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domingo, 2 de diciembre de 2012

ENTREVISTA A SANTIAGO GIL EN CANARIAS 7


LA DIALÉCTICA DEL TRIUNFO Y EL FRACASO

Rubén Benítez Florido, CANARIAS 7
Lo único que cuenta es que al terminar de escribir me sentí en paz, seguro de haber logrado lo más importante que puede esperarse de esta clase de tarea: había aceptado un desafío, había convertido en victoria por lo menos una de las derrotas cotidianas»,Juan Carlos Onetti, Para una tumba sin nombre.

Sin riesgo a desentonar con el espíritu con el que fue creado, podríamos atribuir fácilmente la autoría de estas palabras de Onetti al sufrido y maniatado personaje de Yo debería estar muerto. De hecho, debido a uno de esos azares con los que a veces nos sorprende la realidad, estas palabras que cierran Para una tumba sin nombre, coinciden con el título de una novela de Santiago Gil, Las derrotas cotidianas.


El personaje innominado de Yo debería estar muerto pronuncia a lo largo de sus páginas algunas frases antológicas como, por ejemplo: «La vida cabe en una novela, sobre todo cuando uno ya la sabe perdida de antemano», que bien podría pertenecer a cualquiera de los personajes abúlicos y desesperanzados de Onetti. O como esta: «Se escribe para sobrevivir, y de alguna manera también para volver. Sólo a través de la palabra se derrota a la muerte». Y es que escribir posiblemente sea el único medio que poseen los escritores para burlar a la muerte y vengarse del olvido.
La muerte, o su posibilidad cierta y cercana, aparece desde las primeras páginas de Yo debería estar muerto. Pero debido a la pura casualidad o a la caprichosa alquimia de las ficciones literarias, el momento definitivo se aplaza. Y como aquel personaje borgesiano de El milagro secreto, que pide a la divinidad una prórroga para terminar su opera magna, también al protagonista-periodista-escritor de Yo debería estar muerto se le concede una segunda oportunidad en el reino de los vivos para que culmine la misma tarea.


Sin embargo, en las novelas de Santiago Gil la vida casi nunca resulta ser amable, ni fácil, ni sencilla,y los caminos transitados en ellas con frecuencia se extravían hasta el absurdo grotesco y cruel, y la desdicha suele golpear con saña a sus protagonistas, que intentan sobrevivir a tanto infortuniocomo pueden, casi nunca como quieren.


Así sucedió en Las derrotas cotidianas, una lacerante descripción del naufragio de una familia cuyos miembros apenas consiguen mantenerse a flote tras numerosos naufragios existenciales. Y también en Queridos Reyes Magos, que indagaba en la pérdida de la inocencia de un niño de once años por primera vez enfrentado a la desilusión y el desconsuelo de sentirse poco querido y abandonado por todos los que le rodean, incluidos sus propios padres.
En este caso, es cierto que el protagonista-periodista-escritor de Yo debería estar muerto consigue culminar su deseo de terminar una obra aclamada y reverenciada por el público, pero a costa de dejar muchos alicientes y prebendas por el ambiguo camino de la fama y el éxito.
 Lo cual nos conduce al que posiblemente sea el tema central que caracteriza la narrativa de Santiago Gil: la dialéctica del triunfo y el fracaso, el movimiento continuo de ida y vuelta entre el fracaso del triunfo y el triunfo del fracaso. Y lo hace sin ambages ni tapujos, mostrando una realidad social descarnada, a menudo caótica y salvaje, siempre imprevisible.
La narrativa de Santiago Gil indaga en el fracaso del triunfo, porque los personajes que triunfan en ellas suelen reunir características de la peor calaña y mostrar la cara menos amable y desalentadora de la miseria moral. Sucede con el psiquiatra de Yo debería estar muerto, que se aprovecha de su posición privilegiada para convertirse en un improvisado editor y apropiarse fraudulentamente de las ganancias por derechos de autor de su paciente. Pero también le sucede a Andrés, uno de los cuatro protagonistas de Las derrotas cotidianas, el hermano de Mariola, el único al que parece que la vida le sonríe, que puede ayudar económicamente a su familia quebrada y, sin embargo, no tarda ni duda en desentenderse de ellos desde que puede hacerlo sin ningún tipo de remordimiento. Tendrá que esperar Andrés al final de la novela para que le toque en suerte lasiniestra cuota de justicia poética debido a su ingrata insolencia y a su desidia altanera.


