SE VENDE DEMOCRACIA PLENA
ANÍBAL MALVAR
Nos decía El Mundo el otro día, en su titular de portada, que los Diplomáticos acusan a Iglesias de ayudar a quienes dañan a España. Dichos diplomáticos son tan diplomáticos que ni siquiera dicen su nombre, y tampoco nos queda muy claro en el reportaje quiénes son los que "dañan a España", a no ser que nos remontemos a la conjura judeomasónica. Todo esto viene al hilo del profundo debate desatado por Pablo Iglesias cuando, pocos días antes del encarcelamiento de un rapero y pocos días después de que Bárcenas empezara a cantar, dijo que en España no había una democracia plena.
La democracia es una cosa muy bella, y como todas las cosas bellas es imposible de alcanzar. Otra cosa es decirlo. Y otra es quién lo diga. Por ejemplo, los líderes de nuestra derecha impoluta, llevan meses cacareando la ilegitimidad de un gobierno elegido por las urnas, por lo que cabe colegir que ellos también piensan que no vivimos en una democracia plena. O sea, que si nos ponemos, cualquier día acabamos diciendo que Juan Carlos I está en Abu Dabi en busca de la democracia plena, para traérnosla desde oriente como los reyes magos.
Los debates
epistemológicos de esta España culta y sosegada me tienen sorbido el
entendimiento. Cuando todavía estoy clasificando los millardos de folios que
hemos dedicado a discernir entre presos políticos y políticos presos, me viene
ahora Pablo Iglesias y he de ponerme a calibrar las diferencias entre
democracia pequeñita, democracia de medio pelo y democracia plena. Nuestros
periódicos de derechas no hablan de otra cosa.
Dentro del gobierno
ilegítimo que rige los desatinos de esta democracia plena también hay gran
debate. La ministra de Defensa, no se sabe a santo de qué, nos asegura que
"hay que sentirse orgullosos de España", y se queda uno pensando si
Margarita Robles no estaría mejor situada como seleccionadora de la selección
masculina de fútbol. Por su parte, la muy podemita Ione Belarra, a la sazón
secretaria de Estado, contesta que "una democracia plena habría dejado de
vender armas a Arabia Saudí". Y todo en este plan. El debate es de tan
hondo calado filosófico que tenemos a Kierkegaard llorando por las esquinas.
Como vivimos en una
democracia plena, propone El Mundo en su editorial del viernes expulsar del
gobierno a Pablo Iglesias, pues sus votantes no están suficientemente
legitimados como para haberle votado. En las democracias plenas, hay que tener
mucho cuidado entre quién se reparte después la democracia.
En La Razón, la
columnista Alejandra Clements se muestra aterrada porque se "abren debates
irreales con peligrosos beneficiarios". Si el debate es irreal, no se sabe
qué hace esta señora debatiendo sobre él. Y, por otra parte, no queda uno muy
tranquilo pensando que hay gente que considera que no se deben debatir ciertas
cosas para evitar que alguien peligroso se beneficie del diálogo. En una
democracia plena como la nuestra, no caben ciertos debates.
José Antonio
Zarzalejos, ex director de ABC y uno de los periodistas de nuestra derecha que
más respeto me merece (que no es decir mucho), anda comentando por las
redacciones, dentro de la campaña promocional de su libro sobre Felipe VI, que
"el peor adversario del rey es su padre: lo traicionó". Como si la
jefatura de Estado de una democracia plena se pudiera dirimir como disputa
paterno-filial. Como comidilla de patio de vecinas.
Veo a Zarzalejos en
las teles asegurando muy serio que no sabía nada de los desmanes comisionistas
de Juancar, cuando sus presuntas mordidas petroleras ya en el franquismo están
documentadas desde hace cuarenta años. Democracia plena también es el derecho
de los informadores a simularse desinformados.
En todo caso, si
nuestro actual jefe de Estado ha sido traicionado por nuestro anterior jefe de
Estado, y aquí no pasa nada, es que no vivimos en una democracia plena. Eso sí
que es sedición. Pero no se os ocurra debatir sobre el asunto, pues es algo que
no es muy conveniente en una democracia plena. Preguntádselo a Pablo Hasél
antes de que lo metan en la cárcel.
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