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sábado, 11 de abril de 2020

LA REBELDÍA ZOOLÓGICA DE VÍCTOR RAMÍREZ


LA REBELDÍA ZOOLÓGICA DE VÍCTOR RAMÍREZ
POR ANTONIO PUENTE
lp 5-9-84
«y sabes, pobre capón, que un poema, que una novela, y mientras mejores peor, sólo sirven para aumentar el desespero y el sentimiento de impotencia en los mismos de siempre, en los desarmados como tú, en los desarmadps que han tenido la desgraciada suerte de nacer y vivir para respetar y aun querer, qué torpeza, y aun querer al llamado semejante»

V.R. (de «Ojo de Pulga»)
«Pesimismo de la inteligencia, optimismo de la voluntad», el viejo lema de campaña le viene mejor que pintiparado a este Víctor Ramlrez (las afueras de Las Palmas de Gran Canaria, 1944), que te dice que las islas asistirán a su propia aniquilación, que «acabarán por convertirse indefectiblemente en plataforma militan>>, pero que «procurar ser feliz es un deber moral, una compostura revolucionaria».

Y lo es, a su manera («yo qué sé por qué, por un instinto zoológico, por una rebeldia puramente animal») este Jerarcófobo de todas las jerarqulas, con vocación de «maestroscuela>> y vivir humano antes que nada; nada más en la manera de gesticular y aspavientarse, recogiendo y entregando intermitentemente sus ojos a tus ojos con severa empatía al son del entrecejo, ladeado de la izquierda heterodoxo perdido, y prografiando los gruesos labios bajo el bigote de Méjico con canariajos y «viejos>> inconclusos, está tras desfondar la pared de papel de la cultura su más decidido regreso a la vitalidad primitiva.


LA CAUSA DE LOS HUMILDES

Confiesa que le gusta el modo en que te hace abandonar el suelo plástico de la Redacción con el frío vómito de los teletipos para traerte en su furgona a este restaurante más o menos popular e intemperioso y decirle al camarero que eche los cubiertos a una esquina de la mesa y convidarte a comer los calamares a la romana con la mano, a la caída de la tarde.
De mucho antes de llegar hasta la conclusión de que Víctor Ramírez hubo nacido escritor y había empleado estos últimos cuarenta años de su vida en desliteraturizarse, en artesanarse el habla primitivo, fuera adrede de citas y redichos, cuajado de zooloquios entrañables, hasta descender hacia arriba, a la altura de tratar a los niños como adultos y comunicarse con «algunos de mis mejores amigos, que son analfabetos>>; de mucho antes, digo, de cuando la furgona, que él conduce hacia delante, como un repartidor de productos agrícolas, sabes ya el centro de por dónde le duele, el caballo de batalla de la moral victoriana, en la vida y en la narración, en él por ende: «El principal drama del pueblo canario es haber asumido la escala de valores de la clase mandataria; pero ¿qué digo pueblo? Esto ni es pueblo ni es nada, enclaustrados como estamos y sin voz, por culpa de la dispersión geográfica, que somos siete cachitos, que, si fuésemos un solo cacho, otro gallo cantaría; me refiero a los humildes, a los machacados, viejo, cómo asumen la mentalidad capitalista».

(Y entonces la furgona se nos convierte en la furgoneta color de hueso viejo: casi amarilla, como si lIevéramos junto a los varios ejemplares de su  "Nos dejaron el;tnuerto" el cadáver de don Lucio Falcón en el asiento trasero. De cómo -a colación- el niño de la primera persona del portón de la barriada de su novela "sentía una rara emoción, aquí, en lo alto del pecho" cuando le permitlan asomarse a ver, desde la parte pobre donde estudiaba con los jesuitas, a los hijos del gobernador en la parte rica; de cómo «aquí por el barrio se creyó más bien que Aurorita María no había sido tan forzada, que algo habría puesto ella de su parte,  en el c1arito estupro de que había sido objeto la sirvienta de su persona por el hijo del dueño de la casa donde servía, el hijo del general Sampietro Canales y Zamorano del Laurel, que saldría absuelto de juicio; de cómo alguien del barrio había sacado un sofá a la calle para sentar cómodamente a don Régulo Alcántara, fugado ex marido de Saturninita Josefa, vuelto ahora de Colombia a los orígenes con familia nueva, cacique y millonario...). «Lo que duele es que las rebeldias de los explotados -da Ramlrez con decisión al volante en una curva- sea por no tener y no por no ser».