Pero las novelas de Santiago Gil también ponen de manifiesto el triunfo del fracaso, porque los personajes que en apariencia parecen fracasar intuyen o descubren que el fracaso a menudo no es más que una moneda herrumbrosa y gastada si se la compara con los valores que parten del compromiso y la autenticidad.


No deja de resultar una ironía del destino que cuando el protagonista-periodista-escritor de Yo debería estar muerto consigue escribir esa gran obra deseada, su estado mental se encuentre tan deteriorado que ya no puede disfrutar de las mieles del éxito y el reconocimiento, aquello por lo que siempre había trabajado y por lo que pidió una segunda oportunidad sobre la tierra.


En una entrevista reciente, Santiago Gil declaró que conceptos como «triunfo» y «fracaso» a menudo han sido utilizados en la sociedad actual como un mecanismo de coacción para dirigir la voluntad de los individuos hacia una sociedad uniformada y homogeneizada. Para triunfar o, lo que es lo mismo, para no fracasar en la vida, se condiciona en ocasiones las elecciones de los individuos desde la infancia con escalas de valores predeterminadas, lo cual no deja de ser un atentado contra la suprema libertad individual de poder reinventarse uno mismo como desee.


Decía el filósofo norteamericano Richard Rorty que el ser humano está formado por una red de palabras que expresaban sus ideas y creencias nucleares y que, para satisfacer su necesidad de autonomía personal, los individuos deben tejer y destejer esa red sin centro ni límites más allá de los que cada uno quiera imponerse. A esta teoría de Rorty, posiblemente Santiago Gil añadiría que palabras como triunfo o fracaso suponen una limitación inútil yprescindible a esa capacidad de elección de los seres humanos entregados a la tarea de edificar su propia identidad linguística. Este es el mensaje que suelen mostrar sus novelas.


En una entrada reciente de su blog Ciclotimias (CANARIAS 7), titulada Palmarés (10-10-12), Santiago Gil escribió una reflexión que resume perfectamente la idea central de Yo debería estar muerto: «En la vida no hay ni ganadores ni perdedores, solo supervivientes que tratan de reconstruir cada día su felicidad». La supervivencia en esa novela aún por escribir que es la existencia anula las categorías relativas al éxito y el fracaso. Como también ha mencionado Santiago Gil en ocasiones, la muerte, o su mera posibilidad, se encarga de relativizar todos los éxitos y fracasos.
Yo debería estar muerto supone una nueva vuelta de tuerca a esa dialéctica del triunfo y el fracaso que caracteriza a la narrativa de Santiago Gil. En esta ocasión, se aleja de las fracturas familiares representadas en Las derrotas cotidianas y del paraíso perdido de la infanciadescrito en Queridos Reyes Magos, para denunciar lashipocresías, estulticias y sinsaboresdel mundo literario.


Los personajes de Onetti también indagan en las zonas oscuras dela condición humana, aquellas relacionadas con el fracaso y el olvido. Ellos se esconden en la ficción –a veces, literaria– para escapar al sinsentido de la existencia. En El astillero, Larsen, Juntacadáveres, se refugia en la ficción del astillero a punto del rescate económico para no aceptar que su vida es pura inercia y desidia. Dentro de los muros carcomidos y destartalados del astillero su vida tiene sentido.


Igual que los perdedores de Onetti, el personaje de Yo debería estar muerto también se refugia en su mundo de ficción porque intuye o sabe que escribir posiblemente sea el único recurso queposee el escritor para burlar a la muerte y vengarse del olvido.


Yo debería estar muerto se presentará el viernes, 30 de noviembre, a partir de las 19.30 horas, en la sala Ámbito Cultural de El Corte Inglés de Las Palmas de Gran Canaria.




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