PARLAMENTO SILENCIOSO.
QUICOPURRIÑOS
Visto que se había impuesto el insulto en el foro político, expresión de lo que sucedía en la calle, alguien pensó que eso no podía seguir así. No sé bien quién fue el artífice de la idea, ni muy bien cómo fue que la propuesta superó los distintos trámites y vericuetos legislativos, pero al final y milagrosamente, prosperó ese proyecto de ley que rápidamente fue conocido como la ley del apagón. Y es que el debate ya no podía seguir por esos derroteros. Las continuas llamadas al orden, el señoría modere su lenguaje o el retiro la palabra de nada servía. Entonces alguien vio la luz y, aprovechando la tecnología e implantando, con el debido consentimiento a los Sres y Sras representantes populares de la Nación, un sofisticado chip junto a la yugular, esa que con frecuencia se les hinchaba cuando hacían uso de la palabra, se conseguiría lo que la norma perseguía, que su voz no se oyera en el hemiciclo cuando de ella salían aspavientos, improperios, insultos o más llanamente memeces. La tecnología, la
inteligencia
artificial puesta a disposición de la sensatez, de la concordia, del respeto,
de la vuelta al diálogo respetuoso, al sentido común era la "ratio
essendi" de la norma recién aprobada. Pero claro, una cosa es sancionar
una ley y publicarla y otra, muy diferente, es su entrada en vigor, su
aceptación o su cumplimiento , su integración entre a los que va dirigida. Cómo
era de esperar las primeras sesiones discurrieron sin la fluidez deseada. Más
bien parecía que en lugar de frases seguidas se escucharan con intermitencia,
como el Guadiana que aparece y desaparece, como cuando la Unelco nos dejaba a
oscuras a mitad de la película, pero
llevado al Congreso. En los corrillos, en el bar donde se fraguan las mociones
o en el salón de los pasos perdidos, algunos despotricaban de la recién
estrenada disposición legislativa, aunque otros comenzaron a considerar que
igual habría que volver a la cordura. Las sesiones fueron transcurriendo por
los mismos derroteros, con continuos apagones, día tras día, silencio tras silencio.
Vieron entonces sus señorías que no habría manera de aprobar norma, proyecto o
acuerdo alguno, tanto los que fueran de su agrado como los que no gustaran
tanto, y entonces, solo entonces, refunfuñando todavía algunos, dejaron de lado
el insulto, volvieron a usar las palabras nobles de nuestro rico diccionario,
comenzaron a empezar o acabar sus intervenciones con un gracias o un por favor.
Y fue así como de pronto los debates se convirtieron en un intercambio de
pareceres, descubriendo que ni el que se creía bueno era tan bueno, ni al que
llamaban malo lo era tanto. Y es que no hay nada mejor para aprender a escuchar
que aprender a callar alguna vez.
.
Y si no lo haces,
recuerda que la Ley del Apagón sigue vigente.
quicopurriños
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