José Rivero Vivas
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La nota que aparece al pie de la página 49, en el cuento Sombras en un espejo, de Agustín Díaz Pacheco, uno de los autores que integran esta serie, es prueba fehaciente del “Síndrome de Corrección Academicista” que afecta al personal técnico de Ediciones Aguere-IDEA, responsable de la publicación de esta Antología de cuentos canarios de ciencia ficción, bajo el título: TRECE GRAMOS DE GOFIO ESTELAR.
Estos señores y señoras, imbuidos de celo lingüístico, campan por sus respetos en el texto que cae en sus manos. De suerte que, la conjunción aun, en la expresión aun así, significando a pesar de, por magia del acento, gratuitamente adjudicado, queda transformada en aún, adverbio de tiempo, en sustitución de todavía, lejos del propósito de su correspondiente autor. En otro punto vemos la conjunción condicional si cambiada en adverbio de afirmación sí; pero, como el proceso es largo, no podemos deducir si se trata de libertad del autor o de exceso del agente censor. Así, a lo largo de los diversos relatos, hallamos que la tilde distintiva de sólo aparece borrada, convirtiendo el adverbio en adjetivo, que al acompañar al verbo parece algo fuera de lugar. Ello nos lleva a imaginar lo que ocurriría en Francia si decidieran suprimir el acento grave de la preposición à para ser asimilada por a, tercera persona del singular en el presente de indicativo del verbo avoir. Claro es que, el tumulto de aes, en acusativo, imperante en territorios de habla hispana, es enorme; unido este derroche a la abundancia de que, con frecuencia expletivo, sumado todo al torrencial de, como genitivo de posesión y de pertenencia, hacen que el sentido del concepto, en español, sea retardado y lento su ritmo, pese a la tremenda velocidad que se le imprime en los medios hablados de comunicación.
Respecto de algunos accidentes gramaticales, alegan los editores que es voluntad expresa de adoptar al pie de la letra las disposiciones de la Real Academia Española de la Lengua. Sin ánimo de inmiscuirse en la magistral labor de estos señores eruditos, cabría, no obstante, la posibilidad de sugerir la excelencia de paliar la profusa invasión de inglés, con tanto préstamo, superfluo a veces, que inunda este idioma. Quizá por ello, ante su invitada, la popular locutora exclamó: “¡Estaba tan happy!”, y pronunció la delicada hache aspirada anglosajona con ronco sonido de Jaén.
Convendría, pues, aclarar a los “Correctores de Estilo” que no es cuestión de argumentar contra su razón de utilizar el lápiz rojo allí donde les mueve su consideración del buen uso del lenguaje, sino de hacer sencillamente prevalecer la razón personal del autor, que lo induce a no adaptarse a la norma corriente y opta por innovar su léxico habitual, lo cual no implica obligada conformidad por parte de quien disecciona su escrito.
Puesto que el acto de escribir es libre en sí, el autor goza, por consiguiente, de independencia para mostrar sus propios errores, que al cabo pueden resultar aciertos. Si, por limitación oficial, truncamos su inventiva, poco va a restar de su impulso creativo.
Esto recuerda el caso del parvulito, en el Kinder Garten, que pintó un sol de color azul. La Señorita, alarmada y aun descompuesta, reprimida gritó: “¡No, no, no!” Seguidamente se sentó, tachó el dibujo del niño y, al lado, pintó ella un sol amarillo.
José Rivero Vivas
S/C de Tenerife, septiembre de 2010
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