TORTURANDO A MONTALBÁN
ANÍBAL MALVAR
Comisaría de Via Laietana.-
EUROPA PRESS
Como hacía una mañana otoño/primaveral estupenda e insultante, el miércoles me lo pasé viendo la sesión plenaria del Congreso. Entre un sinfín de atracciones y variedades, nuestros diputados nos ofrecieron un debate muy didáctico sobre lo que se debe hacer con la Vía Laietana, la comisaría barcelonesa famosa por sus torturas y asesinatos durante el franquismo y la transición.
Más o menos hay un
consenso y parece ser que se planea construir un museo (de los horrores,
supongo) para salvaguardar la memoria del lugar. Por supuesto, Vox se opone.
Qué museo ni qué rojo muerto. Lo que hay que hacer es dejar la comisaría, en
decadente ruina y con unas instalaciones donde los pobres policías trabajan
como en el siglo XIX. Un detalle, este último, que se le pasó a Javier Ortega
Smith en su brillante alocución, llena de patriotismo y amor casi obsceno hacia
las fuerzas de seguridad. Como alimenten más tanta pasión los van a sacar a
dirigir el tráfico en tanga rojigualda.
No tengo el honor
de haber sido torturado en Vía Laietana, pero cada vez que voy a Barcelona
intento acercarme al número 43. Cuando estoy muy de suerte, incluso se me
aparece Manuel Vázquez Montalbán y me invita a un puro.
--¿Qué hacías aquel
día en Vía Layetana? ¿Qué hacía un rojo como tú bajando tranquilamente las escaleras
de una casa como aquella?
Es de Asesinato en
el Comité Central. El hecho de salir intacto de Vía Laietana significaba
hacerte sospechoso de topo, de chivato. Montalbán saca el edificio en casi
todas las novelas del primer Carvalho, con el comisario Contreras impartiendo
zafiedad, con toda la memoria del lugar apestando la transición democrática.
Cuando estudiante,
creo que allá por los 60 o poco antes, Montalbán fue torturado allí por
comunista y otros desvaríos. "Profesionales de la humillación",
calificó a sus captores. Porque en eso consiste el fascismo. En humillar. No es
ni siquiera necesario causar daño físico para ser torturador. La humillación es
más hiriente que el dolor físico. Hasta el arrogante Carvalho entraba cohibido en
Vía Laietana a visitar a Contreras.
Los espacios del
horror, como este, acaban ejerciendo una fascinación lírica que nos hace
quererlos. En el fondo, por culpa de Montalbán, de Mendoza, de Marsé, de tantos
otros, Vía Laietana 43 se ha convertido en un hogar literariamente entrañable,
y tengo que reconocer que me aterroriza la idea de que saquen de allí a la
pasma y lo conviertan en un museo. No con el mismo entusiasmo de Vox, que
desearía también mantener las torturas. Si lo convierten en museo, sé que no
volveré a ver por allí a Manuel Vázquez Montalbán con sus puros y sus
escepticismos.
Por supuesto, mi yo
racional (si lo hubiere) me dice que es necesario cerrar el antro, no solo por
su carga histórico/emocional, sino también por las condiciones en las que
tienen trabajando allí a los agentes (hay otra comisaría supercuqui a poca
distancia a la que los podrían trasladar, se dijo ayer en el Congreso).
Sin embargo, con
esto de los símbolos me da la impresión de que vamos a dibujarnos un pasado
decorativo, pues no creo que en el futuro museo de Vía Laietana, en sus plantas
altas, se recuperen cual en museo etnológico los aparatos de tortura que
utilizaban nuestros entrañables policías franquistas y transicionales, y que
era lo primero que veían los interrogados al entrar en las salas. Eso sería
reabrir heridas y ya tal, Manolo.
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