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martes, 23 de marzo de 2021

PABLO CASADO: UN DESASTRE PARA EL PP, UN PELIGRO PARA ESPAÑA

 

PABLO CASADO: UN DESASTRE PARA EL PP,

 UN PELIGRO PARA ESPAÑA

DANIEL BERNABÉ

"No podemos dejar el partido en manos de estos sinvergüenzas [...] Ir a las urnas no tiene ningún sentido. Ellos han manipulado los datos y las votaciones [...] No podemos ir como borreguitos al matadero para que nos degüellen y después decir que nos han ganado por mayoría [...] Madrid no está siendo imparcial desgraciadamente [...] Hay cuatro golfos, porque no hay otra palabra, que quieren seguir manteniendo el poder. Les importa una mierda este partido. Pero no preocuparse, el tiempo los va a poner en su sitio".

Así se expresaba Juan Ávila, el alcalde de Carmona, a propósito del congreso provincial del PP sevillano, en un audio filtrado que desveló el viernes La Sexta. ¿Qué lectura tienen estas durísimas declaraciones, aún privadas, en un partido que gobierna en Andalucía, objetivo que llevaba persiguiendo desde la llegada de la democracia? ¿Son tan sólo una salida de tono de un dirigente provincial o reflejan una historia mayor dentro del PP? En tiempos de crisis y escasez los conflictos se manifiestan tan explosivos como inclementes, a menudo con unos resultados inesperados.

 

Todo el mundo, desde el incidente murciano, mira a Ciudadanos como un muerto viviente. Y puede que no les falte razón. Que varios tránsfugas naranjas frustraran una moción de censura que habían aprobado en sus órganos de dirección, de manera tan sorpresiva como traidora a cambio de puestos en el Gobierno regional, era síntoma de algo más que de moral distraída o un partido declinante: el PP había iniciado una OPA hostil sobre Ciudadanos para absorberlos sin miramientos.

 

Lo que una vez fue pensado como bisagra de estabilidad institucional va a ser descabellado por uno de los partidos a los que se supone que había venido a servir de gregario. ¿Quién ha tomado la decisión de acabar con los naranjas antes de que Sánchez los rentabilice? Pablo Casado, el dirigente político, que tras Inés Arrimadas, más complicado tiene su futuro a medio plazo.

 

No en todos los territorios donde gobierna el PP esta decisión ha sentado de igual manera. En Castilla y León el Gobierno de populares y naranjas ha enfrentado una moción de censura que, aún derrotada, ha elevado la tensión en un parlamento tranquilo. La otra comunidad donde el despedazamiento de Cs, emprendida por el chatarrero García Egea, se ve con preocupación es Andalucía: para una vez que llegan al palacio de San Telmo desde Génova les ponen palos en las ruedas.

 

El lío del congreso provincial Sevillano, en el que al final ha sido derrotado Juan Ávila, próximo al presidente andaluz Juan Manuel Moreno Bonilla, por la candidata impuesta por la dirección nacional, nos explica también algo que va más allá de los navajazos regionales: Pablo Casado sabe que su cabeza pende de un hilo y está moviendo los propios para evitar perderla, de ahí que el PP enfrente más de 40 congresos provinciales en las próximas fechas.

 

Presumiblemente en 2022 asistiremos al XX Congreso Nacional del PP, donde la actual dirección se juega su continuidad o pasar a la historia como la más nefasta desde su fundación. Bajo la égida de Casado el PP sólo ha conocido la derrota. De hecho se puede decir que la única victoria atribuible a este equipo directivo ha sido la de parar la moción murciana y, quizá, como veremos más adelante, no del todo.

 

Cuando el PP consiguió llegar al Gobierno andaluz, aún perdiendo un número considerable de votos en las elecciones de diciembre de 2018, lo hizo con un candidato como Moreno Bonilla que era mano de la anterior dirección de Rajoy. Soraya Sáenz de Santamaría acudió a la toma de posesión pero, como último acto público de desagravio, no se dejó ver en la primera convención organizada por Casado que fue coincidente en el tiempo.

