EL MAR DE TODOS DE EL MAR DE NADIE DE DOMINGO ACOSTA FELIPE
Nadie es dueño de la poesía. La poesía pierde su sentido de ser cuando alguien la posee o la guarda para sí. Se pierde como el humo en las quebradas del deseo y queda como el polvo en los recovecos del decir. Como si nunca hubiera sido dicha.
Leo un poema como un poro, y entonces recuerdo la piel de los sentidos. La piel de nadie y la piel de todos en su transcurso vital. No aferrarse a la roca, ser la roca y oler su latido. Escuchar los olores del liquen y morir a cada segundo para renacer en cada célula de la creación.
Lo mismo ocurre con el amor. El amor y la poesía no son pura entelequia. Realidad que no se ajusta al ojo que mira y desnuca lo externo, y por tanto se queda en el vacío de lo que no puede ver. Ojo que olvida el tacto. Ojo mudo aferrado a los signos marcados por los límites de la razón al uso, una razón cuya herramienta más eficaz son unas tijeras enormes y oxidadas que cortan todos los hilos conductores que conectan una vida con otra. Porque todo está vivo, todo palpita en torno. Y lo más hermoso es que los seres humanos somos una pieza más de la existencia cuando cerramos los ojos y salimos de la jaula en que nos encerramos. Cuando dejamos, como dice Domingo Acosta Felipe, de "mirar con el ombligo," vemos la luz de las estrellas.
Dicen que el sentimiento del mar es una característica de la literatura de Canarias. Pero también está el mar griego, el de las Antillas; incluso está el mar de nadie...Parece que cada rincón del planeta tenga un mar propio para su expresión literaria. Pareciera ser que toda expresión poética dentro y fuera de nuestra lengua necesita un territorio acotado que la defina como propia y donde sus habitantes puedan poseerla sin más cada vez que lo deseen. Pero esto no es así. Incluso en este terreno la sensibilidad la tienen acotada al no pensar. Por otra parte, también, todo esto es resultado de un racionalismo domesticado y domesticador que parcializa la realidad para que a nadie se le ocurra unir las piezas. Porque de esa unión resulta una OTREDAD tan inmensa que dicha razón nunca podrá abarcar. Ay de la jaula de la razón artificial, cómo llena este mar de mentiras y ceguera. El mar que no miente; el que realmente no nos aísla, nos comunica.
La razón natural, la que Domingo Acosta Felipe define como "instinto razonable,"no tiene límites. La poesía de los distintos puntos del planeta, de las "distintas culturas" viaja como las esporas haya comunicación verbovisual o no entre los poetas, con una suerte de sinergia en cuanto al pensamiento, y empatía en lo que a los sentimientos y sensaciones se refiere. Éste, digamos, instinto razonable se expresa a través de un coloquialismo sensorial, pues el OJO no es la ventana a las cosas que nos rodean. El ojo es realmente la jaula donde nos encerramos a buscar nuestra verdades de artificio para poseer la poesía. He aquí un hecho que nos separa como seres del humus de nuestras raíces y de nuestra conexión sensorial con las cosas.
Por eso Domingo siquiera se define como poeta, no como hacedor de una realidad distinta a la que le rodea. Su poesía es como la música que lo conecta no sólo con las personas sino con todos y cada uno de los elementos que le rodean y acompañan: el agua, el aire, el fuego, la tierra...todos en constante movimiento y diálogo sinestésico, sinérgico, vivo.
Pienso que dos líneas paralelas han de encontrarse en un punto del infinito. Ese punto es un mar de nadie.
Antonio Arroyo Silva
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