CAPÍTULO 17. ELLAS..
DUNIA SÁNCHEZ
17
No
hace más de unas horas que he vuelto a casa, ya me voy. Con hombros caídos
resbalo en la ciudad hacia mi taxi. Conducir y conducir…girar el volante,
marcar el embrague en los cambios de esta monótona urbe. Calles somnolientas en
el invernal roce del domingo. A quién subiré…quien se postrara en el asiento y
me dará la señal a donde quiere ir. La blusa que llevo es azul, no me gusta
pero está planchada, limpia, su aroma me lleva hasta mi mujer. Comprendo su
hastío, su hostil vida entre esas paredes blancas. Ella sola todo el día, solo
cuando los niños le vienen un halito de alegría contagiosa. Me viene ahora a la
cabeza su rostro, relajado, ensimismado en ellos. Gracias a los pequeños
resurge en cada despertar. Aguanta…aguanta
mujer. Tuve que dejarla que ella fuera trabajar pero llegamos a un acuerdo. Tu
o yo…yo o tu…los niños no pueden crecer, educarse en el tildar de los desiertos
que se perciben actualmente. Necesitan a la madre, al padre o lo que sea
cercano a ellos para erupcionar como hombres, como mujeres. Hoy no he
descansado mucho será esa asquerosa bronca. Siempre igual. Pero sé que me
quiere, sé que la quiero solo momentos de irá balanceada por el silencio de
nuestros ojos. Poco nos vemos solo un hola y adiós…un adiós y un hola. No, no
hacemos vida. Trabajar y trabajar para la verticalidad de los años futuros. Hoy
no hay nadie en las aceras. Todo huele a muerte, una muerte que no sé por qué
se encumbra en los días festivos. Enciendo la radio. Una voz dulce me llena.
Quiero regresar a casa y lo hago. Retrocedo, aparco. Subo escaleras, siento el
rumor de los niños que ya han despertado. Aquí estoy querida mía ¿Y los niños?
Ella hace como que no me escucha y sigue cosiendo y cosiendo alguna ropa de
ellos. Yo los oigo…¿Y los niños? Nada, voy hacia donde están ellos. Papi,
papi…me dicen. Están jugando, saltando en sus camas mientras se tiran las
almohadas. Sonrío. Están contentos. Vamos pequeños, vamos a dar un paseo…en el
taxi, en el taxi…me dicen. De acuerdo, contesto gratamente y nos retiramos
fuera de la casa. La invito a medir. Sigue muda, orgullosa. Pero sé que me ha
perdonado. Espléndido es el día. Un astro rey chillón llevándose al frío
metálico. Pasearemos bajo el. Cada uno por un lado me coge de la mano. Para
ellos esto es gozar y sé también que para ella también. Siento que alguien nos
persigue, sin miedo miro para atrás. Es ella que también viene. Viene con
prisas hasta alcanzarnos. Le pregunto a donde quiere ir y no responde, le da
igual en condición de estar todos juntos. Suplico a esta bóveda celeste
mantenerse tal como está. Qué el sol no se vaya, luminosidad limpia y agradable
para la dureza de esta estación. Miro a mis hijos, nunca los había visto así.
Ella y yo…yo y ella y nuestros hijos. La dicha recae sobre mi espalda y me
hallo en plenitud. Todo va bien. Hemos decidido no montar en el taxi sino
caminar hasta el parque más próximo, allí tomaremos un café mientras los niños
se divierten en los juegos, en lo que exista. Orbitar a la lumbre de su mano,
de su mirada. Mi dama, mi esencia en las sombras de lo que se va escenificando,
pasando. Fotogramas ...del hoy…
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