 

Unos meses antes, en julio de 2018, Casado llegó a la presidencia del PP de rondón, en un congreso que fue organizado apresuradamente, producto de la espantada de un Rajoy que parecía más atento al Tour de Francia que al futuro de su partido. Sáenz de Santamaría y María Dolores de Cospedal, aquellas enemigas íntimas, se destrozaron y dejaron al tercero en liza, Casado, la posibilidad de dar la sorpresa en la segunda votación. Aquel chico, que aún sonriendo tenía ojos tristes, dejaba la puerta abierta de Génova a un aznarismo radicalizado hasta la náusea en su destierro. Pronto empezamos a ver los resultados de un dirigente que había conseguido aquella presidencia apelando a una derecha "sin complejos": el PP iba a emprender una alocada carrera con Vox a ver quien la tenía más grande.

 

El problema es que tras la infausta foto de Colón vinieron dos elecciones generales en 2019, donde Casado obtuvo los peores resultados del PP en su historia. Si bien es cierto que, tras la explosión de la Gürtel, era injusto culpar a un recién llegado que apenas había tenido tiempo de poner en marcha su dirección, Casado no hizo nada por diferenciarse de Vox. Primero le dio su bendición en Andalucía, en aquella patética foto donde Moreno Bonilla observaba, con los brazos debajo de la mesa, como García Egea firmaba el acuerdo de gobernabilidad con Ortega Smith, sin pistolas a la vista.

 

Después en aquel largo año electoral no hizo sino comprar a Vox un discurso que parecía no saber manejar del todo: para portero de club de carretera nacional mejor Abascal. En la investidura de Pedro Sánchez, enero de 2020, Casado dio un lamentable espectáculo donde acusó al socialista de "meter en el Gobierno de España a los que se han conjurado para destruirla". Todo, como ven, palabras de un hombre de Estado, con una visión constructiva de futuro y un discurso centrado.

 

Tras los durísimos primeros meses pandémicos del pasado año vinieron las elecciones de Galicia y Euskadi. En Galicia ganó Alberto Núñez Feijóo, ocultando el logo de su partido en los carteles electorales y reduciendo a Casado a la mínima expresión en campaña: los populares gallegos sabían que el clima extremo al que había contribuido su líder nacional no iba a ser bien recibido por sus electores. En Euskadi, donde viene bien recordarlo, el PP y Ciudadanos se presentaron juntos, quedaron los penúltimos, sólo por delante de Vox: los vascos no se creyeron esa coalición cuando habíamos visto, en los momentos más difíciles del primer estado de alarma, al líder del PP compitiendo con los ultras en la tribuna de la Cámara Baja. Los populares no sólo no habían conseguido dañar al Gobierno de Sánchez e Iglesias, sino que se habían dañado a ellos mismos, dando alas a Vox, perdiendo, por momentos, el protagonismo del mando moral de los conservadores. Algo había que hacer.

 

Y fue entonces cuando Pablo Casado el bárbaro, transicionó, usando el término de moda, en Pablo Casado el sensato: debió percibirse como un hombre de Estado y se autodeterminó como tal. A la portavoz Cayetana Álvarez de Toledo, que dejaba a Vox a su izquierda en cada intervención, la defenestró en agosto. A finales de octubre pronunció un durísimo discurso contra Abascal en la moción de censura que Vox presentó contra Sánchez: "No es que no nos atrevamos, que nos hayamos rendido. Es que no queremos ser como ustedes [...] La alternativa no se construye recitando hazañas bélicas y cabalgando un ejército de trolls [...] No quiere cambiar al Gobierno sino suplantar al PP, pero abandone toda esperanza [...] Ha llegado el momento de pasar del enfado a algo constructivo". No fueron pocos los editoriales que nos empezaron a vender que el PP había salido de las cavernas ultras, sin tener en cuenta que, en toda historia que se precie, siempre hay un elemento inesperado que altera todo el escenario: en otras se trataba de Gollum, en la nuestra de Isabel Díaz Ayuso.

