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sábado, 18 de junio de 2022

PASA LO QUE PASA


PASA LO QUE PASA

QUICOPURRIÑOS

A su frente y siempre vestido de negro, un ser asexuado, delgado e inexpresivo al que le faltaba un ojo , según se rumoreaba debido a una riña por cuestión de amores, aunque nadie supiera con certeza, ni el cuándo, ni el dónde, ni el quién fuera la otra parte en la disputa que produjo el visible desenlace. Ser ,ente, o casi zombi de pocas palabras, uñas largas y sucias, diente de oro y cabello siempre graso que llevaba ,ni muy largo ni muy corto, recogido en una coleta con un ridículo cordón de color rojo y de edad indefinida. Nunca se le conoció pareja y su voz atiplada y su propio nombre, Patrocinio le pusieron al nacer, no dejaba claro si era hombre o mujer. Eso no ayudaba a despejar las dudas, la verdad. Quizá esa fuera la razón por la que sus vecinos se le dirigían solo por el nombre de pila, sin un don o un doña delante, cada vez que se encontraba en el interior de su negocio o realizando las funciones propias que prestaba,  y conocido por el nombre , como anunciaba el rótulo situado sobre la entrada, de "El Descanso Eterno, Pompas Fúnebres".

          Había nacido a los pocos años de que se pusiera en circulación la “cartilla de racionamiento”, en un pueblo del norte de la Isla de Tenerife, de cuando en esos lugares había poca población y muy diseminada, donde los caminos eran de tierra y cuatro caciques se repartían el territorio, muchas alpargatas, faldas hasta los tobillos, telas negras y luto permanente. Los niños y niños de todas las edades, poco duraban en la pequeña escuela que era atendida por un solo maestro que pasaba más hambre que un maestro, como era habitual en ese gremio, pero que no se podía quejar, pues al margen del exiguo salario disfrutaba por cuenta del Ministerio de casa y cómo para protestar estaba, sabido además que su padre y su tío Manuel eran republicanos, de los de toda la vida, aunque desde el 36 nada se sabía de ellos. Un día no se les vio entrar en sus casas y desde entonces.

          En la pequeña aula se aglutinaban sentados en bancos de a dos, niños y niñas desde lo 5 o 6 años hasta los catorce, que con esa edad raro era que alguno siguiera estudiando pues las faenas del campo les reclamaban, sembrar, ordeñar, dar de comer a los animales, segar, cuidar de la platanera, regar estando pendiente del turno de agua y de las pipas y dulas que tendrían cada finca , propiedad  de alguno de los caciques para los que trabajaban junto a sus padres, tíos, primos. Y allí, entre todos esos mocosos, vestidos con pantalones y faldas con mil remiendos, estaba Patrocinio ya, desde entonces, vestido de negro, Raro escuchar su voz, se limitaba a contestar a las preguntas del maestro, pero de conversa con los compañeros, nada. Cuando los demás salían a la era que servía de patio a jugar a eso que juegan los niños de entonces y ahora en las horas de recreo,  Patrocinio se refugiaba bajo un árbol, sin compañía, absorto en los dibujos que,  con un lápiz gastado, repetía una y otra vez.  El cuaderno de dibujos encerraba un misterio sobre lo que pintaba una y otra vez. Un día, casi por azar, cayó al suelo dejando al descubierto una de las hojas y por un instante alguien pudo ver ataúdes de todos los tamaños y formas imaginables. Unos sobrios, otros más adornados, unos de rica madera pulida y otro de tablas sin tratar. Más que un cuaderno para pintar parecía un catálogo de cajas para enterrar muertos, lo que muchos años más tarde se pondría de moda para anunciar diferentes productos. Y en algunos de esos  cajones de muertos se podía ver al que ocupaba el interior, ricamente vestido con traje y corbata, con la cara maquillada y el bigote engominado.

          Se iban marchando los niños del colegio y Patrocinio también, a todos se les veía luego en su faenas agrícolas y coincidían en la Plaza del Pueblo, los domingos después de misa, y cuando el jornal les permitía una extravagancia, compartiendo una cuarta de vino mientras jugaban una partida de envite. Pero de Patrocinio, ni rastro. En una de esas timbas se contó una vez que los padres de Patrocinio, muertos los dos desde hacía años y que, como tantos del pueblo trabajaban para uno de los caciques, él en sus campos y ella en la cocina de la Casona que se levantaba en lo alto del acantilado desde el que la vista del mar bravo del Norte era espléndida, habían fallecido con pocos meses de diferencia y en extrañas circunstancia, nunca investigadas. Y se contaba que la madre de Patrocinio brillaba por su hermosura, luciendo una inusual melena rubia rizada , una cintura de avispa y unos senos que despertaban envidias y concentraban miradas, muchas miradas, especialmente la del dueño de la casa. Y algo pasó o no pasó, o pasó porque no pasó lo que al cacique le hubiese gustado que pasara o no pasara, que pasó que un buen día apareció muerto en medio de la finca, aparentemente caído desde un risco con el cogote desnucado, el papá de Patrocinio y dos meses más tarde, un 16 de julio,  se encontró a la mamá del compañero de clase en la playa, al pie del acantilado, medio desnuda y pasándole las olas por encima.

          Pero retomando el hilo, que conviene no perderlo, pasaron los años y de pronto, en un local, junto a la Plaza Nueva, se vio un cartel situado en la fachada que anunciaba “ El Descanso Eterno, Pompas Fúnebres” y en la puerta de entrada a quienes nada más mirar todos intuyeron que se trataba de Patrocinio, que de dónde habría salido, invariablemente vestido de negro y que, por la riqueza de la decoración del establecimiento que inauguraba, habría de decirse que en algún lugar habría hecho fortuna.

         

          Los meses transcurrían y como la vida pasa y nos vamos haciendo viejos, una semana uno y a la siguiente otro, muerto por aquí, que muerto por allá, el negocio de Patrocinio prosperaba de día en día, huelga decir que era el único dedicado a tal fin en muchos kilómetros a la redonda. Pero al igual que los ricos también lloran, pues también mueren y de pronto, comenzaron a morir con más asiduidad, uno en febrero y no acabado marzo otro. Y en tanto, Patrocinio que entierro va y entierro viene. Y de buenas a primeras, que en la Casona del acantilado de la Playa fallece, en extrañas circunstancias la esposa del Sr. que al parecer paseaba por los jardines al borde del acantilado recogiendo lirios , vino a aparecer despeñada, al pie del risco, donde la encontró la familia en la arena, pasándoles las olas por encima  corriendo el día 16 del mes de Julio. Dos meses más tarde pasó que se encontró al señor en medio de la finca, caído al pie de un risco, desnucado, caída accidental certificó el médico-forense. Muerte accidental dictaminó el Juez de Guardia. Y se lo llevaron a enterrar y del funeral se encargó Patrocinio, al que todos llamaban así, sin un don o un doña delante, mostrando al acaudalado muerto ricamente vestido con traje y corbata con la cara maquillada y el bigote engominado. Su hijo al ir a darle el último adiós se acordó de pronto, vaya Vd. a saber por qué, de la hoja del cuaderno de dibujos de ataúdes que fugazmente vio en el patio de la escuela mientras duraba el recreo cuando todavía era un niño. Y es que, al final, pasó lo que pasó porque habían pasado lo que no tenía que haber pasado, pero pasó.

 

 

                                                                     quicopurriños

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