PRÓLOGO A “LA TAZA VACÍA”
POR RICARDO GARCÍA LUIS
No hago sino llegar
a Las Palmas de Gran Canaria y, como siempre, Víctor Ramírez viene a recogerme
-como a niño desvalido- al muelle.
Esta vez
coincidimos con Cándido Hemández: el día anterior han presentado ellos los dos
primeros volúmenes de una nueva colección: Crónicas apátridas, que recogerá
todos esos cuentos-hijos que ha ido dando a luz a lo largo de su carrera
literaria.
Víctor, siempre
decidido, nos hace montar en su todoterreno, ¿cómo es posible que todavía
ande?, y nos invita a almorzar en Las Coloradas.
Allí, con una espléndida vista del mar
-casi desalojadas las humildes viviendas del Confital- nos fajamos con una sopa
de mariscos y un cherne.
A los postres saca Víctor su arsenal:
dos nuevos volúmenes para la citada colección. Todo como al desgaire,
improvisado, tanto que me dice: 'Tú me haces el prólogo de “La taza vacía y
otros cuentos” -o así, a bocajarro. Reparte tareas como si nada, ¿y quién puede
negarse?
Víctor Ramírez, que
se encuentra en la cima de la Literatura canaria con sus dos últimas novelas
“Sitios queda lejos” y “El arrorró del cabreo”, descuida a sus hijitos menores:
esos relatos cortos y cuentos publicados en los años 70. Es como uno que tiene
ya muchos hijos pero a todos quiere por igual: de ahí este proyecto que ~ -
ciado la Editorial Benchomo.
“La taza vacía”,
que da título a este libro, forma parte del grupo de “Cuentos cobardes”,
impreso en Madrid por Taller Ediciones JB, 1977. Y es -junto a “Cada cual
arrastra su sombra”, Inventarios Provisionales, Las Palmas de G. C., 1971- la
entrada en escena, en esas fechas, de una voz nueva, auténtica, de la
canariedad.
Víctor Ramírez, en
sus primeros cuentos, aparece ya como un escritor sólido. Su escritura nace
diríamos ingenua, si no supiéramos que no existen las casualidades, y nos
introduce en un mundo real, puro pueblo, que sorprende por su recio acento
vital. Sabe sacar de sus personajes lo más auténtico: aparecen mostrados en sus
miserias cotidianas,
"Ni aunque lo
hubiese intentado, habría podido esquivar la enorme patada en el trasero que
casi me hizo rodar escaleras abajo: ¡a despachar, gandul!" (“La Taza
vacía” -todas las citas.)
llenos de complejos
y cobardías, perdidos en un mundo que les fue arrebatado y por el que vagan
ahogando sus frustraciones como pueden, y casi siempre derrotados.
'y de nuevo la
rabia inesperada, incomprensible, al recordar esa foto, ma, amarillosa de
vieja, los dos tiesos y serio él y seria tú, siempre la expresión sumisa de tus
labios, ma, ¿había amor ahí, aunque tan sólo ahí? ¿alguna vez? y se le hacía
impensable al muchacho ¿ cómo? ¿por qué? el acto de su concepción, repugnante,
y luego otra vez esas inaguantables ganas de llorar entre risas de loco y
gritar, aullar que todo es una broma infernal, una tragedia bufa, maíta"
No ahorra el
escritor lo violento del vivir cotidiano, como corresponde a un pueblo
sometido.
"no pudo
evitar el cachetón, que me hace tambalear, agarrar el borde de la mesa con una
mano, la otra instintiva a la cara, una lágrima indócil colgando ya, ni que le
cogiera con cuánta saña por la ore ja, a mí, ya casi un hombre, y lo impeliera
contra el vano de la puerta".
Sin embargo existe
como un dolor compartido entre sus personajes y el propio autor; si a veces los
fustiga es como deseando que despierten del letargo de siglos -desde la
Conquista- en que viven inmersos: lo hace con suma piedad, con aflicción.
Pero lo que llama
la atención de Víctor Ramírez es su léxico y su sintaxis. Nunca han estado, con
originalidad, más imbricados: argumento, estructura y lengua.
"Creo que
sonreías siempre, quejamás dejaste de sonreír. Sin embargo, y a pesar tuyo, te
resulté ajeno y me considerabas tu propio, distante y me tenías próximo,
inaccesible ahí tan a mano. Y decías, con el tono de quien hace un favor, y
decías que me amabas, te amo, no susurrosa sino desafiante, como quien reta y
exige acepten el desafio, te amo, que era lo triste no obstante tu perenne
sonrisa, te amo, tan segura de ti, del sentimiento”.
"Palabrea
raro", decía un crítico catalán, en la reseña de una de sus novelas. Su
dominio de la escritura asombra: los términos verbales y adjetivaciones son
ajustadas. Él siempre dice que "le sale así" pero, o hay algún ángel
de la guarda detrás que le dicta o tendremos que pensar que tiene unas
facultades fuera de lo común, como dijera el Dr. Rafael Inglott en la
presentación de la cuarta edición de “Nos dejaron el muerto”.
El maestro Isaac de
Vega opina, 'y digo que Víctor Ramírez pudo muy bien no haber sido influido por
nadie. Su prosa es auténticamente propia porque corresponde a una forma
sintetizada, de expresión popular de nuestras gentes, una traducción en
palabras y sintáctica hasta ahora por ningún otro alcanzada".
Lo que está claro
es que su obra soporta el paso del tiempo sin agrietarse y que “La taza vacía”,
"Hoy pensó: la vida: una taza vacía de la que bebes, no, de la que
intentas beber: inútilmente", a medida que pasa el tiempo, ha ido
llenándose, aportando al lector lo que ya ofrecía en el inicio de su escritura.
No se piense que
“La taza vacía” es una mera reedición -que lo es- sino la posibilidad de que
los lectores últimos de Víctor Ramírez encuentren los orígenes de tan singular
escritor: las bases del edificio literario que ha ido construyendo a lo largo,
y se dice fácil, de treinta años.
Creo que esta
iniciativa del autor -encaminada a que las jóvenes generaciones accedan a su
obra primera- tendrá una respuesta positiva. Es un regalo que hace el autor a
la juventud canaria en su ansia de liberarlos de ignorantaciones. Por medio de
su lectura se entenderá mejor eso de identidad canaria: el espíritu de los
canarios se encuentra en todos esos personajes que deambulan por estos cuentos:
en unos casos, para aprender de ellos; y en otros, como acicate para la
necesaria rebelión que logre la deseada emancipación colectiva de este pueblo.
Estoy seguro de que el contacto con estos cuentos no dejará a ningún lector
indiferente.
Es el paso del
tiempo el que dirá, implacable, qué quedará de nuestra literatura. Entonces, es
indudable, veremos que Víctor Ramírez será uno de los pilares insustituibles de
nuestras letras porque, a pesar de los pesares, los que mandan son los
lectores. Y nuestro autor cada día concilia más interés, en Canarias -donde
apenas se leey fuera de nuestros peñascos: doble mérito.
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