CANARIA
POR CECILIA
DOMÍNGUEZ LUIS
Se dice que Canarias es tierra de poetas, y esta afirmación,
aunque vale tanto para mujeres como para hombres, parece que se cumple con
mayor incidencia en la mujer.
No voy a teorizar ahora sobre las razones de esta mayor ausencia
de la mujer en el mundo narrativo, ni de la posible inclinación hacia lo íntimo,
-falacia muy extendida a lo largo de la historia, y no de forma inocente- que
la ha hecho decantarse por la poesía.
Se dice que toda cultura parte de un posicionamiento ideológico
y, si nos apoyamos en esto, no es de extrañar que, dada la ideología
nacionalsocialista y católica que sufrimos durante cuarenta años y cuyas
secuelas aún padecemos, haya condicionado, en lo que a escritura se refiere y
de una doble manera, a la mujer. Me refiero no solo ya a una falta de libertad
de expresión, en la que no había distinción de sexo, sino que esta iba unida a
un cliché, o mejor, a un sambenito que se le colgaba a la mujer y que la
condenaba a lo íntimo, a lo sentimental, a no salirse de esas cuatro paredes
que no eran siempre las del hogar.
Lo cierto es que, si nos remontamos a esos cuarenta años de dictadura,
la presencia de la mujer en la narrativa canaria es casi nula. No digamos si
nos remontamos a principio del siglo XX.
Digo casi porque, la aparición de la novela de Mercedes Pinto, Él (1926),la
de María Rosa Alonso, Otra vez(1951),y
la novela El barranco, de Nivaria
Tejera (1958), da testimonio de dos épocas diferentes que pueden significar la
ruptura de esa especie de tabú en torno a la narrativa escrita por mujeres y en
las que con mayor fuerza parecía imperar la política del miedo.
Es cierto que la mujer no solo escribía poesía, pero su
narrativa, sus ensayos, sus pequeños relatos, se limitaban a apariciones en periódicos
y revistas locales.
Por suerte teníamos la lectura de autoras “permitidas” como
Fernán Caballero, Pardo Bazan, Laforet o Pearl S Buck, y las hermanas Bronte,y
otras no tanto como Francois Sagan o Simone de Beauvoir, por hablar de esas
lecturas a las que pudimos acercarnos en nuestra juventud y que, en cierta
manera, y sin que fuéramos plenamente conscientes, nos retaban a que diésemos
el primer paso.
Otro problema que se le plantea a la mujer es la dificultad de editar
su obra. A nadie se le esconde que, dentro de la colección de la Biblioteca
Básica Canaria, que consta de 53 volúmenes, solo dos pertenecen a obras
escritas por mujeres. Uno de ellos, Poemas
de la isla, de Josefina de la Torre, y el otro, la novela ya citada, El barranco, de Nivaria Tejera.
Es en esta década de los 80, cuando concursos literarios, como
el premio “Benito Pérez Armas” o el “Ángel
Guerra” de novela, van a dar oportunidad a la mujer para ver su obra publicada,
como ocurrió con Esperanza Cifuentes y su libro Perverso ríe el ángel, premiado en 1980 y Tiempo en sepia, de María Dolores de la Fe, premiada en 1988.
Estos logros y otras oportunidades editoriales desembocan en un
aumento del número de mujeres que deciden, bien a través del cuento o de la
novela, incorporarse plenamente al mundo narrativo en Canarias.
Aun así, tengo que insistir en el mayor peso –no siempre de
calidad- de la narrativa escrita por hombres, que parece abrirse camino con más
facilidades que la mujer en el mundo editorial. Tal vez habría que hacer un
estudio sobre las diferentes circunstancias que rodean esta mayor dificultad.
Nada resulta fácil en estas Islas pero, de vez en cuando, surgen
importantes iniciativas, como la de Ánghel Morales y su colección G21, una
valiente y arriesgada propuesta, en un momento de crisis en los que la cultura
llevaba todas las de perder, ideada para dar a conocer a los narradores
actuales de todas las islas. Digo narradores porque el primer volumen que inicia
esta colección, solo recoge narradores masculinos, con lo que volvemos de nuevo
a preguntarnos por esas ausencias.
¿Por qué ese olvido? El propio Ánghel reconoce que se quedó
corto y que esa omisión pudo ser fruto de las prisas por iniciar una colección
a la que pronto incorporaría aportaciones de narrativa escrita por mujeres. Así,
a lo largo de estos años ha ido publicando a autoras como Ana Joyanes, María
Teresa de Vega, Maca Martinón, Pilar Escalona, Candelaria
Pérez Galván, Cristi Cruz, y quien escribe. Siete autoras, en un total de 30
novelistas recogidos en esta colección, que vuelve a plantearnos la misma
pregunta, a la que el responsable de G21 responde que contactó con más
escritoras pero que estas, al final, no le entregaron sus textos. Eso nos lleva
a pensar que esa ausencia sea debida, tal vez a que, realmente hay menos
autoras que autores, o que estas se muestran más reticentes para dar a publicar
su obra.
Estas escritoras, de temática y estilos muy variados, escriben
desde la convicción de que la literatura puede constituirse en un poder transformador.
Novelas en las que reconocen sus obsesiones, sus deseos y los de los otros,
donde se enfrentan a una sociedad de redes sociales, de grandes centros
comerciales, a los que incorporan como un objeto o un paisaje más en sus
novelas, cundo no prescinde de ellos para inventarse un mundo propio.
Novelas que van de la reflexión al guiño irreverente, del amor a
la violencia, de la risa al llanto, de lo misterioso a lo cotidiano, sin otra
pretensión que la de dejar constancia de su visión del mundo, de su identidad,
de su lucha por abrirse paso en el difícil camino de la literatura.
Un camino que reivindique esa capacidad de la palabra para tomar
conciencia y replantearse este tiempo que les ha tocado vivir.
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