GAMBITO DE SÁNCHEZ
POR JONATHAN MARTÍNEZ
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante una rueda de prensa tras el Consejo de Ministros, en el Complejo de la Moncloa.Gustavo Valiente/ Europa Press
En
la primavera de 1996, un joven ajedrecista llamado Gata Kamski llegó a la
ciudad rusa de Elistá con la esperanza de arrebatarle a Anatoli Kárpov el
título de campeón del mundo. Kamski tenía apenas veintidós años. Era originario
de la URSS pero se había mudado a los Estados Unidos y jugaba bajo la bandera
de las barras y las estrellas. Kárpov lo doblaba en edad y en experiencia. Más
aún, era una leyenda viva del ajedrez y su rivalidad con Garri Kaspárov durante
los años ochenta había cobrado con el tiempo un cierto matiz de epopeya.
Aquella pelea titánica pudo haberse prolongado durante los años noventa si la
Federación Internacional no hubiera sufrido un cisma.
Cuando Kamski y Kárpov se disputaron el título a veinte partidas, la perestroika era un asunto reciente y la prensa rusa andaba más pendiente de otra batalla. Y es que en aquellas fechas, Borís Yeltsin se jugaba la reelección presidencial contra el candidato del Partido Comunista. Si las primeras partidas en el tablero estuvieron igualadas, también las urnas arrojaron una escasa victoria de Yeltsin sobre Ziugánov en la primera vuelta. Después todo se decantó sin equívoco. El 3 de julio, Yeltsin se imponía por diez millones de votos. A la semana siguiente, Kárpov sentenció la final y se afianzó en el trono. Kamski abandonó el ajedrez para enfocarse en su carrera universitaria.
No
es que el ajedrez y los estudios sean incompatibles. Dos días después de que
Kárpov ganara la corona, la Facultad de Filosofía y Letras de León acogía el
Campeonato Mundial Universitario. En la clasificación por equipos, Georgia
ocupó lo alto del podio. Por detrás, a escaso medio punto, le seguía el
combinado español con un tal García del Blanco en sus filas. Nadie sabía
entonces que el chaval acabaría formando parte de la ejecutiva del PSOE bajo la
batuta de Pedro Sánchez. Ibán García es ahora eurodiputado y anda en otras,
pero hubo un tiempo en que jugaba su partidita semanal de ajedrez contra
Sánchez antes de que el presidente fuera presidente.
Los
paralelismos entre ajedrez y política son notorios por motivos evidentes: en el
juego de mesa se enfrentan dos monarcas con sus respectivos oficiales y
soldados rasos. Igual que la política, el ajedrez parece una versión sublimada
de la guerra. La guerra por otros medios. Supongo que todo el mundo recuerda
aquella entrevista televisiva que Iván Redondo concedió a Jordi Évole tras
abandonar el gabinete de Pedro Sánchez. En un momento dado, Évole le pidió a
Redondo que se definiera y el consultor echó mano de un par de piezas de ajedrez.
La dama es el político. El peón es el asesor. Y un peón que avanza hasta el
último escaque puede convertirse en dama.
Conviene
recordar que en el Congreso de los Diputados se libra una partida de ajedrez
permanente. Las fichas están tan mal repartidas que cada cual juega como
buenamente puede, a trancas y barrancas, a veces yendo de farol y otras veces
tomando prestados los alfiles del vecino. Muy a menudo la prensa olvida que
detrás de cada votación ondean las bambalinas de la estrategia, las astucias, los
movimientos espectaculares que desvían la atención del respetable antes de una
estocada definitiva. En efecto, el decreto ómnibus no va solo de pensiones,
salarios mínimos, transporte público y ayudas a las víctimas de la DANA. Va
también de juegos de cintura.
En
julio de 2023, cuando se conoció el saldo de las elecciones generales, todo el
mundo entendió que la continuidad de Sánchez quedaba subordinada a la
aprobación de la Ley de Amnistía. Por arte de magia, lo imposible se volvió
posible. Las voces socioliberales que hasta entonces habían considerado la
amnistía poco menos que un descarrío inconstitucional terminaron reuniendo sus
mejores argumentos para que la ley de gracia fuera posible. Cerdán viajó a
Bruselas para estrechar la mano de Puigdemont y admitió que el President era
mucho más cordial de lo que había imaginado. Hubo investidura y hubo amnistía,
por supuesto.
Pero
después llegaron las dudas y las zancadillas. Se dijo que Junts iba a hacerle
la vida imposible al Gobierno. Que si inestabilidad. Que si moción de censura y
cuestión de confianza. Bagatelas. Hasta el analista menos avezado sabe que
Sánchez está en condiciones de agotar la legislatura tirando de decretos,
geometrías variables y prórrogas presupuestarias si fuera estrictamente necesario.
Pero hemos venido a jugar. Junts tiene todo el derecho a hacer valer sus votos
y boicotear el gravamen a las energéticas o pactar con el PP la congelación del
impuesto a la generación eléctrica. Lo que ocurre es que el presidente está
también en condiciones de mover a placer sus propias piezas.
El
presidente puede, pongamos por caso, presentar un decreto ómnibus que incluya
diferentes disposiciones sin relación aparente entre sí, obligando a sus
contrincantes a jugar al todo o nada, dejándolos en la incómoda posición de
cancelar medidas que hasta sus propios votantes demandan. Sánchez no solamente
ha puesto contra las cuerdas al PP y a Vox sino que además ha obligado a Junts
a interponer pretextos inverosímiles. La crisis se ha resuelto con un nuevo decreto
que cuenta con el beneplácito de Puigdemont y que enciende la esperanza de los
presupuestos. Feijóo queda descalificado mientras Sánchez y Junts vuelven a
pactar tablas.
Kamski
era un ajedrecista prometedor pero tropezó con la veteranía de Kárpov. Ziugánov
era un candidato sólido pero Yeltsin aterrizó en la campaña electoral dopado
con los millones de la oligarquía y mimado por los dueños de las televisiones.
También Feijóo llegó al frente del PP con el aval de la gestión gallega y un
ejército mediático que lo ha querido pintar con los colores de la solvencia y
la moderación. Lo que ocurre es que tiene enfrente a Pedro Sánchez, un
estratega que ha ido doblando uno por uno a todos sus rivales con celadas
maestras, enroques y gambitos de dama. La partida aún no ha terminado, pero el
PP no deja de perder piezas.
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