EDUARDO
SANGUINETTI, ESCRITOR
, POETA Y
FILÓSOFO.
La escritura
practicada sin máscaras y sin justificaciones, deviene en un crimen metafórico.
Existen reglas del
juego escritural, no tengan dudas. Por ejemplo, llenar la hoja sin rechazar
nada de lo que viene a la mente, sin medir los riesgos de lo que se intenta
decir, aún sin decir nada, que implica jugarse por entero. Las ideas dejan
desnuda la batalla, el encadenamiento de ideas provocan contenido, fuera de
toda memoria de automatismo surrealista.
Me agrada
comentarles que siento aversión por las posiciones ganadas, por las certezas,
por un futuro calculado que arruina mi presente. Hace años que corro a la zaga
de mi sombra y sin embargo intento trasladar a lenguaje, la memoria de lo que
tengo grabado a fuego en mi mente.
Quién hubiera dicho
que Buenos Aires se convertiría en una Babilonia de pasado incomprobable,
revolcándose en el fondo de su abismo, en el umbral de la locura, habitada por
huestes de seres indefinidos, de aquellos que habitan las cloacas de las
grandes ciudades, ¡sí! esos seres herméticos y nocturnos, para quienes el azar
no existe y la alegría se reduce a un nudo en el 'cogote'.
A menudo un exceso
de cultura sirve de coraza contra las diversas ignorancias, la fe en el
progreso y el azar inexistente. Más allá del mito de Sísifo no es otra cosa que
el balbuceo de cuerpos que hablan, condenados a repetir hasta el fin de la
Historia que no tiene fin, los discursos somáticos de la histeria, sus tics,
sus gestos inconclusos, sus dolores.
Buenos Aires sufre
la caída, la degradación y la penetración de rutinas ajenas a su ser, de hembra
acribillada por el recuerdo de mejores tiempos, donde a pesar de las diversas
ignorancias, se elevaba más allá de lo que jamás ha acontecido. Se respiraba en
sus calles, plazas, paseos, avenidas, en sus personajes insondables y mágicos,
otro insalubres y tediosos, múltiples voces aportando sus versiones de del
vasto entramado de la milagrosa Buenos Aires.
Y mis apasionadas
amantes, de múltiples latitudes, incluso las de la Reina del Plata, oligarcas,
medio pelo, caretas, trepadoras entrañables, odaliscas de restaurante al paso,
actrices y condesas exiliadas, que lo dejaron todo, para intentar efectivizar
la entrega, instancia destinada a muy pocas. Mi Buenos Aires querido, diría el
"Zorzal", con penas y olvidos exorcizados, por narraciones parciales
y fragmentarias que convocan la cita del pasado nacional, renunciando al
totalitarismo estético y convocando en cada momento histórico a construir su
ritual.
Mi relato apenas
comienza y siento cierto deseo de comentar que me alimento de valores
"amorosos" (algunos exégetas le dicen romanticismo, pero ¡no!, se
asimila más a la tragedia que evito a pesar de experimentarla), ligados a la
intuición y la sensibilidad, la razón es mi sombra. Así desde la perspectiva de
la "buena gente", todo lo que se enlaza con el inconsciente se torna
en "pensamientos desquiciados", apoyo involuntario, curiosamente
inconsciente de esta "buena gente" a los teólogos ocasionales de
mirada estrecha, bajo presión monetaria.
Existe pues una
"apología de la ceguera", matizada por silogismos en las huestes de
los seres que habitan en las cloacas metafóricas de Buenos Aires, me refiero a
los "cretinos" que estigmatizan el pensamiento, sedimento del
conocimiento, sin anclaje en este presente, donde los guardianes del orden, los
que persiguen, torturan y controlan todo, menos la libertad de ser uno mismo,
dan espacio de honor a los poseedores de riquezas, a los que acumulan obsesivamente
las constelaciones del sentido, a quienes la suerte que no es "grela"
les intimó a "no ser": actores del teatro bufo, representantes de una
historia sin héroes ni cuadros estáticos de pasiones libertarias.
De idéntico modo y
en posición inversa, en peculiar sistema de correspondencias o mediación por
analogías, ¿por qué no afirmar que si bastara con ser inteligente para ser
rico, menos imbéciles serían ricos?
En mi Buenos Aires,
se ha instalado esta casta de asesinos del paisaje amoroso, de la dialéctica
esgrimida exquisitamente, por esos seres polifacéticos, que muertos o exiliados
de este territorio de la mutación constante de sujetos y actores, han dejado un
vacío imposible de completar, salvo para nosotros los vencedores de causas
perdidas, los fundadores de un espacio polémico, donde la instancia lúdica, nos
convoca cual rutina de ser y existir. Sin embargo, escéptico del escepticismo
ya no me aferro a nada, salvo a mis prolongadas caminatas por esta ciudad,
enfrentada el río sin orillas, firmemente pegado a mí mismo.
Si otros se solazan
escribiendo y dando conferencias acerca del tiempo, su devenir, su historia, el
origen de la clepsidra, el funcionamiento digital y su incidencia en la vida de
la humanidad, el hallazgo del cuadrante solar, la invención del calendario, mi
cuerpo y mi ser me sirven de único guía. Como cuando tengo hambre, duermo
cuando tengo sueño, me despierto cuando abro los ojos.
El goce en estas
rutinas, hacen a mi vida tener sentido, en plenitud, a veces; y mi ciudad no es
ajena a ello, lo siento, lo he sentido siempre, pues me he olvidado de comentar
que he nacido en Buenos Aires, en el barrio de Palermo, Palermo Chico para ser
exacto, como declama mi partida de nacimiento.
Así la utopía, el
triunfo y la derrota, la escritura y la historia, la realidad y la verdad,
constituyen los principales tópicos que organizan y estructuran este relato,
escrito por un porteño sin gomina, que se manifiesta sin vanas alegorías acerca
de lo que no pudo ser, sometido a la memoria siempre y no olvidar que, perder,
resistir y resistir, y no confundir lo real con la verdad, deviene en el hacer
de un sujeto constituido por el relato, siempre en búsqueda de lo real
establecido.
Creando de ese modo
sin modo, un espacio textual que, a partir de la lectura de otros textos de la
historia de Buenos Aires, asume los silencios de la historia oficial y genera
una resistencia al olvido obligatorio, al que hoy está sometida la comunidad de
"caras extrañas", que habitan mi "ciudad porteña de mi único querer”.
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