TAMIZ
José Rivero Vivas
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El libro que se comenta entraña un conjunto de propuestas literarias, configurando una novela completa, conforme instruye su autor, Miguel Ángel Díaz Palarea.
El volumen está integrado por una serie de relatos, perfectamente acabados, en el marco de sus propios límites, unidos entre sí por medio de unos personajes, diseminados a lo largo de las distintas historias contadas, con objeto de proporcionar coherencia a la fábula, dispersa en el conglomerado de hechos que paulatinamente se suceden.
Ello nos lleva a considerar que esta suma de narraciones, independientes entre sí, aunque hábilmente enlazadas, merced al orden dispuesto por su autor, goza de un denominador común, el cual es susceptible de ser hallado tras atenta lectura, fenómeno que se percibe desde el momento en que analizamos la significación de su título: LAS CUCAS, en publicación de Ediciones Idea, diciembre de 2008.
A primera vista llegaría a entenderse que el substantivo ha sido elegido para distinguir la plaga de insectos, que infesta la zona alta de la ciudad, cuya proximidad provoca atroz impacto en el lector; especialmente, al comprobar la nauseabunda aversión introducida a través de la visión del escabroso punto de acceso de la aprensiva invasión.
Pese a cuanto sucintamente se infiere, advertimos en su análisis que su título hace referencia a una dimensión más amplia. De lo cual se deduce que se trata, en realidad, de unas siglas que, en gratuito acróstico, su desglose da, como resultado, esta singular sentencia:
Las
Almas
Sublimes
Caminan
Unidas
Con
Albo
Sentir
Entonces vemos que la novela es única, a pesar de sus distintos episodios políticos, amorosos, policíacos y de ficción futurista.
Llenan, ciertamente, sus páginas, almas sensatas, y aun descarriadas, que viven en un ambiente de represión y férreo control. Almas son, asimismo, aquellas que ejercen ese dominio y las que, sujetas a su réprobo deber, presionan y torturan a sus semejantes.
De estilo profuso, su discurso resulta un tanto farragoso y reiterativo; bien cuidado, sin embargo, conformaría un texto de halo barroco y preciosista. Es, pues, necesario coger el cedazo y cerner el gofio, cual hicieran nuestras abuelas después de la molienda.
Miguel Ángel Díaz Palarea logra, sin embargo, evadirse, en parte, a la habitual tendencia en la narrativa canaria actual, que oscila entre Juan Rulfo y García Márquez, con el tremendismo de Cela, cual huella ineludible, pesando sobre el contexto. Su acierto es quizá producto de su profesión, la cual le obliga a escribir cientos de folios, en preparación de protocolos judiciales, lo que, en cierta medida, llega a emparentarlo con Stendhal, quien, al parecer, buscando ser sucinto y preciso en su expresión, leía con fruición un ejemplar del Código Civil.
La leyenda de Alga, la mujer sirena, evoca un lirismo delicado, envuelto en tinte erótico, que conduce al enardecimiento, y aun a la emoción, en determinados pasajes en los que se muestra su encuentro con el personaje narrador. Lástima que, aun aposta, sea la escena interrumpida para introducirnos con rapidez, no exenta de cierta brusquedad, en temas concernientes a la alegoría de Astronkes y Naturenkes, Yagos y otras figuras míticas de la Constelación Araneida, tras cuya nomenclatura se disfraza tal vez la designación de un lugar propio de la Tierra, con definida aspiración a conseguir su estado de feliz independencia.
El periodista Angelito Virtudes aparece y desaparece, sin peso específico en el relato, por lo que es leve su incidencia a lo largo de la aventura que protagoniza. Análoga impresión nos causa la larga galería de personajes, que semejan moverse a instancias de los hilos que maneja su autor más que a impulsos de su propia voluntad. Su puesta en escena, en armonía con todo el conjunto, atiende a dictados de cinematografía, lo cual salva su contenido, al tiempo que explica la obsesiva repetición descriptiva, freno inoportuno para el consecuente proceso de destacados fragmentos de la obra.
La narración avanza, en cruce propicio, alternando una y otra historia colateralmente, sin que se advierta notoria diferencia en el lenguaje utilizado en los variados propósitos que animan la trama. El autor persevera, no obstante, en comunicar su vasta enumeración de individuos y grupos, lugares y ambientes, dentro de su particular terminología, aplicada indistintamente al cauto relato acerca del futuro que aguarda a la Constelación Araneida.
