FRACASO DE UN SISTEMA DEVORADOR DE IDEAS E IDEALES
Eduardo
Sanguinetti - Filósofo
Generación perdida, término acuñado por los teóricos y críticos
norteamericanos para designar al grupo de escritores y artistas de entreguerra
que se quedaron en Europa a hacer de París “una fiesta”, poniendo de manifiesto
-conscientes o no- la paradoja de un imperio sin rey, sin épica, sin
intelectuales que construyeran la epopeya moderna del “gran sueño americano”, y
que si existía una literatura nacional, esta se venía construyendo, por el
contrario, desde una épica de la negatividad, desde el fracaso, desde la
pérdida y al mismo tiempo desde afuera.
La idea misma de literatura nacional de Hemingway, Scott
Fitzgerald, Faulkner, Henry Miller, etc., iba más allá y a contramano de una
mera demarcación de “Estado Nacional” que fija los límites de un ‘nosotros’,
hacia adentro.
Afuera, más allá de las fronteras de la nación, la lengua deja
de ser Estado y se transforma en “patria”, en tanto revalorización utópica de
una territorialidad perdida.
Algunas de estas premisas son válidas también para pensar la
misma idea de “Generaciones perdidas” que utilizó Ángel Rama para definir a los
escritores e intelectuales latinoamericanos que emigraron o escribieron desde
el destierro (más que desde el exilio). Esto anuncia también por lo tanto el
testimonio de un fracaso: de clase, de imaginario, de política, de cultura, de
estado… de nación. “Generaciones perdidas”.
Aún hoy en este impertinente espacio y tiempo de tercer milenio
“lo perdido” quizá poco tenga que ver con un sujeto en estado de “extranjería”,
pero es el lugar desde donde se enuncian las pérdidas y desde el cual se
intenta reconstruir ese “nosotros que ya no soy”, testimonio de la caída y del
fracaso de un sistema aniquilador y devorador de ideas e ideales, puesto en
acto, donde día a día se instala un mestizaje de repertorios, donde, en ejemplo
válido, una actriz de segunda categoría avalada por corporación económica, en
intercambio de no sé qué instancias reales, de manera torpe y especulativa,
llega a ser la pantalla de una megamuestra de fotografía en un paradigmático
Palais de Glace, cumpliendo su centenario, con presencia de “generaciones
traicionadas” de fotógrafos emblemáticos, que relevaron las imágenes del mundo,
sin presencia mediática que dé a conocer su ser y estar en ese sitio: “estoy
pero no existo”.
“Generaciones perdidas” que responde a un plural que permite
disecciones reductoras. Primero, aquellos que “perdieron” la lengua (Héctor
Bianciotti, ‘Copi’, Rodolfo Wilcock y Néstor Perlongher); segundo, aquellos que
“perdieron” la vida (los desaparecidos Rodolfo Walsh, Haroldo Conti, Roberto
Santoro, Francisco “Paco” Urondo); tercero los que “perdieron la patria”
(Antonio Di Benedetto, Daniel Moyano, Osvaldo Lamborghini).
Sin embargo, es posible afirmar que hay vinculaciones entre
Wilcok, Copi y Walsh, las hay también entre Santorio, Urondo y Bianciotti,
etcétera.
Pero ¿cómo?, ¿cuándo?, ¿dónde? y ¿cuánto hay de nosotros,
“generaciones traicionadas” en aquellas anteriores generaciones?
¿En nuestra macabra experiencia de haber sido traicionados por
democracias simuladas, puestas en acto hasta hoy? Traición, vale la pena
aclarar, que no se agota en un paralelismo reductivo.
En Argentina, se puede hablar de “Generaciones fatalmente
peronistas”, y también puedo afirmar (mucho más fatalmente) “Generaciones
menemistas”, y “Generaciones K” en acto de construir y dar cuenta no solo desde
dónde se lee sino también de a quién se lee… Los que no estamos en las listas
de los que adhieren al régimen, no “somos”.
Pertenecemos a la hoy “Generación perdida”, y nos relacionamos
con la filosofía, la literatura y la cultura de este tiempo.
En nuestra experiencia atroz destaca la ausencia de “patria”, al
haber sido traicionados sistemáticamente de manera brutal y borrados de esta
tierra, en representaciones y prácticas de estafa, mentira y sumisión a la
evidencia del crimen perpetrado, en nombre del ¿acuerdo? y ¿el nuevo orden y
proyecto? ¿nacional?…desde este ‘locus’ enunciativo que en absoluto pretendo
convertir en una distintividad positiva. Todo lo contrario a ello, los
esfuerzos editoriales han tendido siempre a poner en tensión ese ‘locus’ con el
campo autodenominado ‘intelectual argentino peronista’, excluyente y censor.
En ese sentido, y más allá de cualquier programa de lectura
(explícito e implícito) que pueda y me dejen sostener, mi reflexión aviva
“fantasmas” (en términos políticos-sociales-culturales) de cualquier
intelectual rentado o mercenario oportunista del régimen: ¿cuál es el límite,
cuáles son las ‘fronteras’ de nuestro país? ¿Qué es eso que llamamos cultura K?
Paradójico, que desde los poderes asimilados al régimen de un
capitalismo fundante y perseverante de la ley de mercado, absolutamente vigente
en Argentina y el planeta, a pesar de discursos embaucadores de libertad,
solidaridad y fraternidad, las acciones congeladas de funcionarios y demás
miembros de un gobierno, que parece retirarse de sus responsabilidades y
obligaciones, para con la verdad y la libertad en sus políticas fundamentales,
una inmensa sombra (esa niebla de Cortázar, un desterrado del peronismo
iniciático, en “El Examen” o la de Bianciotti en “Lo que la noche le cuenta al
día”) da idea de opresión, de deseo fracasado: la sombra de un autoritarismo
empapa la institución y las disputas del campo intelectual argentino
escenifican la falta de una verdadera disputa. La canonización de la farsa es
casi evidente.
Como intelectual y hombre vivo, que goza y sufre este tiempo,
pertenezco a él, aún no alineándome en las filas de los negociables e imbéciles
que pueblan su ‘tribu’.
Soy parte, con otras voluntades lúcidas, de la “Indignada
generación perdida y traicionada”, en búsqueda de un proto-suelo generacional
desde el cual pretendemos (re)mover un (no) debate (in) actual…una cultura que
queremos con “atributos” y sin pre-fijos.
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