Y LLEGÓ LA QUERELLA
CONTRA EL EMÉRITO
ANA PARDO DE
VERA
El rey Juan Carlos I, dos años antes
de su abdicación, en la Cumbre Iberoamericana celebrada en Cádiz. REUTERS/Jon
Nazca
Un
grupo de juristas, constitucionalistas y periodistas, bajo la dirección letrada
del magistrado emérito José Antonio Martín Pallín y el abogado Eduardo
Ranz (autor de No matarás. Memoria civil, editorial Catarata) y en
el ejercicio de la "acción popular" han puesto una querella criminal
contra el rey emérito, Juan Carlos de Borbón, a la que ha tenido acceso Público.
La querella ha sido interpuesta ante la Sala Segunda del Tribunal Supremo,
ya que, como recordarán nuestros lectores, antes de su abdicación en 2014,
forzada por la peste a corrupción y la estafa de sus cuatro décadas como jefe
de Estado, el rey emérito fue aforado ante el alto tribunal (art.55 bis de
la Ley Orgánica del Poder Judicial), tal y como recuerda el texto de la
querella conocida este lunes.
Y ustedes se estarán preguntando cómo es posible una querella criminal contra el emérito si ya se concluyó que Juan Carlos había regularizado su situación tributaria o sus delitos estaban prescritos. El propio emérito reconoció éstos cuando ejecutó varias regularizaciones fiscales; también lo hizo su hijo y jefe de Estado sucesor cuando decidió que su padre debía irse de España. Por supuesto, y en su línea, Juan Carlos se instaló en Abu Dabi, en Emiratos Árabes Unidos (EÁU), un Estado off shore donde el emérito tiene a buen recaudo, gracias a los dictadores emiratís, sus hermanos, su fortuna desconocida pero que se presume abultada.
Los
querellantes afirman y exponen de forma muy bien argumentada, al margen de lo
que vaya a decidir el Supremo, que "los efectos de la regularización"
de su situación tributaria que llevó a cabo Juan Carlos I y que prevé el art.
305.4 del Código Penal, "se han aplicado indebidamente" y, por
tanto, no se dan los elementos que absuelvan al emérito de los delitos contra
la Hacienda Pública, los cuales, según el texto conocido por este periódico,
"vulneran no sólo los preceptos del Código Penal que invocaremos sino
también los principios de igualdad y de solidaridad, además de
obligaciones legales y éticas exigibles especialmente a aquellas personas que
ostentan cargos públicos de relevancia constitucional". En concreto, la
querella cita cinco defraudaciones delictivas "según las autoliquidaciones
complementarias presentadas en febrero de 2021, en las declaraciones
tributarias correspondientes a los años 2014 a 2018", y ninguno de estos
delitos habría prescrito.
Basándose
en las circunstancias del fraude cometido gracias a un entramado de las
fundaciones Zagatka y Lucum, con sedes en Liechtenstein y en
Suiza, que pretende ocultar la cuantía total de la fortuna defraudada, los
querellantes apelan al "art. 305 bis del Código Penal, que
establece una pena de dos a seis años de prisión" y "multa del doble
al séxtuplo de la cuota defraudada" (modalidad agravada), por lo que,
"en consecuencia, la prescripción se produce a los diez años"
que no han transcurrido. O sea, pruebe a hacer usted lo que hizo el emérito,
a ver si consigue que le declaren prescritos estos delitos fiscales sin que
haya pasado la década legal.
Además,
los querellantes insisten y razonan que esa regularización a la que apeló la
Fiscalía Anticorrupción para cerrar la investigación a Juan Carlos de Borbón no
se realizó "de conformidad con las exigencias legales establecidas en el
artículo 305.4 del Código Penal. La regularización de las defraudaciones
tributarias se produce después de haber tenido conocimiento formal de la
existencia de unas Diligencias de Investigación de la Fiscalía que le
advirtió de la existencia de irregularidades en las declaraciones tributarias,
con anterioridad a su regularización". El emérito, por tanto, fue
advertido de la investigación del fraude -aunque se apelara a su "derecho
de defensa" desde la Fiscalía- y, entonces, regularizó; no antes, lo cual
es contrario a la ley.
Los
delitos fiscales agravados del emérito y la pretendida regularización con aviso
añadido por parte del Estado -o sea, que a ti no te permitirían regularizar
nada una vez fueras avisado de la apertura de una investigación tributaria,
pero al Borbón sí- conforman el núcleo de una querella que ha tardado en
llegar y que desafía, con razón, la impunidad de Juan Carlos de Borbón y la
complicidad de un Estado, que no solo lo habría protegido en la comisión de
esos delitos, sino que siguió haciéndolo al insistir en la prescripción de los
delitos y en el derecho a la defensa del emérito para avisarle de la
investigación.
Cuando
Juan Carlos abdicó en Felipe VI y fue despojado de su inviolabilidad, PP y
PSOE construyeron una nueva armadura para el monarca, que perpetúa su estatus
jurídico privilegiado. Mediante una reforma legal que provocó divisiones en
las filas del PSOE (el Grupo terminó absteniéndose ante la mayoría absoluta del
PP), críticas muy duras por parte de Izquierda Unida y los nacionalistas, y hasta
la calificación de "chapuza" por parte del entonces presidente del
Congreso, Jesús Posada (PP), el rey emérito, las reinas Letizia y Sofía
y la princesa de Asturias pasarían a estar aforadas en el Tribunal
Supremo: solo éste podría juzgarle, incluso, de sus actos privados. Ningún
cargo público tiene semejante prebenda: un aforamiento vitalicio.
El
Supremo, el mismo que no acepta la amnistía de los líderes independentistas
del procés, es el responsable de admitir esta querella criminal contra Juan
Carlos, por lo que muchas esperanzas, al menos yo, no tengo. Al fin y al cabo,
fue uno de sus magistrados más destacados -a punto de jubilarse, por cierto-
quien nos confirmó a los tres periodistas que escribimos el libro La armadura del rey (Ediciones
B, Ara Llibres en catalán) que este Tribunal era el muro donde se diluiría
siempre una de las frases más famosas y polémicas del emérito: "La ley
es igual para todos" (discurso de Nochebuena, 2011). Es hora de
comprobar cómo.
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