¿QUIÉNES SON LOS RESPONSABLES?
Rosa María Artal
Los
que aplauden al sheriff de América y a todos aquellos que ya ponen y pondrán
sus botas sobre las sociedades de distintos puntos del mundo, aprietan botones
que propulsan daños. Es hora de señalar que son muchos quienes llevan muerte,
hambre, injusticia, dolor, a todos los conflictos, los cruentos y los
incruentos
La
imagen es de las que perturban el sueño. Y abundan similares. Quizás por eso
las ha aprovechado Donald Trump para lanzar más de medio centenar de misiles
contra una base militar del gobierno sirio, a quien culpa de haber desatado un
ataque con gases químicos contra la población. Ni se ha molestado en esperar
autorización de la ONU. Apenas dos meses y medio después de su llegada a la
presidencia de los Estados Unidos, Trump emprende la tarea prevista de
"hacer grande América otra vez", unilateralmente, por las bravas,
autoproclamándose gendarme del mundo.
Putin,
desde Rusia, denuncia "agresión contra un miembro de la ONU". Bashar
Al Assad al mando, no es precisamente un gobernante modélico. Rige en Siria, en
presidencia hereditaria, habiendo llevado a una cruenta guerra y miles de
desplazados las protestas de aquella primavera árabe de 2011 que, literalmente,
machacó. Luego llegó la degeneración. La comunidad internacional, en conjunto y
por partes, le apoya y le ataca, según intereses. Añadamos los coros de las
primeras filas, las retransmisiones. Hemos entrado ya, por supuesto, en la
guerra de opiniones que disuaden la reflexión. Lo que se puede afirmar es que
hoy no estamos más seguros, ni se ha parado conflicto alguno, sino todo lo
contrario. Que esas atrocidades han de acabar, pero no lo harán a bombazos.
La
imagen es abrumadora. El cuerpecillo inerte y desmayado de la niña. El hombre
–muy probablemente su padre- que expresa dolor, rabia y desolación a partes
iguales. Los sanitarios, derrota. Intensa y larga. Hemos visto ya esas miradas
y esos rostros. En los campos de refugiados, de quienes huyen de Siria sin ir
más lejos. Niños vivos que consuelan a sus progenitores. Niños que lloran o que
ya no lloran siquiera. Bebés, sin vida, arrojados en las playas. A Aylan –cuya
intolerable muerte iba a cambiarlo todo-
le ha salido tanta competencia por el favor de los medios y de la
audiencia que ya nada conmueve más allá de unos días o unas horas.
Ya
no se trata de si la mano ejecutora ha sido la del autócrata sirio o las de los
rebeldes. Ambas, probablemente. Y quien colabora en la distancia, de una forma
u otra. Trump no es inocente y menos con su ataque interesado. Ni Putin por
supuesto. Ni la inoperante UE que, para una vez que se moja, lo hace
entendiendo el bombardeo y el papel asumido por Trump. Ni cada uno de sus
países. El gobierno español, por ejemplo con sus parabienes. Luego nos hemos enterado
de que los barcos que han participado en el ataque tienen su base en España, en
Rota, Cádiz, como parte del escudo
antimisiles de la OTAN. Otra vez,
colaborando en una acción ofensiva sin el paraguas de la ONU.
Comprensión tibia con la democracia y que no
atisba el peligro potencial para la ciudadanía de Trump despidiendo su
alocución con un " Dios bendiga a América y al mundo entero", siendo
el primer presidente que extiende al mundo esa invocación.
Del
tinglado forman parte importante los que comercian con la vida de las personas.
O con el miedo y la presunta seguridad. ¿Quién te libra de un ataque químico?
¿Los misiles de Trump? ¿No sería más efectivo, racional, prudente, seguro,
humano, acabar con el mal en origen? Las armas químicas son consideradas de
destrucción masiva –estas sí- y están prohibidas por el derecho internacional y
todas las convenciones. Ah, calla, que es la maldad humana, apuntan quienes se
lavan las manos ayudando a que todo siga igual. Por más que la seguridad total
no existe, no es posible bombardear camiones para que no atenten en nuestras
ciudades como acaba de suceder en Estocolmo.
Es
hora de señalar que son muchos más quienes llevan muerte, hambre, injusticia,
dolor, a todos los conflictos, los cruentos y los incruentos. Aquel experimento
que demostró en los 90 cuántos ciudadanos apretarían el botón destructor -para
lograr un beneficio personal- si las víctimas estuvieran lejos, no las vieran y
no les acarreara responsabilidades es de plena vigencia. Se hace a diario.
Textualmente.
Hay
múltiples acciones que conducen a esta degradación en la que tenemos situado al
mundo. No es independiente apoyar políticas que priman la codicia sobre la
justicia, con el aumento de la desigualdad. Es como abrir un grifo cuando el
depósito está lleno. No se puede tolerar la corrupción, las trampas y la
mentira y pensar que no tiene consecuencias. Directas son.
Cada
paso torcido en el camino de la justicia, de la política, del bien común, de la
verdad, nos acerca a las insufribles debacles. Y se aceptan los rostros de
desolación como efectos tolerables.
Cada
sapo que se traga en aras del bienestar propio, o de la complacencia con el
poder indigno, o del total esto no se notará, de la autoexculpación en
definitiva, lleva a ese universo de injusticia que produce tantos desmanes.
Cada
titular que se afina, cada manipulación que se asume en obediencia conveniente,
contribuye a la desinformación, y ésta a rumbos equivocados. Cada intoxicador
que se alienta para disuadir la verdad en aras del espectáculo, va en el mismo
sentido. Hay entretenimientos menos dañinos para la colectividad.
Considerar
normal que el 1% de la humanidad acumule un patrimonio equivalente al que posee
el 99% restante, no es inocente. Pero ha habido una senda, un contexto, que lo
ha hecho posible. La ignorancia no exime de responsabilidad, y menos la
buscada.
Y
están quienes se inventan palabras, como "buenismo", para justificar
la barbarie e intentar convencer de que la barbarie no tiene solución. Quienes,
desde posiciones interesadas, enfangan la crítica para sembrar confusión.
Los
que aplauden al sheriff de América y a todos aquellos que ya ponen y pondrán
sus botas sobre las sociedades de distintos puntos del mundo, aprietan botones
que propulsan daños.
Se
puede hacer algo, mucho, para borrar el dolor y la impotencia de los rostros y
el corazón en Siria, en el Mediterráneo, en la América grande y la pequeña. En
España, en Madrid, en Jaén, en Santiago, en La Palma, dondequiera que mires los
encontrarás.
Lo
realmente difícil de entender es que cuele un mundo basado en el salvajismo. Y
que la estafa masiva a la que llamaron crisis haya alumbrado tal cosecha de
fanáticos sin escrúpulos, barra la libre para todas las vilezas. Pueden que sea
porque cuentan con un ejército disciplinado de colaboradores, que se apuntan
sin siquiera saberlo, y no saben ver más allá de un palmo.
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