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lunes, 27 de febrero de 2023

"LA EXPRESIÓN ES PARTE DE LA VIDA MISMA, LA ÚLTIMA PARTE DE CADA CICLO"

 

"LA EXPRESIÓN ES PARTE DE LA VIDA MISMA, LA ÚLTIMA PARTE DE CADA CICLO"

 (Eduardo Sanguinetti, Escuchad Buena Gente, Editorial Correo de Arte, 1980)

"Me educaron potencias más altas, más ocultas y misteriosas, que la de mis padres y maestros.

Estas y otras deidades llenaron intensamente mis años infantiles (mucho antes de saber leer y escribir) de antiguas imágenes orientales. Sin embargo, soy mitad latino, nací bajo el signo de Capricornio y he ejercido siempre cualidades como la austeridad, la paciencia y cierto estoicismo vocacional. Afortunadamente, lo más valioso e indispensable para la vida lo he aprendido antes de mis años escolares.

Mis maestros fueron los árboles, la lluvia, el sol, las abejas, hasta las moscas, los animales y el duende que rodeaba la figura de mi abuelo. Fui amigo de las estrellas y sabía un buen número de canciones.. Se me ocurre en este momento una clara asociación de suaves palabras: "Una y otra vez bajo a tú pozo, tierna leyenda de antaño, oigo de lejos mis oraciones en tú canción dorada, desde tus profundidades susurra, avisadora, la mágica palabra, parece como si yo estuviera ebrio, durmiera y tú me llamaras siempre sin cesar...dulce niñez".

Disponía, en fin, de toda la legendaria sabiduría de la infancia.

Se añadieron luego los conocimientos escolares, que más me entretenían que mortificaban.

Sabiamente en mi querido y ahora lejano colegio alemán, no se me condujo a lo práctico y necesario. Se me educó alegremente, y ello era para mi un placer. Algunos de los conocimientos entonces adquiridos no se me han borrado todavía. Recuerdo aún algunos graciosos vocablos germanos o algunas frases y refranes.

Hasta adolescente no se me ocurrió pensar seriamente en lo que iba a ser de mí. Como todos los niños, tenía una particular preferencia por ciertas profesiones casi legendarias: explorador, navegante, investigador. Despreciaba a lo que llamaban realidad, que, a veces, me parecía sólo un ridículo convenio de las personas mayores. Un tímido a veces irónico, renunciar a la realidad, era corriente en mi. Quería por todos los medios transformarla, superarla, embrujarla. Primeramente se limitó a aspectos infantiles, puramente externos, por ejemplo. que mis bolsillos por arte de magia se hubieran llenado de dulces, salvar de las garras de poderes malignos a las niña en la que volcaba todo mi potencial de niño-hombre, hoy devenidas en las mujeres que me han dado todo y todo me lo han quitado. Soñaba con librarme de mis enemigos por poderes mágicos, y luego abochornarlos con mi caballerosidad, para ser proclamado por último vencedor y rey: soñaba con descubrir tesoros escondidos, despertar a los muertos, hacerme invisible.

Miro hacia atrás en mi existencia. La vida se me presenta, del principio al fin, bajo el signo de un poder mágico, el rumbo de ese deseo, evolucionando con el tiempo, arrebatado al mundo exterior y hecho sustancia propia, yo intentando cambiarme a mí mismo, no cambiar a las cosas.

Fui un niño vivo, a veces feliz, sabiendo gozar con mi compañía. Supe jugar con el vasto mundo de los colores y familiarizarme con la selva de mi propia fantasía. Mis deseos eran ardientes y sanos. Viví mucho tiempo en el paraíso, pero mis padres me presentaron bien pronto bien pronto a la serpiente.Mi sueño de niño se prolongaba, el mundo era mío, todo era presente, todo estaba ordenado a mi alrededor para satisfacción mía. Si alguna vez algo me enojaba o entristecía, si el denominado mundo real me decepcionó, supe encontrar casi siempre el camino hacia un mundo más libre, más sensible, el de la fantasía. Sí, mucho he vivido en el paraíso.

