amigos, tu familia… Deja esa arma y sueña. Me vas a
contestar. Me tienen prohibido soñar. Pero no es así. Estás hipnotizado
¡Tírala¡
Por unos instantes se quedo
sumiso en sus pensamientos. Un cavilar que se alargaba a su familia, a sus
amigos. En la mirada se le veía volar en la nostalgia, en la pena, en la
desgracia. Algo vibraba en el y se maldecía, maldecía a ese anciano. Nunca le
había pasado. Dudaba. No podía apretar el gatillo algo se lo impedía, una
fuerza con tal benevolencia que lo hacía tambalearse.
- No. Me tacharían de cobarde y sería
hijo de la huída.
- Pues huye. Para que más sangre
derramada, más injusticia. Gira y gira entorno de las hogueras de la verdadera
amistad. Recuerda a tus amigos o acaso no tienes ninguno.
- Mis amigos. Mi amigo. Llegaba a la
noche y yo acurrucado en la tienda. El no descansaba. Iba de un lado a otro
diciendo frases incoherentes como una quejido. Todos nos estremecimos.
Mirábamos al techo mientras el no paraba, no paraba ¡Gritaba¡¡Gritaba¡ hasta
que una bala se cruzo por sus sienes. Y así descanso. Estaba atormentado.
- ¿Y tu no estás atormentado?
- Yo señor. No tengo tiempo de pensar.
- Pues medita.
La oscuridad
era absoluta. Todo era silencio. Solo ellos dos en medio de aquellos
descalabrados edificios ¡Ellos dos¡ En la incertidumbre de las palabras.
Palabras que iban tomando posición en el niño. Ya se le veía retroceder,
comprender algo de lo que le decía aquel anciano. No. No podía disparar. Sentía
ahora la angustia aberrante de su mejor amigo. Como se disparó en la cabeza
para salir de todo aquello. El, el primero en acercarse a él fue el primero en
irse. Muchas estaciones envueltos en la misma pesadilla abominable del
hombre. Y si hacía caso a lo que decía
aquel hombre colmado de vejez. Algo tenía, algo que lo imantaba a que sus
palabras eran certeras. Lo persuadía de las tempestades del día a día como se
persuadía la madre ante la presencia de su marido.
- Me dejas pasar amada mía.
- Si, pasa.
Y otra vez ella dejaba que el se acostará en
la misma habitación.
-Siento tus lágrimas pesadas volar a
través de los agujeros de tu alma.
-Si. Entiéndeme.
- Sigue vivo. Lo sé. Pero no me dejan
verlo. Hoy he ido a ese lugar donde están acampados. Estoy tan cansado.
-¿Tu crees que volverá?
-Si mujer. Volverá el día menos
inesperado.
Si volverá el día menos inesperado,
meditaba ella. La inseguridad la sumergía ahora en un llanto de su espíritu
amargado. No quería más discusiones con su marido. A pesar de todo lo quería,
lo quería mucho. Había sido un hombre bueno, trabajador. El le acariciaba su
melena. Ella se dejaba. Ese calor le transmitía una especie de ilusión. La
ilusión de ver a su hijo entre sus brazos. Aunque no sería igual, los años
habían pasado. Y el habría cambiado. Pero existía un resquicio de que a lo
mejor lo pudiera recuperar. La noche densa, la noche larga. No podía dormir
solo darle una y otra vez a su cabeza que como máquina enfebrecida no dejaba de
pensar en lo que podía ser y en lo que no. Algún perro se oía ladrar. Algún
perro huesudo en busca de alimento. Eso la sostenía en vilo. Su marido
descansa. Ella lo mira y cierra sus párpados.
- Si chillaba. Recuerdo bien esa noche.
Esa noche en la que nadie hacia nada. Nadie se movía, ni los superiores. Su
cuerpo al amanecer estaba allí. En un mar de sangre, en un mar de tormentos que
lo había llevado a acabar con su propia vida. Pero yo no comprendía el por qué.
Por qué ellos dicen que hacemos lo correcto.
- ¿Lo correcto? ¿Destrozar vidas? No.
