¿HACIA UNA EUROPA CRISTIANA
Y CONSERVADORA?
En muchas cuestiones de valores
el continente no ha retrocedido, sin embargo, el liberalismo se ha convertido
en una poderosa arma islamófoba
NURIA ALABAO / PABLO CARMONA
Mujeres con velo en Barcelona Pixabay
Los
resultados de las elecciones en Europa a menudo encienden la alarma ante el
ascenso de las opciones de extrema derecha que se suelen representar
fundamentalmente como portadoras de una política sexual ultraconservadora pero
¿estos proyectos pueden dar a luz a una Europa retrógrada, blanca y cristiana?
¿Cómo es posible que muchas derechas radicales se presenten como defensoras del
liberalismo, al tiempo que de una Europa cristiana?
Cuando hablamos de derechas radicales partidarias estamos hablando de una pluralidad de fenómenos que distan mucho de representar tanto una coherencia ideológica como una unidad de acción. Eso también sucede alrededor de la cuestión de género, donde muchas veces presentan propuestas muy disímiles. En realidad el elemento definitorio más acabado de estos proyectos no es el género, sino la cuestión migratoria y nativista, el etnonacionalismo –aunque a veces puedan relacionar estos ejes de raza y género en sus narrativas, como sucede en la cuestión demográfica.
En
Europa, este eje nativista es paralelo al de la islamofobia de matriz colonial.
El historiador Enzo Traverso define a este
ecosistema ultra como la forma política que resulta de la conversión
de la indignación generalizada de las masas ante las condiciones de la
existencia social en nacionalismo, racismo y conflicto etnocultural sin
cuestionar en lo más mínimo las formas dominantes del
liberalismo autoritario. Por el contrario, sirve de complemento
a estas formas, actuando como palanca para normalizar políticas antaño
consideradas extremas e inaceptables, tanto en relación al autoritarismo creciente
como a la gestión de las migraciones,
dos temas de los que escribimos recientemente.
Las
estrategias que proclaman la incompatibilidad del islam y el liberalismo
europeo con “nuestra forma de vida” sirven para señalar a un otro
irreconciliable que asegure a los europeos una identidad que por sí misma no
existe. Para ello, atribuyen el machismo y el conservadurismo a los que
provienen de “otras culturas” que consideran menos avanzadas, especialmente la
de los musulmanes. Mientras que los que profesan esta religión se consideran
una amenaza para los derechos o la integridad física de mujeres y disidencias sexuales.
Esto les permite disfrazar su xenofobia como una defensa de los “valores
europeos” –identificados como los liberales en costumbres–, al tiempo que se
muestran próximos en apariencia a las agendas del feminismo y LGTBIQ+ liberales
a partir sobre todo de la cuestión de violencia, o incluso en ocasiones,
instrumentalizando el apoyo a derechos como el matrimonio homosexual. Porque
aunque pueda parecer paradójico, mientras las sociedades europeas votan cada
vez más a la ultraderecha, se vuelven más seculares y cada vez más tolerantes
en cuestiones morales. Esto también sucede incluso en Europa del Este que tiene
opciones políticas mucho más conservadoras en cuanto al género. Como hemos
visto esta última década, los ataques al feminismo o a las
disidencias sexuales están siendo más virulentos ahí. Por
ejemplo, Hungría es uno de los países europeos donde se
practican más abortos, pese a la retórica inflamada de sus
dirigentes y, en este país, los jóvenes apoyan valores mucho más progresistas
que sus mayores. En Polonia, es probable que el aborto fuera una de las
cuestiones que pesó en las elecciones del 2023 en las que alcanzó el gobierno
el liberal Donald Tusk. Sobre EE.UU. podemos decir que Trump ganó pese a su posición sobre
el aborto, una cuestión que trató de evitar buena parte de la
campaña.
