UN AÑO RODEADOS DE
ZOMBIS
Están luchando contra el terrorismo, repetirán estos fanáticos de la nueva
religión que consiste en machacar al más débil, ya sea un tipo que viaja en
patera, un niño extranjero o un palestino bajo las bombas
Genocidio cómplice La boca del logo
Preguntada Doña Isabel Díaz Ayuso por los más de 40.000 asesinatos de inocentes cometidos por Israel durante el último año en Gaza (11.000 niños incluidos), la presidenta madrileña tiró del más barato de los cinismos, especialidad de la casa: “No puedes ponerle fin a Hamás con flores”. Una respuesta coherente con quien gestionó las residencias durante aquella pandemia en la que, total, los viejos sin seguro privado se iban a morir igual. Como todos los adultos funcionales sabemos, entre combatir el terrorismo con flores y cometer un genocidio existe toda una gama de posibilidades, igual que debieron haber existido posibilidades diferentes a morir asfixiados y sin asistencia médica para aquellos 7.291 ancianos. Negar lo posible, abrazar el caos, lanzar toneladas de cinismo sobre los consensos humanos más básicos hasta destrozarlos y mentir como si no existieran ojos, teles y móviles son el signo de este tiempo que con tanto éxito encarna la presidenta madrileña.
Hace
un año que comenzó el mayor genocidio del siglo y un año también desde que la
sociedad se partió, definitiva y oficialmente en dos. A un lado quedaron los
conservadores. Esos que nos mantenemos firmes en las posturas clásicas que
dicen que quitar una vida inocente está feo lo haga quien lo haga. Somos gente
previsible. Nos ponen por delante las imágenes de una víctima de los atentados
terroristas cometidos por Hamás el 7 de octubre y se nos revuelve el alma.
Igual que se nos revolverá, pero multiplicado por cien –simple cuestión
numérica–, si nos ponen por delante los cientos de víctimas provocadas cada día
por los atentados terroristas de Israel. Al otro están quienes, más atrevidos e
innovadores, han decidido que la moral tradicional es un estorbo y que deben
ser libres para abrazar la violencia a la carta como forma de nueva miseria
moral. Una libertad que te permite llorar lágrimas de cocodrilo en el 30
aniversario de una víctima de ETA mientras justificas las matanzas contra niños
cometidas hoy. Libertad, carajo.
Quienes
pertenecen a este grupo no son necesariamente políticos cínicos profesionales,
también son familiares, amigos, vecinos y compañeros de trabajo. Gente
dispuesta a justificar el asesinato de niños en masa sin sonrojarse, ni sentir
escalofríos, ni siquiera perder el sueño por la noche o percibir asco de sí
mismos. Manadas de zombis capaces de ver cuerpos de niños reventados por las
bombas o temblando de miedo y responder, robotizados, que se trata de luchar
contra el terrorismo. Gente sin alma –no por ser vecinos, amigos o compañeros
de trabajo hay que dejar de llamarlos por su nombre– a la que no parece
removérseles nada cuando ven a soldados israelíes vejando cadáveres de niños o
lanzando civiles heridos desde un quinto piso entre risas mientras lo graban el
móvil. Están luchando contra el terrorismo, repetirán estos fanáticos de la
nueva religión que consiste en machacar al más débil como forma de ética, ya
sea este un tipo que viaja en patera, un niño extranjero o un palestino bajo
las bombas. Gaza no es lo único que ha sido arrasado. La moral de muchos de
quienes nos rodean es una auténtica escombrera.
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