 

Ayuso, ese accidente histórico hecho presidenta en 2019, gracias a la operación que desde el progresismo madrileño pretendió aniquilar a Iglesias definitivamente, había sido convertida por el coronavirus en el polo reaccionario de oposición al Gobierno central. Y siguió haciendo su papel, el único que conoce, para el único que vale, que es el de incendiaria con tambor y cascabeles, dejando a Casado en un oscuro segundo plano delante de unas huestes conservadoras que, después de educadas en la bronca permanente, ahora prefieren las casquería antes que la vichyssoise. En las elecciones autonómicas de mayo, Casado perderá independientemente del resultado: o acumula una nueva derrota o sufre a una Ayuso que se habrá hecho más grande que él.

 

Y llegó febrero de 2021, un mes nefasto para el PP donde sufrió una derrota estrepitosa en Catalunya, frente a Vox, y donde el juicio de la Caja B del PP, con un Bárcenas deseoso de cobrar venganza, puso a los populares frente al abismo. Feijóo resumió la situación con una frase: "Casado es tan responsable del resultado catalán como Sánchez del gallego". Una manera, tan elegante como obvia, de dar una puñalada a la vez que se da un abrazo. La actual dirección popular sobreactuó desvinculándose del Gobierno de Rajoy, en menos de un mes, dos veces: separándose de la actuación policial del referéndum independentista y anunciando la venta de la sede de Génova. Para rematar la jugada, la precaria situación económica que atraviesa el PP, hizo que Casado pidiera a sus barones una mayor contribución al aparato central, algo no desdeñable, teniendo en cuenta que uno de los factores de cohesión de la derecha ha sido siempre manejar los favores locales y provinciales con soltura: si quitas de un lado, no tienes para repartir en el otro.

 

Pablo Casado no sólo se ha ido estrellando electoralmente en todas las citas en las que ha tenido algo que ver, sino que se ha puesto en contra a casi todos los sectores de su partido: los vinculados a la anterior dirección, los barones territoriales que ven con preocupación como fagocita a quien les mantiene en sus sillones y los radicales que le auparon y ahora le ven como un traidor. Cayetana Álvarez de Toledo no ha perdido ocasión de atizar al líder en cuanto ha tenido ocasión acusándolo de "repartirse los cromos" en la eterna renovación del CGPJ o haciéndole responsable directo de la debacle electoral catalana. La dirección respondió aumentando las multas en el Congreso contra sus diputados díscolos, es decir, Cayetana.

 

Toda esta historia nos sirve para deducir una sola cosa: Pablo Casado es un capitán errático de un barco que hace aguas, que carece de instrumentos de navegación y cuya tripulación cuchichea mirándole de reojo, que es lo que sucede antes de los motines. Si no le han tirado por la borda, aún, es porque los piratas de Vox les pisan los talones, algo que ideológicamente a muchos de ellos les es indiferente, si no fuera porque verían peligrar un sillón que no se recupera una vez que la indeterminación se ha apoderado de los mares de la derecha. El martes el PP afronta su Junta Directiva Nacional, una que puede ser dramática de triunfar la moción en Castilla y León.

 

En el caso de no prosperar, Casado escenificará lo que llama la "unión del centro-derecha", que no es más que la maniobra para finiquitar Ciudadanos por la fuerza para poder tener algo de crédito antes de la convención popular en Otoño. Quebrar definitivamente el resorte naranja, en una situación de inestabilidad como la actual, puede significar pan para hoy y hambre para mañana: en un panorama político con las mayorías absolutas pulverizadas eso significa pasar a depender de Vox.

 

En enero de 2020 escribí que "o la historia le pasa por encima a Casado o nos va a pasar por encima a todos". Más allá del dirigente popular, más allá de su partido, lo que nos espera en 2021, lo que se acabará de sentenciar en Madrid, es el triunfo de las ideas de ultraderecha en el lado conservador de la política española: puede que en el mejor de los escenarios Vox no sorpase al PP sencillamente porque quien mande en el PP, no importa su rostro, sea tan radical como ellos.


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