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jueves, 9 de febrero de 2017

¿ESTÁ RAJOY? QUE SE PONGA



¿ESTÁ RAJOY? QUE SE PONGA
JUAN CARLOS ESCUDIER

La diplomacia del teléfono la inventó Gila hablado con el enemigo y ha encontrado en Trump a un seguidor fervoroso. Désele a este hombre una tarifa Delfín de Orange y controlará el mundo, pese a que con Twitter ya iba servido. El del flequillo ha reinventado la geopolítica. La importancia de un país ya no se mide por su situación estratégica o sus recursos sino por la duración de sus llamadas. Si es muy importante, la charla será larga, de 45 minutos o más; si no hay charla o el magnate cuelga el teléfono abruptamente y manda al carajo al que está al otro lado es que está en el eje del mal; si es inferior denota que el Estado en cuestión es de medio pelo y juega en segunda división.

La de anoche con Rajoy fue de quince minutos aunque en un principio se estimó en veinte. Para el que llama predeterminar cuánto tiempo durará el diálogo es muy razonable porque las conferencias siguen saliendo por un pico. Para el receptor, sin embargo, es bastante humillante porque significa que nada de lo que diga será lo suficientemente importante como para entretener a quien está al otro lado de la línea. De antemano se descarta el cuelga tú, no tú primero de la adolescencia que tanto ha dado a ganar a Telefónica a lo largo de la historia.

En realidad, la conversación de Estado entre Trump y Rajoy ni siquiera duró quince minutos sino exactamente la mitad, ya que el resto del tiempo lo consumieron los traductores en conseguir que se entendieran. A esos 7,5 minutos hay que descontar los saludos para romper el hielo y las inevitables referencias a la familia del estilo de qué tal Melania o cómo ha crecido Ivanka, otros dos minutos como poco. En definitiva, fueron 5,5 minutos intensos hablando de política. A calzón quitado.

El escaso margen implicó todo un reto para Rajoy, que ya se sabe que a veces se lía y entre vecinos y alcaldes que eligen a los vecinos puede inducir al suicidio a un intérprete poco preparado. Aun así, según la nota de Moncloa, debió de estar a la altura del mejor Antonio Ozores porque ofreció a España como interlocutor de EEEUU en Europa, América Latina, Norte de África y Oriente Medio, que es como decir que aquí estamos para lo que se les ofrezca, y le dio tiempo a hablar del Brexit, de lo bien que crece la economía española, de la OTAN y las bases españolas y de la lucha contra el yihadismo, que era un tema obligado. Todo ello en menos de tres minutos porque es de suponer que Trump asintiera, pronunciara alguna interjección o se atreviera con alguna frase.

De haber tenido más tiempo, Rajoy le habría reprochado el proyecto del muro con México, que el gallego por teléfono no es de los que se achantan y es capaz de cantarle las cuarenta al más pintado. Y le habría afeado su machismo, su tono de matón de serie C y su desprecio por la libertad de expresión. Lamentablemente no hubo ocasión para esto ni para explicarle que Estaña es un ejemplo en lo que acogida de refugiados se refiere y que EEUU debería seguir sus pasos y sentar como poco a uno de ellos en la Casa Blanca el día de Acción de Gracias.

Rajoy no se conforma como Aznar en sacar a España del rincón de la historia mandando tropas a Irak sino que quiere ser parte importante del nuevo edificio de relaciones internacionales que Trump se ha empeñado en construir. Ha elegido un lugar destacado justamente al entrada del bloque. Seremos el felpudo perfecto.

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