«REBELDE Y ANARQUISTA»

De cuando andaba nuevitá la entrevista, de mucho antes de los aros de calamar con los dedos, también de la furgona, conoces ya como un par de obviedades, como sobreentendidos puntos de partida, como cosas que pueden llevarse lo mismo que las uñas o los pulmones, de su antimilitarismo y anticlericalismo.
Siente una admiración, sí, por la figura del "Cristo rebelde, que toma partido por los machacados", pero abomina del cristianismo mesiánico, "el que instituye la mentira del premio"; del catolicismo dice que "es lamentable, juzgándolo precisamente desde el pundo de vista cristiano, y lo es ya desde la historia contada por él mismo".
(Volvemos otra vez a dejarnos en punto muerto, a perder. La dirección del restaurante de Las Colorodas, con don Lucio Falcón de cadáver dando tumbos en el asiento trasero, y todos los curas salidos de los ejemplares: el párroco don Viviano Segura, quien tras vivir una vida repleta de mezquindad sin figura -pegando gordo y colorado y todo a la niña Petrita Jesús por declararle su amor- caerle en la locura a "causa del amores típicos en un hombre de su edad ya con el miedo al infierno rondándole sin cesar por la mente", caería "pagando lo que hizo cuando la guerra con aquellos pobres infelices que mandó botar por la Sima o la Marfea"; o el otro, que mandaba a la Guardia Civil a que diera palizas a los novios de las pibas que le confesaban lo que con ellos hacían de amores, y que acabaría "trincándolo con una mano por sus partes viriles y con la otra por su pescuezo el abuelo Gabriel de la Dolorosa», cruzando así la plaza con el hombre, "que chillaba como graznando"; o un tercer modelo clerical, más fino, el padre Ródano Alción, que se beneficiaría a Guadalupita Leonora, limpiadora en su orden, "allí en un piso cerca del estadio, confesándola luego y perdonéndola sacramental", y encontrándole marido formal antes de su marcha a Nicaragua,
Rebelde "por reacción histórica", y anarquista "por reacción zoológica, a Víctor Ramírez (ya sentados a la mesa) le duele sobremodo la más mínima manifestación de poder, en las naciones y en el trato. Por ahl convergen la persona, el escritor y el maestroscuela; le fastidia en las clases sociales y en las suyas de Educaión General Básica, en donde siempre está atento de preguntar el ejercicio al niño más achicado; «anda, sal, dilo, hombre, contéstalo, es una boberla, enseguida te lo aprendes»; hasta tal punto le fastidia, que se pasa los veranos dando clases gratuitas para "septiembre" a los niños que el poder suspende en junio.

«LA EDUCACION DEBE SER COOPERACION»

"¿Pero esto qué es? La educación que debería consistir en la cooperación de todos, en aprender a amar la Iibertad de cada hombre, se convierte en competencia salvaje"... "Es que no sé de qué ha valido la pena ser humanos si vamos a coger lo peor del animab"... "Es que hay gente que ha nacido para ser poquito más que una piedra"... testimonia con sendos 'viejo" ceñudos y suspensivos, y la mirada surgiendo en diapositivas desde lo más adentro a lo más afuera hasta clavarse en la tuya con afectuoso enfado, hasta hacerte ver su espanto curado de espanto.
Y comprendes que esa es la piedra pedagógica encontrada en el camino del rodar de este Víctor Ramírez, por decirlo parapalabreando a un conocido tema del cantautor mexicano José Alfredo Jiménez, alguien de quien confiesa tener un marcado influjo (él, que siempre los busca y los encuentra en los márgenes), inclusive en su narrativa.

"A mi me producen una mayor satisfacción, de verdad -apuntala-, los elogios de un escrito mio de las personas no pueden leerme, un niño, un analfabeto, que recortan a lo mejor este trozo de periódico sin poder descifrarlo, y lo guaradan como oro en paño que todos los ditirambos juntos que te lleguen desde el poder".

