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sábado, 4 de octubre de 2014

TEXTO DE LA PRESENTACION DEL LIBRO "VAMOS DE GUACHINCHES" POR SALVADOR GARCIA


TODO UN RITO
SALVADOR GARCÍA LLANOS


Presentación del libro "iVamos de guachinches! ... y otras casas de comida" de Rafael Lutzardo Hernández

"Los guachinches es el lugar donde se saborean los mejores alimentos, se bebe el mejor de los vinos y se disfruta de la amistad más querida. El salir de guachinches es un sentimiento de fraternidad y su esencia es la compañía de aquellas personas que nos quieren y a quienes queremos", escribe el abogado Manuel Jesús Hernández Herrera en una de las nueve entradas de opinión incluidas en el libro que hoy presentamos bajo el título "Amistad y guachinches: una relación para disfrutarla".
Es una concisa descripción de estos lugares que han precisado de una regulación legal autonómica (que ya tiene un año de vigencia, por cierto) pero también de una publicación que define pormenorizadamente, con sentimientos y todo, los valores de este tipo de establecimientos tan integrados en la idiosincrasia isleña. Tanto, que hasta gozan de denominación distinta, según el territorio: guachinches en Tenerife y bochinches en la provincia oriental.
Si la descripción de Hernández Herrera condensa características y ambientación, no lo es menos la gráfica que ilustra la página 65, la única de las contenidas en el capítulo de "Fichas técnicas" que no plasma alguna de las sabrosas especialidades elaboradas en los veinticinco establecimientos reseñados.
Se ve, en efecto, la foto de un cartel pintado de forma artesanal con letras mayúsculas: "Guachinche Fariña. Vendo mi vino".

Atinada selección y acierto del autor al insertarla pues refleja el espíritu de lo que son estos espacios muy vinculados al medio rural ['artilugios de la imaginación campesina", feliz metáfora del periodista Román Delgado, otra de las destacadas rúbricas aparecidas en el libro), espacios/artilugios convertidos, con el paso del tiempo, para muchas familias y trabajadores de otros ramos, en medio de vida, en fuente de negocio o actividad económica productiva.

Es difícil encontrar mejor síntesis anunciadora o propagandística: la localización, el apellido y el producto, dicho este sin otro reclamo que el propio cultivo. "Vendo mi vino" y Fariña (en La Matanza de Acentejo) se gana el sustento y hace brindar con fruición a paladares muy diversos que habrán degustado, vayan ustedes a saber, especialidades hechas con esmero, con sus toques singulares para diferenciarlas. Son las que forman parte de un rico acervo gastronómico amasado o combinado con productos de la tierra hasta constituir una sólida tradición, no exenta de innovaciones, y una seña de identidad de los canarios.
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Con todos estos elementos, y muchos más, desmenuzados en las páginas del libro, Rafael Lutzardo Hernández, nos invita a ir de guachinches ... "y otras casas de comida", una suerte de aditamento que colgó en el título de la obra para precisar y hasta para ilustrar a los desconocedores y curiosos.
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El reconoce haber vivido a plenitud entre cuestas, vericuetos, predios recónditos, decoraciones rudimentarias,             sobrios mobiliarios,    aromas inconfundibles y sabores apreciables,        entre ambientes familiares y cercanos, no importa el día, en cualquier lugar, allí donde derivase, probablemente, del infalible sistema 'boca-oído'.
Son sus vivencias, es su experiencia, la que ha querido plasmar en una obra modesta en la que da cabida a sus amigos, con quienes habrá coincidido o habrá conocido en alguno de estos establecimientos. De los fogones y las sartenes a las páginas de un libro, saboreando y distinguiendo caldos, conversando de lo que se tercie, animándose recíprocamente para el reencuentro. Lo confiesa, ha sido inmensamente feliz:
"No por menos -escribe el autor- he de dejar de mencionar que el guachinche enamora, seduce, porque encierra lágrimas que vuelven con recuerdos cogidos de la mano y risas que brotan al revivir momentos con amigos. Es una charca repleta de sentimientos ... ".
".
iPensar que el Puerto también tuvo sus guachinches! Permitan que evoque y reproduzca una visión titulada 'Lugares de perras de vino' y publicada en enero de 2011 en el blog que editamos. Dice así:
"La eclosión turística, ya en los años 70 del pasado siglo, acabó en el Puerto de la Cruz con la costumbre de muchos de sus habitantes de echarse las perras de vino en lugares del propio municipio. Los propietarios o arrendatarios de pequeños y modestos establecimientos que se dedicaban a esta actividad fueron cerrando las puertas. El caso es que los turistas sí venían buscando tascas y lugares típicos. En cambio, los portuenses fueron abriendo otros horizontes, preferían ventas y bochinches especialmente de la ruta norte.
Puestos a evocar los lugares donde se despachaba vino o donde había unas pocas especialidades para comer, habría que citar el bar de Isidoro Torres, en la calle Doctor Ingram, donde servía lapas, burgados y pulpos. Los primeros peninsulares encontraron un buen refugio en casa de Liberia Baute, en la calle Cruz Verde. Muy cerca estaba el popularmente conocido bar "Basura", regentado por Casimiro Rodríguez Delgado.