Eso no es vida para nadie. Vives entre calamidades y terrores y ello te llevará
como a tu amigo zanjar tu propia vida. Ahora no te das cuenta pero con el
tiempo todo se va agudizando.
De repente
siente una violenta masa de aguijones oprimiendo su pecho. Se le acelera el
pulso. Deja el arma caer como cosa terrible que lo esta ahogando. La noche se
alarga se enlaza a un olor desagradable de cadáveres, de miseria.
- Tranquilo. Haces bien. Ese artefacto
es un asesino.
El chico mira el arma en el suelo. Una
distancia quemante lo hace dudar.
- ¡Qué hago yo ahora¡
- No te preocupes que no te echarán de
menos. Quédate conmigo. Tu eres solo un muerto, entiendes
- Un muerto.
Se tambalea, duda. Sus heridas empiezan a
sangrar aceleradamente. Parece que va a estallar, pero comprende. Comprende que
todo ha sido una suma de errores y que lo han cogido como objeto. Como mina que
pisas y explota en miles de pedazos ¿Qué hacer?, se interroga para sus
adentros. El toque de queda suena. Ya es tarde para volver al campamento. Lo
interrogarían. Lo considerarían como no grato y lo torturarían por creer que
sido un chivato. No hay remedio. Solo tiene a ese anciano ante él.
- Mi cabeza parece estallar ¿Qué he
hecho? He defraudado a mi país, a mis compañeros ¿Y ahora?
- Ahora tienes que olvidar. Ven conmigo.
Olvídate de las entrañas de la guerra y deja que se metralla se oxide en la
desmemoria.
- ¡Olvidar¡ ¡Olvidar¡ Mujeres violadas
con toda la violencia que se puede. Unas huían otras bajo los colmillos de la
fuerza. Los gritos. La huída de algún compañero cuando algún ácido quemaba su
cara. Es imposible borrar de mi mente todos los sucesos hasta ahora acaecidos. Para que voy a estallar. Me siento débil. Oh
no ya amanece y el soplar de las explosiones se avecina. Viene con ese mazo
destructivo que invoca a las tumbas. A las tumbas de seres desconocidos que sin
rostro vagan en el vientre de agujeros en la tierra. Y yo no se lo que soy.
- Yo se donde podremos ir.
- ¿A dónde ¿ ¡A donde ¡ Creo que no hay
escapatoria entre esas manos de garras afiladas.
- Yo poseo un cobijo insonoro a los
tifones bestiales de estos campos. Aquí el frío de la noche nos ha helado.
Mejor nos vayamos.
El niño lo mira
con el sudor frío batiendo su frente, sus carnes. Sus ojos desviados de sus
orbitados suplicaban.
- ¡Irnos¡
- Sí. No muy lejos. Aquí mismo chico. Yo
tengo un lugar secreto donde sabe dónde está. Vamos sígueme.
El anciano se incorpora con los
últimos astros. Se introduce en las profundidades de aquellos escombros. El
niño lo sigue. Un túnel bajo tierra. Un largo túnel que recorrieron hasta
llegar a una puerta. El anciano la abre e invita al niño a que pase. Y tras esa
puerta se abren otras como arte de magia hasta llegar a ese lugar donde el
vive. El niño no puede sorprenderse de
esa estancia colmada de muchas comodidades, estaba fatigado, absorto en sus
pensamientos. El anciano lo observa y ve un rayo apagado de niñez, de energía.
Le da lástima. Una lástima que se esconde bajo su corazón. No quiere
transmitirle penas al chico.
- Siéntate- le dice- ponte cómodo como
si estuvieras en tu casa- Aquí la lucha está prohibida, está lejana. No existe.
Solo aquí el eco de la paz te liberará de tanto desastre, de tanto terror.
- ¿Tu crees?
- Si, yo creo. Ahora descansa. Duerme si
quieres.
- Dormir. Bajo una borrasca donde el
quejido me ciñe al dolor, a los remordimientos, a los tormentos ¿Cómo ¿ No. No
dormiré. Vendrán luego las pesadillas. Tengo miedo a ser como muchos compañeros
míos mordidos por la locura.
