LIMÍTROFE A LA ALCANTARILLA
ILKA
OLIVA CORADO
Al asomarse desde
el filo de las laderas, se observan: la alcantarilla, el arrabal, la periferia, la barriada, como se les conoce desde las urbes
de cemento y casitas del barrio alto, a
los avernos aledaños a la metrópoli. Tugurios oscuros donde habitan sin piedad
los 7 pecados capitales, buhardillas donde se reproducen la lujuria y la
profanación. Escondrijos donde se
propagan las familias disfuncionales que emponzoñan la culta y casta sociedad
de los pulcros. Nidos de criminales sorbiendo
aguas fermentadas de promiscuidad y sexo obsceno.
Es así como lo
pintan desde el filo de la ladera, quienes jamás han pisado un arrabal. Quienes
desconocen sus necesidades, sus angustias, sus súplicas, sus dolores, sus
sueños y sus contradicciones. El arrabal es visto por estos impecables como lo peor de una
sociedad, como el sobrante de una población con valores morales y modales.
Al arrabal no llega
la cultura y el arte de la burguesía para la burguesía, no llega el deporte, la
salud, la educación, no llega la infraestructura ni la inclusión. Al arrabal se
envía la violencia institucional: los golpes, las violaciones sexuales, las
desapariciones forzadas, las limpiezas sociales, las migraciones forzadas, el hambre, el frío,
la muerte.
No, al arrabal no
llegan las sinfónicas, ni las obras de teatro, ni los recitales. No llegan la
exposiciones artísticas de mentes brillantes y sensibilidades reconocidas de la
burguesía para la burguesía. No, todo
eso se queda en el limítrofe de la alcantarilla. Se queda en la urbe, cerca de
las casitas del barrio alto, en donde
dicen que están las almas cultas, con
finos modales y conocimiento magistral.
Al arrabal por el contrario, se envía la angustia, las
deshoras, la desnutrición, el impedimento, la cárcel, la tortura, el insulto,
los golpes: la exclusión. El rojo
azulado de la ira, el rojo fuego de la adversidad. Y se intenta establecer
violentamente el silencio, la ignorancia, el miedo, la psicosis, la culpa y la
crueldad. Para que quienes viven, de ese lado
del limítrofe de las urbes sean quienes siempre carguen en sus hombros a
las sociedades cultas, con finos modales y morales pulcras. Para que siempre
sean los sirvientes de esas almas sensibles que luchan por “un mundo
inclusivo”.
Sin embargo; a
pesar de la violencia, las limpiezas sociales, de los caldos de sexo obsceno y
de las sangres hirvientes de la promiscuidad y la menstruación; a pesar de la
droga, los verduguillos, el pegamento, los abortos clandestinos, las champas de cartón, la exclusión y el hambre; en esos tugurios
oscuros e impúdicos se fermenta
milenariamente la pócima de los extramuros que jamás podrán poseer quienes en
su erudición, pulcritud y holganza ven
desde su comodidad de clase y desde el
filo de la ladera; sin pronunciarse, sin indignarse y sin rebelión
porque la pasividad y el disimulo los mantiene a salvo en su burbuja de
confort.
Ese brebaje
que es propio de los tugurios de la
alcantarilla se llama dignidad y resistencia. Los arrabales son la muestra
cultural y sociopolítica de la fortaleza de quienes viven al otro lado de los
limítrofes de las urbes y de las casitas del barrio alto. Son por excelencia la
poesía del arte de alcantarilla. No necesitan de museos, de recitales, de
sinfónicas, de teatros, son llanos como las flores silvestres y los zacatales
verdes de finales de mayo que renacen siempre a pesar de las sequías.
No hay comentarios:
Publicar un comentario