Por lo general, eran locales pequeños, con barra y mostrador y una elemental ornamentación. Alguna acuarela, algún objeto típico o antiguo y almanaques que debían servir de un año para otro pues a menudo ni eran cambiados.
En la calle Santo Domingo, en el antiguo garaje de Francisco Machado, estaba Baute. Dicen que despachaba "chiclana", con raciones de bogas y chicharros. En la misma calle, un bodegón se hizo muy popular entre los que gustaba "merendar": "El Presidio", dirigido por Juan Palmero. Con los años se convirtió en un restaurante de estimable nivel. Siguiendo el trayecto, en la Punta del viento, estaban "Los jesuitas" y en llegando a la Punta de la carretera, abría sus puertas "Casablanca".
"La Gorda", con dos accesos calle La Hoya y plaza de los Reyes Católicos, se convirtió en uno de los lugares más frecuentados, dicen que por la calidad de los caldos procedentes de cosechas privadas de la zona de Acentejo.
María Yanes, popularmente conocida como María "Campolimpio", tenía una pequeña venta al principio de la cal le Bla neo, muy cerca de Las Cabezas. Sentada en una especie de trono, desde allí dirigía y observaba las operaciones de despacho de vino, chochos y manises.
Germán Malina Padrón tuvo un pequeño negocio -la fama de los tollos elaborados por su esposa Candelaria es imborrable- en la calle Lomo, esquina a Teobaldo Power.
Se convirtió en un clásico, como el de Francisco Fernández, 'el Capitán', enfrente de la antigua Casa Sindical. En la calle Lomo, por cierto, en un local de Lola García, Servando Pérez despachó cuartas y cuartas. Siguiendo esa ruta, en la esquina con Mazaroco, un local de nombre muy llamativo "Rompeyraja". Otro emplazamiento de la calle Lomo, el de Vicente Torres Ortiz, popularmente conocido por 'el Choli'.
Cercanías de El Peñón: allí estaba Mamerto Lorenzo, que se hizo localmente célebre los días de fútbol y entierro. Se hizo moneda corriente entonces echar una cuarta o una cerveza, acompañada de una tapa de chochos.
Agustín, el de El Templete, y Frasquita, popularmente 'La abejona', convirtieron sus locales y sus ocupaciones en medios de vida, lo mismo que sucedió con muchos de los mencionados.
Hasta que fueron envejeciendo y cediendo al desarrollismo que ya iba configurando una oferta de restauración distinta, con otras exigencias y otras preferencias entre los hábitos de los consumidores .
Pero fue paradójico: los portuenses, en una era de esplendor económico, siguieron probando y encontrando sitios más allá del Botánico y de Las Arenas; los turistas que venían para disfrutar de una estancia placentera fueron hallando, en hoteles y restaurantes modernistas o especializados, una oferta gastronómica de altísima consideración".
Hasta aquí, esa evocación. En el presente, los portuenses habituales de estos establecimientos, presumen de entender de vinos y rivalizan a la hora de destacar su calidad. "iTiene un vino!", entre interjecciones admirativas, es una frase común que repiten al regreso de su confraternización familiar o amistosa. Luego, a menudo, discuten sobre el importe de la cuenta.
En cualquier caso, si tomamos al pie de letra el título del libro de Lutzardo, "iVamos de guachinches!", contrastaremos que, en muchos casos, estaremos ante auténticos descubrimientos de valores: ambientales, agrícolas, gastronómicos, profesionales y hasta culturales. El escritor y dramaturgo Cirilo Leal, quien hace una excelente aportación a este libro con un trabajo referido a la "Boca del muelle" santacrucero, donde sitúa a La Marquesina como el primer guachinche, dice haber aceptado "volver a un tiempo trasnochado para acompañar a Rafael Lutzardo en su empeño en
rendir homenaje y reconocimiento a esos lugares de encuentros donde es más fácil combatir a la flamante dictadura silenciosa que pretender cambiar los rumbos de la existencia, las miradas y los gustos".
Tiene razón, además, cuando afirma que el autor ha contagiado su entusiasmo por el recorrido de algunos de los más significativos guachinches de la isla, "precisamente donde el mestizaje es ley de vida, de puesta al día, sin que ello suponga renunciar o traicionar sus raíces, su identidad", escribe Leal.
Ojalá, por cierto, que la necesidad de una regulación legal de estos establecimientos no merme el tipismo ni las peculiaridades que los caracterizan. Los guachinches, bochinches o buachinches, que así también se denominan, ya figuran en la literatura administrativa. Así, por ejemplo, en el Decreto 83/2013, de 1 de agosto, por el que se regulan la actividad de comercialización temporal de vino de cosecha propia y los establecimientos donde se dessrrons".
En su introducción, señala la citada disposición, que tiene una vocación proteccionista de aquellos valores, que "la falta de regulación específica de esta actividad ha hecho proliferar una serie de establecimientos ... en los que no se comerclalíza vino

de la cosecha propia de su titular, la apertura no se vincula con la existencia del vino cosechado y producido u ofrecen una carta amplia de comidas y bebidas y, por todo ello, no van a resultar amparados por el presente Decreto, debiendo cumplir, en consecuencia, las disposiciones aplicables a los establecimientos turísticos de restauración".

En su obra, Rafael Lutzardo incluye también la certificación de un acuerdo adoptado al respecto por el Consejo de Gobierno Insular del Cabildo tinerfeño en octubre de 2009.

Completa de esa forma una edición en la que puede encontrarse una guía breve de guachinches, tascas, casas de comida, bodegones, bares y restaurantes así como un glosario del habla canaria muy apropiado para entender el significado y el uso de términos que son comunes o habituales en los establecimientos de los que se ocupa.

"iVamos de guachinches!" con Rafael Lutzardo, como íbamos a desayunar hace más de cuarenta años en las cercanías del Callejón del Combate o a corregir pruebas de crónicas deportivas y sucesos cuando compartíamos las primeras inquietudes periodísticas en el desaparecido vespertino "La Tarde".


Las circunstancias han querido que ahora, después de trayectorias dispares, coincidamos en este acto de alumbramiento de un libro al que dedicó alma, corazón y vida para concluir que ir de guachinches es todo un rito.


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