Amaba entrañablemente a mi abuelo. Todo lo esperaba de él, porque de todo era capaz. Él y su dios pagano, tan oculto en el ídolo, fueron mis maestros. Era el padre de mi madre, este hombre perdido en el bosque del misterio, como perdida estaba su figura, en el silencio que era su habitual lenguaje. De sus ojos brotaba un dolor universal y una alegre sabiduría, un solitario saber y una jocosa divinidad.

Mi abuelo tenía una sonrisa exótica, la secreta sonrisa de la sabiduría.

Sensaciones:

¡Qué diferente se veía la puerta del jardín de mi casa familiar, en un atardecer de domingo, que una mañana de lunes!

¡Qué distinto se mostraba el gran reloj, en el comedor de la casa de mi abuelo, cuando llegaba en julio a visitarlo, que cuando partía de allí!

¡Y qué transformación sufría todo, cuando no gobernaba ningún espíritu extraño, sino el mío propio, cuando mi alma jugaba con las cosas y les daba otros nombres, otro significado! Entonces una silla o un banco, en los que nunca había reparado, una sombra junto a la chimenea, o los titulares de un periódico, podían ser bellos o repulsivos, orgullosos o simplemente nada. Podían llegar a despertar nostalgias o atemorizar, ser ridículos o tristes.

¡Qué pocas cosas existían inmutables, fijas y perdurables!

¡Cómo ansiaban todas las cosas el cambio, cómo sufría transformaciones, cómo aguardaba todo, al acecho, un desenlace o una resurrección!

¿Hay algo más necio y que nos haga más desgraciados que la inteligencia?

Recuerdo una frase escrita en mi cuaderno de música, que decía: "Bienaventurado, bienaventurado el que es niño todavía". Frase misteriosa, que me demostraba que había algo que poseíamos los niños, que los mayores, ya habían perdido.

Mientras tanto era feliz, a pesar de todo. Había muchas cosas en el mundo, que hubiera deseado de otra manera. Pero yo ya he dicho que era feliz.

Se me aseguraba en todas partes, que no se pasa por esta tierra para ser feliz y que la verdadera felicidad sólo la consigue aquel que ha sabido vencer. Pero esas sentencias y máximas que intentaban las asimile, provocaban muy poco efecto en mí, a pesar de lo mucho que procuraban en inculcarlas mis mayores.

Tenía caminos secretos que me llevaban a la luz. Si fallaban mis habituales juegos, siempre acudían otros novedosos.

¿No era suficiente, por la noche en mi cama, cerrar los ojos y perderme en el encanto fabuloso de los círculos de color que se presentaban ante mí, que se contraían suavemente, dulcemente? Nuevamente poesía, entonces, felicidad y secreto. ¡Qué pleno de promesas se me revelaba el mundo!

Los primeros años escolares apenas si consiguieron cambiar gran cosa, aunque observé que la confianza y la sinceridad sólo podían perjudicarme. De algunos profesores he aprendido todo lo necesario y preciso para mentir, simular o fingir, jamás pude llevarlas a la práctica. Este fue el principio del fin. Lentamente se fue marchitando mi primera florecencia. Lentamente aprendí también yo, sin sospecharlo, aquella falsa canción de la vida, aquel inclinarse ante la denominada realidad, ante las leyes de los mayores, aquel aclimatarse a un mundo que jamás sería el mío.

Hace mucho que he comprendido porqué en mi cuaderno de música, aquella frase decía: "Bienaventurado, bienaventurado el que es niño todavía."

En todas partes me rodeaba el desencanto. Fue estrecho lo que antes había sido amplio, mezquino lo que antes había sido generoso.

Sin embargo nadie se dio cuenta de ello. Fue una sensación que he sentido en mi fuero interno. Nada ya, entonces tenía vida. ¡Qué duro desentenderse de los demás cuando se ha creído siempre que la justicia y la verdad era lo esencial!

Sanguinetti, el solitario

Sanguinetti, el hombre

escucha el tiempo,

mirando en silencio girar los planetas,

al inmenso cielo lo une un amor interminable, sin fin,

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Es mi existencia serena, inmutable,

mi eterna risa - Ja!

Fue, luego será, luego...

De a ratos vamos y venimos, hacemos esto y lo otro....todo es ligero, grávido e igualmente voluntario, todo podría ser también de otro modo. Y en otras ocasiones, nada podría ser de otra forma, nada es voluntario y cada inspiración está cargada de violencia y grávida de destino."

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