De
manera que, buena parte de estos ultraderechistas, sobre todo en Europa
Occidental, y aunque utilicen las cuestiones de género
para lanzar guerras culturales, están más cercanos a un
populismo “liberal”. Por supuesto, hay partidos muy radicalizados en sus
propuestas conservadoras, pero tienen pocas opciones de liderar gobiernos. De
hecho, las vidas de sus propios líderes están exentas de representar un ideal
religioso –al menos católico–: Abascal está divorciado, Lepen, varias veces, y
Salvini siempre aparece al lado de mujeres altamente sexualizadas y explota,
como Trump, su imagen de ligón –en el caso de Trump, hasta ha sido condenado
por agresión sexual.
Liberalismo,
un martillo contra los musulmanes
Recientemente
los elementos étnico-culturales de la identidad europea se están reforzando.
Sea gracias a la emergencia de estas extremas derechas o a otros factores, una
buena parte de los partidos europeos están asumiendo las migraciones como un
problema, lo que implica una forma de redescubrir un consenso sobre los
“valores europeos” liberales, anclándolos, esta vez, al miedo al otro. Pero
estas opciones no implican necesariamente una vuelta a los “valores
tradicionales” o la familia “natural”, del mismo modo que el liberalismo no es
necesariamente un garante del derecho. Estas son las tesis del académico
experto en Islam Olivier Roy en El aplanamiento del mundo
o ¿Europa sigue siendo cristiana?
Lo
que explica Roy es que las derechas radicales contraponen los supuestos valores
europeos a los de los migrantes y musulmanes, pero que su contenido es
contradictorio. Unos identifican estos valores comunes con una Europa cristiana
y sus tradiciones –lo que en realidad implica hostilidad a la libertad sexual y
al matrimonio homosexual–. Mientras que otro sector destaca la libertad de la
moral europea frente a la supuesta intolerancia de los musulmanes: se defiende
el feminismo frente al velo y los derechos LGTBIQ frente a la homofobia
religiosa, explica Roy. La
paradoja aquí es que los valores defendidos por la Iglesia católica se oponen a
los valores liberales. “En cuestiones importantes como la libertad de expresión
y la blasfemia, la igualdad de sexos, el género..., los cristianos creyentes
están mucho más cerca de los musulmanes. Por otra parte, no fueron los
musulmanes quienes salieron a las calles para combatir el matrimonio
igualitario”, señala Roy, refiriéndose a las
manifestaciones de fundamentalistas cristianos en España o Francia. Vox encarna
muy bien esa evidente contradicción: “¿Quién defiende como hacemos nosotros en
el Parlamento Europeo la Europa cristiana, la Europa de los valores
democráticos, frente a la islamización?”, dice Abascal.
Geert
Wilders, ganador de las elecciones neerlandesas de diciembre de 2023, tiene un
programa decididamente liberal en materia de moral. Dice apoyar los derechos
LGBTQ+, incluido el matrimonio homosexual –una muestra de la “superioridad
nacional de los Países Bajos” o de la “cultura europea” –así como hacen otros
partidos de extrema derecha de los países nórdicos–. El propio Vox tiene discursos más cercanos a este
homonacionalismo –que justifica cerrar fronteras para proteger a los
homosexuales– que a la homofobia explícita. Aunque pueda
oponerse a las banderas del arcoíris en los edificios públicos o a los
colectivos de las disidencias sexuales a los que llama “chiringuitos
ideológicos” o “lobby LGTBI” –en un esquema parecido a la retórica que utiliza
para oponerse al feminismo.
Según Roy,
ese es el motivo por el que “los que mejor defenderían una Europa identitaria
son en realidad los liberales, ya que los valores ‘europeos’ que se quieren
oponer a los musulmanes/migrantes son precisamente estos valores liberales en
términos de moral y costumbres, lo que implica una transformación autoritaria
del liberalismo político que nada tiene que ver con el retorno de un orden
moral”. El mejor ejemplo lo proporciona Dinamarca, donde el partido
socialdemócrata ha aplicado la política de exclusión y asimilación forzosa de
migrantes más restrictiva de toda Europa, precisamente en nombre del modelo
social y de los valores liberales. En Francia, el aborto se consagra en la
Constitución al mismo tiempo que se aprueban las leyes de inmigración más
estrictas. “El liberalismo político se ha desplazado hacia una posición
autoritaria, pero defiende un ‘modo de vida’ liberal, siempre que se esté en el
lado correcto de la valla, concluye Roy.