Y otro amanecer
y el padre llegaba y el padre marchaba al encuentro de su hijo. Recorre todo
aquel lugar donde los seres perecen como moscas. Solo la esperanza lo animaba a
continuar. Pero su andar a medida que busca y busca su encuentro se iba
transformando en desesperanza, en una brusca colisión con la nada. Nada de su
hijo. No quería derrumbase a cada huella dejada en el vacío. Un vacío que lo
iba consumiendo, comiéndoselo por dentro. Como hablar con ella se preguntaba.
No se lo podía creer. Pero tenía que ser realista. Tenía que decir esas
palabras cuales la realzarían en una tragedia ya anunciada en sus temores. Con los rayos solares dándoles a sus ojos
llorosos se dirige a su casa. Tocó a la puerta, no quería entrar. Deseaba que
ella le abriera pero nadie le abría. Pero seguía tocando, una presión que lo
llevaba al dolor. La mujer no se asomaba. El imaginaba que ella ya lo sabía.
Sentía una desdicha que lo conducía por un terreno baldío. Ahí fuera esperando,
esperando. Clavos ardientes lastimaban su estómago ¿Para que seguir?, se decía.
Ella lo sabe. Seguro que lo sabe. Una brisa quemante roza su tez. Pero seguía
tras la puerta derrotado, decaído.
-¡Lo busqué¡ Lo busque más
allá de la esperanza como ser que nos inducía a la felicidad. Pero solo halle
el zarpaso de la nada. Déjame entrar. Yo te amo. Te quiero tanto...Aunque sin
él todo será destrucción, todos nuestros años rotos. Abre mujer que el niño
descansa en el universo de unas alas de mariposas. Alas de mariposas marchitas que lo llevarán a
ese lugar de encuentro de todo ser ¡Qué decirte¡ ¡Qué hacer¡ Quiero verte pero
no. No me dejas pasar. Observo sobre ti una nube de astillas que te consumen,
que te consumen. El ahora duerme y en ese letargo eterno las flores de la
pesadumbre nos desviarán de nuestro rumbo ¡Abre mujer¡ Velar al alma ida por la
inconciencia, por causas incoherentes ¡Así es la vida¡ Las malas vivencias te
extirpan las ilusiones y nos convertimos en carruajes que descienden por
caminos pedregosos hasta caer y caer.
- El olvido.
Tienes una ruta muy larga y muy ardua. Con el tiempo lograrás edificar tu vida.
Todavía estás a tiempo.
-¡El olvido
dices¡ Como enterrarlo si sangra por todas mis grietas. Como olvidar cada
muerte, cada agresividad, cada combate ¡Cómo¡ ¡Cómo¡ Todo circula a través de
mi como cristales rotos, me atraviesan. Nunca podré vivir en paz.
- Cálmate
chico. Ten fe en el paso de los días, de las noches. Te alumbrarán por otras
sendas donde la acaricia de la serenidad y el equilibrio hará de ti un hombre
capaz. Se que las malas experiencia ennegrece un lado de nuestra vida pero
vendrán otras en las que podrás reponerte y vagarás en el sosiego de tu ser.
Animo todavía a pajarillos que en el amanecer alzan su canto como victoria de
la paz y la armonía que reina en la naturaleza. Anímate ahora estás conmigo y
todo será distinto. Cuando descanses un poco partiremos de este sitio, nos
iremos a otros donde las nubes blancas escrutan tus sueños llenos de valores
positivos, donde el firmamento es de un celeste límpido sin ese teñir de rojo
bajo nuestra mirada.
El niño cierra los ojos. El anciano le da
una cierta paz que en su vida había respirado. Descansa.
El marido derriba la puerta. Entra y su
olfato le dice que allí no hay nadie. Va
a la cocina y una nota sobre la mesa. La mujer se ha ido.
“ Está casa vacío. Sus paredes
me oprimen, me oprimen. Y sin él, que vamos a ser sin él. La destrucción. Adiós
esposo mío. Solo seré una criatura que vuela lejos, muy lejos”
Ella mujer rota se había ido. Todo era
cenizas y tenia que escapar.
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