EL PRESIDENTE Y LA POLÍTICA EXTERIOR Y DE DEFENSA
Sus
asesores de comunicación o sus ministros están poniendo a Sánchez frente al
marrón de cargar con la responsabilidad de una eventual participación de España
en una acción militar contra Rusia
PABLO IGLESIAS
La infanta Sofía, los reyes, el
presidente Pedro Sánchez y la
ministra de Defensa el 12 de octubre.
La ministra de Defensa, Margarita Robles, que tiene poco tiempo libre, ha dicho que la política exterior y de defensa la dirige el presidente del Gobierno, porque, cito literal, “no todo el mundo sabe de todo”. El ministro de Exteriores ha dicho algo parecido aunque quizá con un tono menos judicial. ¿Por qué dicen algo que, ateniéndonos a la Constitución española, no es cierto?
El artículo 97 de la Constitución dice que es el Gobierno el que dirige la política interior y exterior. Y ojo, Gobierno y presidente no son la misma cosa. El artículo 98 dice que el Gobierno se compone del presidente, de los vicepresidentes, en su caso, de los ministros y de los demás miembros que establezca la ley. El artículo añade que el presidente dirige la acción del Gobierno y coordina las funciones de los demás miembros del mismo, sin perjuicio de la competencia y responsabilidad directa de estos en su gestión.
Es decir que, en
España, el Gobierno es un órgano colegiado y el presidente es un primer
ministro, un primus inter pares. ¿Acaso no saben esto Robles y Albares? Lo
saben perfectamente. Robles es jueza y Albares se licenció en Derecho en
Deusto, la universidad privada de los jesuitas.
Al presentar a
Pedro Sánchez como una suerte de presidente de la República que ejercería el
mando supremo de las Fuerzas Armadas no están demostrando gran rigor
constitucional o jurídico. Pero no es un problema de ignorancia. Albares y
Robles, aunque tengan poco tiempo, no son, ni mucho menos, unos ignorantes. Lo
que pasa es que están siguiendo una consigna en clave de comunicación política,
como cuando Aznar hacía el saludo militar. Aznar llegó a saludar a los
militares llevándose la mano extendida a la frente. Eso en España solo lo puede
hacer el rey, en cuanto jefe de las Fuerzas Armadas, pero algún asesor debió de
pensar que quedaba muy pro que Aznar imitara al presidente de los EE.UU. que,
como el rey, sí es el jefe de las fuerzas armadas de su país. El cachondeo que
hubo con el gesto de Aznar se lo pueden imaginar, pero la derecha es muy
tolerante con el ridículo de sus propios líderes. Que se tomen en serio a
Abascal, que ha construido su virilidad castiza disimulando la ausencia de
mentón con la barba, es el mejor ejemplo de esa tolerancia de una derecha que
percibió en la voz aflautada de Franco la reserva moral de Occidente. Pero a lo
que vamos.
Lo que le están
haciendo a Sánchez sus asesores de comunicación o sus ministros, que sí saben
de todo, hasta de comunicación política, es aún peor. Le están poniendo nada
menos que al frente del marrón de cargar él solito con la responsabilidad de
una eventual participación de España en una acción militar contra Rusia. Iván
Redondo debe de estar dándose golpes en la cabeza contra la pared (o
descojonándose, quién sabe). El malvado rasputín de Moncloa nunca habría
permitido que el presidente se desgastara con un tema así.
Además hay otro
elemento muy importante que tiene que ver con la realidad de la política, a
saber, la correlación de fuerzas, que aconsejaría a los que saben de todo una
mayor prudencia. Podría entenderse que en un gobierno monocolor, con mayoría
absoluta de ese partido en el Congreso, el presidente y su partido hicieran y
deshicieran a su antojo en todos los temas. Así fue durante mucho tiempo en
España. Pero en un gobierno de coalición, que además solo suma 154 diputados,
ir de sobrado en un tema tan delicado no parece muy prudente. Te arriesgas a
que la izquierda de tu Gobierno te recuerde que la Agenda 2030 es algo más que
un pin que poner al presidente en la chaqueta y regalar a los empresarios del
Ibex para darles un toque cool y democrático. La Agenda 2030, por el contrario,
implica obligaciones internacionales para España, y la ministra competente en
el ámbito del desarrollo sostenible, Ione Belarra, ha tenido que recordar que
la agenda no es solo un pin para lavar conciencias.
La prueba de que
esto es así es que, a pesar de una indisimulada irritación, los ministros que
saben de todo han terminado respondiendo a la propuesta de Belarra de aplicar
la Agenda 2030 a la política exterior, y han reconocido que lo único que tiene
sentido para afrontar la crisis en Ucrania es la diplomacia y el diálogo. Eso
en gramática parda es recoger cable.
Ojalá los que saben
de todo (aunque no tienen tiempo para nada) protejan un poco más al presidente.
El Gobierno de coalición es hoy una garantía democrática frente a una derecha
política y mediática echada al monte y al asalto de ayuntamientos. Cuidar el
Gobierno de coalición, en lo que respecta a la política exterior y de defensa,
es defender la paz y huir de tentaciones aznarianas. Hoy, por suerte, en el
PSOE saben que Robles se equivocó poniendo el foco en las fragatas y los buques.
No tengo dudas de que la izquierda del Gobierno va a proteger siempre la
coalición y me consta que el presidente lo sabe. Pero sería bueno que también
los ministros más escorados a la derecha evitaran los tonos arrogantes y no se
dejaran querer tanto por la derecha mediática. El indisimulado amor de los
medios de derechas por la ministra Robles en nada ayuda a la coalición. Esos
medios solo quieren hacer caer al Gobierno.
Hay además algo que
conviene no olvidar. La base social progresista sabe más de política de lo que
la ministra pensaba y no se deja engañar con eso de que lo de Ucrania tiene
algo que ver con los derechos humanos y la democracia. La gente progresista
tampoco cree que sea una gran idea ofrecer a EE.UU. entusiasmo belicista para que
ponga firme a Marruecos. Las personas de izquierdas quizá no sepamos mucho de
todo, pero todo el mundo sabe que no es prudente tomar a tu electorado por
tonto. Por suerte, en el PSOE se han dado cuenta y creo que no volveremos a ver
al presidente obligado a disfrazarse de presidente de la República para ser el
jefe supremo de las Fuerzas Armadas. Eso a Casado ya no le gustaría tanto como
las aventuras atlantistas de su mentor.
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