El poder, ya digo, le huele a podrido, lo mismo entre los pibitos a la hora del recreo en la escuela, que entre los animalitos humanoss a la hora del recreo en las sociedades. Pone su granito de arena haciendo que tire el penalty el niño menos espabilado, y lo pone en los cuentos que escribe y en las narraciones, y lo pone entre los calamares comidos sin el eufemismo de los cubiertos cuando manifiesta su rechazo a esta "monarcolatría" que nos invade. Más incluso que el poder no se la sudan, sino que le hacen sudar las alternativas de poder.
"Mira, el poder vuelta de hoja; es nocivo se mire por donde se mire, puesto que tanto quita la vida al que manda como al que obedece". Por eso es ortodoxamente poderófobo, que ni cree en las revoluciones consistentes en derrocar el poder para instaurar el suyo: "Yo no quiero ser califa en lugar del califa; ése es el autóntico peligro. A mí el poder no me interesa para nada, ni padecerlo ni ostentarlo. Otra cosa muy distinta es la responsabilidad: ahí sí hay que hay que ser muy celoso... Mira, Antonio, yo cogería a todos esos políticos, que tanto hablan de honestidad, y les pondría el sueldo base".

Y a todo esto, detesta con especial infección que esa voluntad de poder se transmita a los de abajo, que se proyecte "el frívolo esquema de la burguesía, que es una flotante mierda barnizada" sobre los de abajo, de tal modo que "el capataz sea todavía más reaccionario que el propietario". (Ahí, ahí la piedra de Víctor y su narrativa).
Duro por dentro y blando por fuera (justito al revés de los que uno se va topando por esas entrevistas de Dios), afectivo y escéptico, le da náuseas el lacayaje de los hombres de cultura.
«Si hay gentes que no soporte son esos escritores cortesanos, limpiándole siempre la chaqueta al poder: los Celas, los Umbrales...". Él, que asegura preferir "un buen hombre a una gran novela", es estricto con la literatura, esa arma de doble filo. Aborrece de los escritores y los libros como fines en sr mismos, como mito.

Por lo pronto, "es imposible una Iiteratura sin compromiso político: pretender un compromiso estético exclusivo es signo de una mala ética". Y jamás ha presentado ni presentará una una obra suya a un concurso literario. "Estás loco, seria como entregar una hija a los mercaderes".
Y no le merece, en ningún caso, un mayor esplendor la figura de ningún literato consagrado. Que las gracias, por ejemplo, de su amigo Borito, el albañil analfabeto. O lo que es lo mismo, pero al revés, que te habla del Marqués de Sade o de Baudelaire, de los grandes perversos, como con pena. "Era gente mimosa, a la que faltó el afecto, una buena palmadita a tiempo en la espalda".

«SER BUENO E INGENUO»

Le pregunto si la dedicatoria que me pone en su libro -"para que sea bueno y dichoso"- no es, ahora en serio, para los tiempos que corren, una contradicción en los términos, una ingenuidad, y contesta que "si para ser bueno hace falta ser ingenuo, opto por la ingenuidad". A Victor Ramírez, que busca la gloria en la cotidianidad, no le ha seducido jamás esa idea tan latente en los culturos canarios de abandonar las islas para hacerse un nombre. Me invita a borrar lo de "hacerse un nombre" y declara que "mi vanidad de colonizado insumiso me lleva a querer hacerme una voz literaria escuchada desde aquí", que si no es desde aquí ya no juega.
Asegura que "lo peor de escribir es saber que alguien va a leerlo; eso le quita placer", y te dejas envolver de estas ideas en desuso, pronunciadas por su voz, atildada y ronca, primitiva, después de lúcida, de estas utopías que dejan de serlo, porque tienen como olor, como carnosa coherencia. Ramírez, sí. se realiza ante la máquina de escribir, pero "no quiero que la literatura me absorba, sino lo justo para vivir"; mucho más placer, mucha más realización, mucho me temo que obtiene este Víctor «cuando juego a la pelota con mi gente de Lomo Blanco».

Antonio PUENTE Fotos: C. Quesada

lITl El autor de «Nos dejaron

I el muerto»                                                                      

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