CONTRA LA UNIDAD DE LA IZQUIERDA
JONATHAN MARTÍNEZ
La vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, en el
acto 'Empieza todo' de la plataforma Sumar, en el que presentó su candidatura
para la presidencia del Gobierno en las próximas elecciones generales, en el
polideportivo Antonio Magariños, de Madrid. EUROPA PRESS/Carlos Luján
Hace mucho tiempo que asisto entre la prudencia y el desconcierto a las convulsiones de ese espacio que órbita alrededor de Unidas Podemos y que día tras día va mudando de forma y hasta de nombre. Quisiera observar el fenómeno igual que un científico observa una reacción química en un tubo de ensayo. Al fin y al cabo, eso es la pugna política: un agregado de sustancias reactivas que al chocar entre sí modifican su estructura y consumen o liberan energía. Los partidos, igual que la materia, se funden o se solidifican y a veces hasta se evaporan. La historia parlamentaria es un abecedario de siglas. Unas pocas hicieron fortuna pero casi todas se desvanecieron sin dejar rastro.
Digo que me
gustaría ser ecuánime, pero sé que a menudo me dominan los afectos y la probeta
está llena de gente a la que estimo y que ahora se desangra a cuchilladas. No
hay nada novedoso, sin embargo, en el espectáculo del fratricidio. Lo vimos en
Vistalegre II, donde el juego de las sillas eclipsó el debate de ideas. Lo
vimos en aquel cónclave de IU de 2004 que encumbró a Gaspar Llamazares gracias
a una polémica maniobra reglamentaria. Y si uno abre el ángulo y se remonta a
épocas más lejanas, encontrará las diversas escisiones prosoviéticas del PCE o
la rivalidad encarnizada con el POUM durante la guerra civil.
El pasado domingo,
el acto de Sumar en Margariños presentaba el confuso aspecto de una maleta con
doble fondo. En la superficie quedaron las sonrisas de los reencuentros y el
verbo épico de Yolanda Díaz, que clavó su mirada en el horizonte de la
presidencia. Por debajo, en cambio, la ausencia de Podemos enrarecía cualquier
efusión de entusiasmo. La formación morada, invisible y sobreentendida, anduvo
flotando por el aire del polideportivo igual que un fantasma familiar en una
mansión gótica. Nadie en la prensa fue capaz de mencionar a la vicepresidenta
sin dibujar a Pablo Iglesias como su oscuro reverso, un sombrío Mr. Hyde al que
conviene echar de comer aparte.
Las redes sociales,
ese falso simulacro de asamblea permanente, no han depuesto las armas ni un
solo segundo. Las escaramuzas digitales se multiplican con la virulencia de un
episodio de Juego de Tronos. Y entre las ráfagas de fuego amigo —más mortífero
e irreversible que el fuego enemigo—, muchos levantan como una bandera blanca
la arcadia feliz de la unidad de la izquierda. La unidad de la izquierda, no
obstante, tal vez solo sea una bonita combinación de palabras hinchadas por la
levadura de las pasiones. Algo que en el fondo nadie quiere. ¿Cuáles son los
contornos de la izquierda? ¿Esa unidad implica una fusión orgánica o basta con
un esporádico remiendo electoral?
Durante los
primeros balbuceos de Podemos, allá por 2014 y 2015, se habló mucho de la
relación que los morados debían entablar con la menguante Izquierda Unida. En
2016, Iglesias y Garzón firmaron el célebre pacto de los botellines con no
pocas resistencias internas. Recuerdo que el entorno de Íñigo Errejón renegaba
de la amalgama. Al fin y al cabo, Podemos había florecido con un aire de
impoluta novedad y temía quedar lastrado por el estigma poscomunista. El eterno
campo de batalla entre izquierda y derecha se presentaba entonces bajo el
antagonismo de los de arriba contra los de abajo. Era la teoría populista de la
centralidad del tablero.
¿Qué ha cambiado
para que los dirigentes de Más País se adhieran a un proyecto como Sumar, que
descansa sobre el carisma de una militante ya histórica del PCE? Aquí es
posible formular dos hipótesis no necesariamente contradictorias. Puede ser que
Errejón haya olido la ocasión de recuperar el protagonismo que perdió en el
segundo Vistalegre y que su apuesta por Sumar tenga algo de revancha frente a
quienes lo relegaron a la minoría del Consejo Ciudadano. Puede ser también que
Sumar esté dispuesta a despojarse de los viejos aparejos de la izquierda y
apueste por la baza nebulosa de los significantes vacíos. A Podemos le funcionó
en 2014. Pero estamos en 2023.
Sospecho que la
unidad de la izquierda no figura en ningún calendario. De hecho, ya existe un
precedente cercano de amontonamiento de siglas. Ocurrió en las elecciones al
Parlamento de Andalucía de 2022 con un resultado de mal agüero: cinco escaños
desavenidos y una mayoría absoluta del PP. Una advertencia de lo que puede
ocurrir en los próximos comicios generales. Por otro lado, Díaz arremetió en
Margariños contra los diputados independentistas que no avalaron su reforma
laboral. No hay atisbo de unidad, me parece, en desmarcarte de medio grupo
parlamentario de Unidas Podemos y embestir a los partidos de izquierda que
sostienen tu ejecutivo.
Y quizá aquí, más
allá de los rencores personales, hemos pinchado en hueso. Había dos grandes
promesas electorales que conciliaban al bloque de la investidura, dos grandes
leyes de Rajoy que urgía derogar: la reforma laboral y la ley mordaza. Entre
pretextos y malabarismos, el PSOE fue dando largas hasta contradecirse y
terminó auspiciando dos correcciones parciales que rompían el bloque de
investidura y que ni siquiera contaban con mayoría. La reforma laboral,
acordada con la patronal y con Ciudadanos, prosperó gracias a la torpe
carambola de Alberto Casero. La ley mordaza continúa vigente después de que el
Congreso discutiera un sucedáneo de reforma.
Estoy dispuesto a
entender las llamadas al pragmatismo, al posibilismo, a la política de lo real.
Al fin y al cabo, negociar siempre es ceder. Lo que resulta un tanto anómalo es
ceder en aquellos puntos que siempre fueron un acuerdo, en aquellas medidas que
se prometieron a viva voz y que todavía hoy figuran en las hemerotecas y en los
programas electorales respaldados por la mayoría de los votantes. Y en esta
encrucijada, incluso tragando lo intragable, había dos opciones: señalar la
cobardía del PSOE o culpar a las izquierdas que no quisieron renunciar a sus
aspiraciones. Ignoro por qué se eligió la segunda opción, pero esa cruz empaña
otras conquistas de la legislatura.
Hace ya más de
veintitrés años, el PSOE e Izquierda Unida anunciaron un hermanamiento
preelectoral que iban a suscribir Joaquín Almunia y Francisco Frutos con el
propósito de formar un "Gobierno de progreso". José María Aznar logró
así su primera mayoría absoluta. Si bien el PSOE sufrió un notorio tropezón en
las urnas, Izquierda Unida perdió de un plumazo el 52% de sus votantes. La historia
es una gran maestra pero el ser humano es un alumno poco aplicado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario