‘COMPIYOGUI’ MARHUENDA
ANÍBAL MALVAR
Siempre
tendré más dudas que deudas (que ya es decir), pero me da la impresión de que,
de entre todo lo ocurrido esta semana, lo más importante no es que el
presidente del Gobierno sea llamado a testificar por corrupción, ni que el ex
presidente de la CAM ingrese en prisión, ni siquiera que el compiyogui de
Letizia haya tenido que pagar cien mil pavos para no dormir en la trena (esta
gente está acostumbrada a pagar hoteles muy caros). Lo que tiene más charme y
trascendencia es lo de Francisco Marhuenda y Mauricio Casals, director y
presidente de La Razón, presuntos chantajistas high standing subidos al
astrolabio de Planeta. Mientras las televisiones sí pingponeaban con el
melifluo tertuliano de un plató a otro, los periódicos de papel se la cogían
con el de fumar a la hora de relatar las aventuras de Tintín en la sima de
Lezo. Ni El País ni El Mundo han querido editorializar sobre la pestilencia
mediática de esta mafia corrupta.
Tampoco
sus columnistas se han manchado las manos de tinta contraria. A excepción del
opinador de Prisa Javier Ayuso, curiosamente ex portavoz de la Casa del Rey,
que este viernes desayunó sin azúcar: “Ambos [Marhuenda y Casals] tienen el
derecho a la presunción de inocencia, pero hay frases que suenan muy mal. Sobre
todo, las que hablan de ‘inventarse noticias’ o de que ‘por las malas tiene
mucho que perder’. Aunque la que realmente suena a coacción es cuando Casals
dice: ‘Que vea [Cristina Cifuentes] que no es únicamente La Razón, que están
Antena 3, Onda Cero y la Sexta’. Se suele decir que no se puede sorber y soplar
a la vez. ¿O sí?”.
El
único papel que dio algo de caña fue el ABC, competencia más que directa,
siempre celoso de su clon. Su director, Bieito Rubido, apuntaba directamente,
aunque sin citar a nadie, contra La Sexta: “En este país que algunas
televisiones reducen a una caricatura maloliente de la malversación política –y
ya escribimos muchas veces que terminaría volviéndose contra ellas– la vida
continúa”. El final de la frase suena a Julio Iglesias, pero el resto es puro
heavy.
David
Gistau, siempre versolibrando, daba por hecha la culpabilidad de los dos
egregios imputados. Habla de “periodistas que se dejan instrumentalizar a
cambio de botines fáusticos”, y sugiere que “recuerdan a la mafia los mandatos
a un periódico para que a alguien le aparezcan cabezas de caballo en la cama”.
Siguiendo
con el torcuatiano papel, el inefable Hermann Terscht se atreve a asegurar que
“el peor delito de los políticos españoles no es la corrupción de pocos o
muchos, sin duda menor que la de los periodistas”. Aserto creíble, quizá, si no
estuviera en boca de un fulano que cobraba 500 euros por cada dos minutos en la
Telemadrid de Esperanza Aguirre (facturó del arruinado ente público más de un
millón de euros por regurgitar soflamas contra cualquier enemigo de la
lideresa).
Hoy
la rama mediática de la operación Lezo ya se ha enterrado en el papel, y a mí
me da un poco de pena. Creo que la gente tiene derecho a saber quién le informa
y de qué se le informa. Pues resulta que la tinta con la que renglonean algunos
de nuestros periódicos está fabricada con sangre del contribuyente. No hay que
olvidar que los detenidos del Canal de Isabel II, entre otras cosas, desviaron
más de un millón de euros opacos al periódico que timonean Marhuenda y Casals.
Siempre se han pagado muy altos precios por la libertad de expresión. A veces,
hasta la vida. Su perversión, que diría Rajoy, “hay que recibirla con absoluta
normalidad democrática”. Suerte, compiyoguis.
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