Además,
la frontera entre derechas radicales y liberales se difumina cuando en lugares
como Francia esta defensa del laicismo se utiliza fundamentalmente para atacar
al islam –lo que en realidad une a la izquierda laica, a un centro-derecha liberal
hasta llegar a Agrupación Nacional–. La prohibición del uso del hiyab en
escuelas públicas y los reiterados debates sobre la vestimenta islámica en
espacios públicos son ejemplos de cómo la islamofobia se ha institucionalizado
en el país, presentándose como una defensa de la identidad secular frente a la
influencia de lo que se percibe como una religión foránea y opresiva. Lo que
podríamos llamar un “fundamentalismo laico” –concepto del académico libanés Gilbert
Achcar. Hoy una parte importante de la población – incluido el
presidente “de centroderecha”, Emmanuel Macronestas– apoya estas prohibiciones.
En España este debate del velo llegó antes del surgimiento de Vox, sobre todo
en los primeros 2000 en Cataluña, pero hoy, por suerte, no tiene mucha
centralidad, aunque suelen aparecer conflictos puntuales en prensa de vez en
cuando, y a pesar de los esfuerzos de este partido que trata de ponerlo en
agenda una y otra vez.
Hay
que señalar que este eje nativista y la islamofobia en Europa no solo responden
a una preocupación por la inmigración reciente, sino que también se articula a
través de una lógica que busca la redefinición del marco de pertenencia,
excluyendo a aquellos que, aunque también “nativos”, al ser musulmanes son
representados como culturalmente ajenos a la identidad nacional. En países como
Francia, donde el legado colonial sigue marcando profundamente las relaciones
sociales, gran parte de la población musulmana es descendiente de migrantes de
antiguas colonias en el norte de África, como Argelia o Marruecos. A pesar de
haber nacido y crecido en suelo francés, estos ciudadanos suelen ser
considerados como “otros” por los discursos de derecha radical, que, como hemos
explicado, los señalan como una amenaza a la laicidad y los valores
republicanos franceses. La inmigración marroquí en España es más reciente y
tiene menor peso demográfico, pero ya se apunta en esa misma línea. Los
discursos de Vox están destinados a criminalizar esta inmigración o a sus
descendientes ya plenamente españoles y a rechazarla por sus “diferencias
irreconciliables con nuestra cultura”. “Acabaremos viendo guetos en los que no
entrará la policía y en los que se aplican otras leyes, las leyes islámicas”, dice Abascal.
Las
sociedades europeas no van a regresar a la “familia tradicional”. Según Roy, el
apoyo a las derechas radicales en su mayoría es en contra de las élites,
Bruselas y el islam, no en contra el aborto o para devolver a las mujeres a las
tareas del hogar –aunque sin duda sean importantes herramientas de agitación y
puedan conseguir votos en el antifeminismo más identitario. Lo que consiguen
las derechas radicales es capitalizar los deseos de ruptura. Se muestran como
una falsa oposición a este sistema desigual en ausencia de un proyecto político
de izquierdas capaz de representar estos deseos, y ante nuestra imposibilidad de
hacer creíble que sí hay alternativa –o por nuestra incapacidad de darle forma.
Más que constituirse como opción contrarrevolucionaria como lo fueron los
fascismos clásicos –e incluso los proyectos ultraconservadores en lo moral y
neoliberales en lo económico de Thatcher y Reagan–, su principal función
política hoy probablemente sea la de cerrar la posibilidad de un salida a la
crisis europea por el lado de la redistribución radical de la riqueza. El
liberalismo político puede ser su aliado en esto.
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