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domingo, 2 de diciembre de 2012

MUJICA, MARCA REGISTRADA , por Eduardo Sanguinetti



MUJICA, MARCA REGISTRADA

Eduardo Sanguinetti
filósofo rioplatense


En mi calidad de teórico y crítico de la cultura de este tiempo, no puedo dejar de sonreír ante el enorme grado de artificio que reviste el proyecto del perfume, cual metáfora del trabajo sobre la esencia de la figura de José Mujica, que el artista Martín Sastre intenta además de conceptualizar y concebir, convertir al presidente en objeto de uso y consumo, intentando un juego de disuasión en una selva de simulación, asimilada al ingenuo cuestionamiento acerca del lujo y su significante en nuestras vidas.


 Este denominado artista eleva al terreno del deseo lo que ya existe como realidad insoslayable: José Mujica hombre, presidente y político, que vive en austeridad. Todo un dilema para el capitalismo y una forma de desactivar una forma de vida demasiado peligrosa pues su discurso, demasiado claro, propone otras alternativas de vivir en estado de felicidad sin hacer del consumo un horizonte para la existencia de un pueblo. José Mujica que combate, en dimensiones importantes, al sistema del consumo, la frivolidad, la fama y el éxito.

El perfume de Mujica, proyecto de Sastre, es un objeto de consumo, un prototipo muy certero de la moda y de las tendencias. Basta remitirse a los “íconos” del capitalismo o neoliberalismo, como Shakira, Kate Moss y cientos de modelos de pasarela, actrices, actores e incluso prostitutas, figuras y piezas indispensables del sistema degradante capitalista, que tienen ya su perfume; perfume-objeto de consumo que las burguesías consumen como símbolo de pertenencia en lujo, lujuria y avidez. Mujica no pertenece a este espacio que Sastre propone, con su lamentablemente ramplón y previsible proyecto.

Lo recaudado por la venta del perfume Sastre propone donarlo para la creación de un Centro de Arte Contemporáneo, un fin epidérmico, insustancial y demasiado especulativo, asimilado a gustos caprichosos de una minoría burguesa, consumidora de “arte-fast-food”.

En 1994, en una Instalación-Performance que presenté en el Museo Moderno de la Ciudad de Buenos Aires, a la que denominé “El Pedestal Vacío” y en conferencia de prensa, he definido al arte como “una bella expresión de la mentira”, “una simulación del simulacro”, definiciones que creo aplicables a este caso del “perfume Mujica”.

Es una burguesía que presiona para llevar adelante los denominados “progresos” de una cultura con acciones minoritarias, apoyadas por modas de temporada. La producción, en este caso de un perfume, precisa de un “capital” para ser elaborado y de una legitimación, que deslegitimaría la figura austera y anti-consumo de Mujica, desactivando el interesante discurso del presidente. Instancia que podemos hacer extensiva al Che Guevara, figura trascendente de la historia, cuya imagen se replica en remeras, afiches, films; en fin, la revolución y el discurso del Che se diluyeron a instancias del capitalismo, convirtiendo la imagen del héroe asesinado en objeto de consumo. Lo mismo con el portentoso movimiento hippie, nacido como contragolpe constitutivo a la guerra de Vietnam en los 60 y desactivado como tendencia de las burguesías que asimilaron la estética, más no la ética de dicho movimiento
Desacreditada la distancia entre arte y vida, la cultura juega a menudo a mantener privilegios mediante estatutos de poder y discursos externos que curiosamente legitimen como diferente lo igual. Largamente preanunciado desde el discurso por Roland Barthes, Achile Bonito Oliva, y de mi propio discurso acerca de la muerte del arte, señalando la separación entre el arte y objeto.

En la Edición 28º de la Bienal de San Pablo en octubre de 2008, a la que fui invitado en mi calidad de miembro de la Asociación de Críticos de Arte, el mundo del arte contemporáneo encontró su culminación: una celebración en vacío, sin artistas, ni obras recicladas, condenadas a vegetar en una enmarañada babel de lenguajes rebuscados y oportunistas, con el gigantesco edificio construido por el arquitecto Oscar Niemeyer convertido en un “espacio para la reflexión.”

Por decisión de su director artístico, Ivo Mesquita, no hubo en dicha Bienal ni una sola “obra de arte”, nombre que se utilizaba en el siglo XIX para asignar a los objetos que se exponían en las bienales, hoy en número de 200 aproximadamente, que se celebran actualmente en el mundo, en beneficio de inventario del arte actual, que no necesita ocultar sus torpezas y sus miserias, con la obsesión por distinguirse y distinguir, siempre publicitado por la prensa rentada, que garantiza efectividad a productos sometidos al imperio del capital y los intereses corporativos liberales, en tesituras de la construcción simbólica de espacios, para simular y asegurar finalmente la existencia misma del arte.



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