Tanta profusión de sucesos y personajes carece, sin embargo, de un gráfico en el que se especifique la identidad de los protagonistas, así como la localización del ámbito en que se desarrolla su abnegada acción. Ello crea confusión en el lector, que resulta desorientado en su aproximación al argumento, pese a la explicación adjunta, susceptible de ser hallada en la historia, supuestamente real, la cual lidera, o acompaña, a la futurista ficción.
Es asimismo arriesgado su cómputo de concesiones a los amigos, se trate de personas, deseos o causas, puesto que reduce y debilita el alcance artístico del proyecto, con lo cual llega a diluirse el mensaje que en mente pretende transmitir. Así vemos que, a medida que la obra progresa, el mito desciende a los suelos, donde abunda el lugar común, el tópico y el proverbio, rezumando sus páginas un sesgo coloquial y castizo, que trueca la elevada contienda en hecho ordinario, espacio en que los personajes bregan por lograr su anhelada meta; este factor los convierte en realmente humanos, cual imbuidos del sentir de antiguos dioses griegos, en abierta refriega por conseguir su objetivo. Ello nos hace concebir demasiado próximo el acontecer narrado, por lo que su viaje astral parece un paseo en una calle de cualquier ciudad de occidente.
De este pasaje se infiere que el autor, en determinado aspecto, es en parte dominado por influencia de alguna serie televisiva; de modo que marcha, de batalla en batalla, tratando de enaltecer a quien denodado lucha por conseguir su afán primero, resumido en la soberanía de su país, el cual considera sometido a la intransigencia de la nación colonizadora.
La solución al conflicto expuesto viene aportada al final de la novela. Advertimos entonces que ciertos personajes clave, cual el Dormido, yacen durante tiempo en olvido, lo que nos induce a pensar si, el propio lector, participante pasivo, en cualquiera de sus diversas vertientes, viene a representar este personaje, desvanecido, como tantos otros, en múltiples capítulos. El autor, consciente quizá de su fallo, corre en salvación de cuantos han pasado, sin clara frecuencia en la deriva, y proporciona un listado completo, corrigiendo así su aparente negligencia.
Como fin de fiesta, de un musical retardado, desfilan las mujeres con las que el personaje narrador se relaciona a lo largo de la historia. Luego, en insospechada magia sombreril, presenciamos la mutación córvida del Dormido, que junto a otras aves combaten la masa negra que integra la nube de insectos. Acuden otros personajes a reunirse junto a la estatua, símbolo de la libertad obtenida en lucha contra distinta potencia, de imperial raíz; en este punto, indicado en la convocatoria, inician su ataque contra las cucarachas que, a imitación del célebre flautista, conducen al lugar donde ha de ser provocado su exterminio.
Acabada la extraña odisea, se establece la despedida de rigor entre las personas afines. Respecto de los amigos, alguien sugiere un brindis, que propone celebrar en algún lugar de la isla.
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LAS CUCAS es obra que, por su similitud en la elección de tema y tratamiento, encaja perfectamente en la moda seguida por autores y editoriales, en cuanto guión, considerado excelente hallazgo en el quehacer literario internacional. Esta certeza nos lleva a constatar la fuerza creativa de Miguel Ángel Díaz Palarea, la cual es, sin duda, digna de admiración. Este autor, al igual que algunos más de las Islas Canarias, reúne, con ventaja, los elementos necesarios, físicos e intelectuales, para erigir su perfil idóneo, de escritor contemporáneo, en cualquier ámbito de reconocido prestigio. Convendría, por tanto, alentarlo a presentar sus obras en la escena difusa de allende el mar que circunda al archipiélago, de modo que su impronta ―junto a la de otros escritores canarios, válidos en especial por la exigida prestancia de su imagen, lo que de suyo cuenta más en la valoración profesional― lograra romper el cerco alzado en torno a nuestra esplendorosa producción, que sigue estando oprimida por el desdén externo de un sanedrín improvisado, en franca o casual confabulación con la indiferencia interior, arbitrariamente suscitada en el ánimo de nuestra gente, con lo cual se pierde el interés relativo a la potencial adquisición de nuestra enseña.
Ello viene, al cabo, a ser traducido en la nefasta presunción de que nuestra creación literaria, pese a los siglos de compromiso y dedicación, en ajena y propia estima, no pasa de ser vana ilusión y deleznable quimera.
José Rivero Vivas
Santa Cruz de Tenerife, marzo de 2009
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