LA INJUSTICIA FISCAL
JUAN CARLOS ESCUDIER
Puede que los
impuestos tengan ideología, pero de lo que han carecido muchos años ha sido de
equidad. En devolver algo de esa equidad al sistema tributario parecen ir
encaminadas las negociaciones entre el Gobierno y Unidos Podemos, que tienen en
sus manos la oportunidad de acometer la revisión de un modelo que sirva para lo
que fue concebido originalmente: redistribuir la riqueza y corregir las
desigualdades, de manera que los que más tienen paguen más y permitan la
asistencia a los más desfavorecidos. A esto, que puede sonar muy
revolucionario, se le llama simplemente justicia fiscal.
No se trata de
subir los impuestos para financiar el despilfarro, que es el soniquete que
machaconamente se tararea desde algunos sectores, sino corregir el mal endémico
del sistema, que no está en los gastos sino en los ingresos. Y es que aquí, ya
sea porque unos se tomaron en serio la broma/curva de Laffer, según la cual
bajar los tributos aumenta la recaudación, o porque otros quisieron demostrar
que pagar menos a Hacienda era un rasgo definitorio de la izquierda, se consumó
un disparate: España, aún en esta fase de crecimiento, sigue siendo el cuarto
país de la Eurozona que menos recauda en relación a su PIB, por detrás de dos
repúblicas bálticas –Letonia y Lituania- y de Irlanda, el refugio de las
multinacionales.
El asunto es
capital cuando lo que se pretende es mantener un Estado del Bienestar que
financie adecuadamente la educación y la sanidad y pague pensiones dignas a sus
jubilados. Y eso difícilmente puede conseguirse cuando los ingresos fiscales
con datos de 2017 no llegan al 38% del PIB, más de ocho puntos menos que la
media de los países del euro. Por ponerle letra a esta triste canción, el país
deja de ingresar al año más de 80.000 millones de euros, lo que demostraría que
no es que seamos pobres sino sólo imbéciles. Y como ni en Alemania (más del 45%
del PIB), ni en Italia (46,6%) ni en Francia (casi el 54%) gobierna una
izquierda confiscatoria, habrá que deducir que en esta piel de bovino nuestra
los impuestos son bajos y hay quien no se retrata ante Hacienda ni en
fotomatón.
La radiografía de
las rentas apuntala esta última idea. El peso de los asalariados en el conjunto
de la economía, aquellos sobre los que el control del Fisco es absoluto, se
situó el pasado año en poco más del 47% del PIB, el porcentaje más bajo de las
últimas tres décadas. En el otro plato de la balanza, que es el que sube, se
encuentran los beneficios de las empresas, el pago de intereses y, por
supuesto, las rentas del capital. Los salarios crecieron, sí, pero los
beneficios de las empresas subieron mucho más, y de ahí que el porcentaje de la
riqueza en manos de los trabajadores cayera. ¿Es normal que la renta salarial
sufrague cerca del 90% del gasto público y que la inmensa mayoría de la clase
empresarial declare ingresos de mileurista?
Así que, sin tocar
el IVA, que es el impuesto más injusto porque grava igual a banqueros que a
parados, urge una revisión general del modelo tributario. Hay que conseguir que
las grandes empresas paguen por sus beneficios, porque es una rareza mundial
que mientras la recaudación por IRPF en 2017 ya supera a la de 2007, el año
cero de la crisis, la recaudación del impuesto de Sociedades sea inferior en 20.000
millones a lo ingresado diez años antes cuando los beneficios duplican en
crecimiento a los salarios. No es admisible que las grandes tecnológicas sigan
eludiendo tributar por su cifra real de negocio o que sean los contribuyentes
los que financien grandes operaciones corporativas gracias a esos créditos
fiscales que reducen y hasta suprimen la factura tributaria de sus actores.
Es también de
sentido común que el IRPF sea un impuesto progresivo, algo que es incompatible
con que el tipo marginal de quienes declaran ingresos de más de 60.000 euros al
año sea idéntico al de quienes los triplican. O que la banca contribuya al
esfuerzo colectivo después de que el país se haya endeudado hasta el tuétano
para reflotar al sistema tras sus quiebras. O que se intensifique la regulación
de la SICAV, el refugio de los grandes capitales, y se graven las transacciones
financieras, cuya desregulación hace recaer casi en exclusiva la recaudación
sobre asalariados y consumidores, las únicas espaldas sobre las que reposa el
gasto público. De todo esto están hablando el Gobierno y Unidos Podemos. Ya era
hora.
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