BLANQUEANDO A CIERTOS ASESINOS
ANÍBAL MALVAR
Andamos rasgándonos
las vestiduras. O rascándonoslas, como dirían los urticarios. Editorializa hoy
La Razón la matanza de Nueva Zelanda con olor a incienso pero nada de mea
culpa. “Sabiendo el motivo creemos ilusamente que está resuelto parte del
problema. Es decir, un joven blanco mata a decenas de musulmanes porque los
odia. Pero no es así”. Y sí es así. En Occidente, cada vez que hay un atentado
islamista contra nosotros, se busca un inspirador intelectual, se habla de
odio, de batalla feroz contra nuestra cultura, nuestra religión, nuestra
esencia. Sucedió aquí con los atentados del 11-M. ¿Por qué no decir que era
simplemente una venganza por el apoyo español a la invasión asesina y mentirosa
de Irak? ¿Quiénes fueron los “autores intelectuales” de esa matanza? Quizá los
que justificaron esa invasión. Los medios de comunicación, los políticos y
empresarios que se enriquecieron a costa de la masacre bélica. Esos mismos que
hoy se escandalizan. Que hablan de lobos solitarios inmersos “en un mundo
virtual para convertir a las víctimas en meros muñecos a abatir, como si
formaran parte de un videojuego”, escriben en La Razón.
También nos
advierte este apenado periódico de que “sería una banalización del terror considerar
que Donald Trump y unas supuestas ideas de sobre el supremacismo blanco pueden
vincularse a quien ha asesinado en Nueva Zelanda a 49 personas”. Pues yo no lo
veo tan banal. La comunidad internacional y sus corifeos mediáticos blanquean
cada día la figura de este racista con ínfulas asesinas, tratándolo como un
simple excéntrico y doblegándose a su poder cada vez que hay que reafirmar un
acuerdo comercial. Su mensaje universal de odio, como sucedió con Hitler no ha
tanto, se trivializa hasta encajarlo en la normalidad. Y en esa normalidad del
crimen blanco es donde se inspira este asesino. “Aceptar este hecho –aunque sea
porque el asesino dice ser seguidor de Trump– supondría el triunfo del
fanatismo”. ¿Dice ser seguidor de Trump? No, queridos colegas. Es seguidor de
Trump.
En ABC pactan la
misma línea de pensamiento (qué raro). “Como los matarifes del estado islámico,
Tarrant ha aprovechado el incontrolable potencial de las redes sociales para
lograr dos efectos: el de aterrorizar –y exasperar– a millones de musulmanes y
el de incentivar la imitación de su crimen por alguno de los muchos fanáticos
sensibles a estos llamamientos”. A George Bush, Tony Blair y José María Aznar
no se les llamó en su momento “matarifes”, sino que se les tildó simpáticamente
como “el trío de las Azores”. Pero no hicieron nada demasiado distinto a lo
perpetrado por Brenton Tarrant y sus cómplices, con la única diferencia de que
los nuestros asesinaron por dinero y con más impunidad.
Para el torcuatiano
diario, la culpa de las matanzas la tiene internet, no Trump, no nosostros, no
el supremacismo de una u otra raza. “La violencia circula por las redes como un
factor que estimula a los criminales ansiosos de protagonismo o convencidos de
que su crimen tiene un significado para los demás […]. Los responsables de las
redes sociales actúan después de los hechos. Cada usuario de Facebook o de
Twitter, o de plataformas como Whatsapp o Telegram, puede convertir estas redes
en el escenario de un delito atroz, que infiltra en las sociedades el veneno
del miedo y del odio”. También el periódico que esto escribe abre hoy
convertido en “el escenario de un delito atroz”, como no podría ser de otra
manera. Culpar a las redes de estos sucesos es como culpar de los huracanes a
los que soplan cuando piensan. Volvamos a la caverna, tuiteros y trolls.
En El Mundo se
dejan de delirios internéticos y sostienen que los datos “permiten atribuir
estos atentados al supremacismo blanco de carácter islamófobo”. Fallan en el
matiz. El supremacismo blanco incluye otras fobias. Incluye todas las fobias.
Hacia todas las razas. Hacia todos los otros. Como todos los supremacismos, que
los hay.
Como es costumbre
en temas de calado, los editorialistas de El País dejan el trabajo para más
meditada ocasión. Quizá mañana. Pero es que ayer ya era tarde.
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