FRIDA KAHLO: ALAS
PARA VOLAR
Tras el terrible accidente que la mantuvo clavada en el lecho de su cama,
la mexicana comenzó a pintar y a autorretratarse. Era una voluntad que nacía
del sufrimiento y la soledad
Frida Kahlo. Luis Grañena
¿Qué designios tan misteriosos pudieron haber marcado tanto la vida como la muerte de Frida Kahlo para que ambos acontecimientos se conmemoren durante el mes de julio? La famosa artista mexicana nació un día 6 y murió el día 13 del mismo mes. Sólo son siete días de distancia entre un momento y otro, aunque su ciclo vital duró 47 años. Curiosa presencia la que tiene el número siete en su historia, porque julio es también el séptimo mes del año y tal número vuelve a aparecer en la fecha de su nacimiento: 1907. No es que pretenda hacer cábalas, haciendo conjeturas sobre lo que pueda revelarnos esta curiosa y mágica coincidencia, pero, sin duda, me parece que hay algo de milagroso y trágico en la vida de aquella mujer que tejía, en los hilos de sus cabellos, la flor de cempasúchil: esa flor de los vivos y los muertos.
Justamente,
esa dualidad que conforman la vida y la muerte aparece, de manera recurrente,
en la obra de Frida, pues la artista dialoga con los ciclos reproductivos de la
naturaleza y con esos dos momentos únicos y constitutivos de todo ser vivo, de
manera que los elementos del día y la noche, los símbolos de la luna y el sol,
así como los constantes guiños al nacimiento y el fallecimiento, están
presentes en los cuadros que forman parte de la exposición Frida Kahlo: alas
para volar, que estará de puertas abiertas hasta noviembre próximo en la
Casa de México en España, situada en la madrileña calle de Alberto Aguilera,
número 20.
Se
trata de la primera exposición individual de Frida Kahlo en Madrid desde 1985,
que reúne un panorama de su producción artística entre los años 1927 y 1951.
Como me cuenta el equipo de cultura de dicho recinto, la idea consiste en mostrar
el contexto biográfico, histórico y cultural que envuelve una parte de la vida
íntima y autorretratada de la pintora mexicana. A partir del trabajo de
colaboración entre varias instituciones y coleccionistas, se ha podido realizar
una selección de 31 obras pictóricas en distintos formatos, 91 fotografías
y una instalación con páginas de su diario.
A
través de la exposición, es interesante ver cómo en esas imágenes se revela a
una Frida que no oculta la experiencia del dolor, tan familiar para ella, ya
que toda su vida estuvo marcada por experiencias muy difíciles de sufrimiento,
tanto físico como anímico. Será precisamente este punto en común lo que acerque
al espectador hacia la comprensión de su arte; concretamente, de sus pinturas.
El oficio de pintar se convertirá para la artista en la única salida posible de
un entorno de soledad y, hasta cierto punto, ante una especie de maldición que
la condenó desde muy pronto al dolor, tras un acontecimiento terrible que a los
18 años cambió el curso de su vida. Ya antes, sin embargo, el sufrimiento se le
había manifestado, cuando a la edad de seis años, en 1913, padeció una
poliomielitis que le dejó inválida la pierna izquierda. Esa pierna atrofiada
sería fuente de dolores y complejos que le durarían toda la vida. Con todo, el
resultado del accidente, siendo ella aún una joven adolescente, fue, sin duda,
lo más terrorífico.
Así
lo narra el escritor y premio Nobel Jean-Marie Gustave Le Clézio en la
biografía Diego y Frida. Una gran historia de amor en tiempos de la
revolución. El autor francés, quien manifestó una gran atracción por la
historia de esos dos grandes personajes, apunta: “La mayoría de los médicos que
examinan a Frida están asombrados de que todavía siga con vida: su columna
vertebral está rota por tres partes en la región lumbar; el cuello del fémur se
ha partido, igual que las costillas; en su pierna izquierda hay once fracturas,
y su pie derecho está aplastado y dislocado; el hombro izquierdo está dislocado
y el hueso pelviano roto en tres partes. La rampa de acero del autobús le ha
traspasado el vientre, penetrando por el costado izquierdo y saliendo por la
vagina”.
Tras
aquel terrible episodio, y al tener que permanecer clavada en el lecho de su
cama, Frida comenzó a pintar y a autorretratarse. Era, como decía antes, una
voluntad que nacía del sufrimiento y la soledad. Contaba en la habitación con
un espejo que su madre había ordenado colocar para que ella pudiera verse,
convertirse en su propia modelo; pero, sobre todo, para que pudiera ser, a través
de su reflejo, su propia compañía. Son una cama y un espejo los que
acompañarán, por tanto, a Frida durante toda su convalecencia y su obra. Al
respecto, Susana Pliego, directora de Cultura de la Casa de México en España,
escribe lo siguiente en las páginas de un hermoso catálogo que acompaña la
exposición: “Frida se desvió de la representación tradicional de la belleza
femenina en el arte y, en cambio, optó por pintar experiencias crudas y
honestas, visibilizando asuntos que generalmente se mantienen en el ámbito
privado. Plasmar tanto las secuelas del accidente como sus abortos y cirugías,
la angustia y el dolor físico y emocional, ha significado que muchas mujeres se
identifiquen con su resiliencia, su fuerza de espíritu y su capacidad para
soportar y trascender el dolor. Y como toda mujer puede relacionarse con uno o
más episodios de la existencia de Frida, su arte se ha vuelto atemporal”.
En
efecto, el accidente de Frida fue una tragedia por la que tuvo que aguantar
tantos padecimientos físicos como se puedan imaginar, pero lo más difícil vino
después, con la tarea de reconquistar su propio cuerpo, su libertad, a lo que
dedicó una extraordinaria energía vital. Es así como la pintura se situó en el
centro de su vida y se convirtió en su gran razón de ser.
De
manera que, a lo largo de las cuatro salas donde se despliega la exposición,
pueden reconocerse, con mayor profundidad, estas motivaciones e intereses de la
artista, pero también cómo logró expresar su dolor y plasmar sus vivencias.
Frida retrata sus propias inquietudes, a través de la apropiación de su cuerpo,
como el escenario para hablar acerca de los estereotipos femeninos, pero
también en el intento de que su arte consiga desarticular los conceptos de
género que prevalecían en su entorno. Plasma, además, reconocibles sentimientos
y sensaciones, como el dolor, pero sin olvidarse del gozo.
Las
anotaciones conocidas de su diario revelan el carácter peculiar de la artista
y, sobre todo, transmiten el anhelo, el deseo de encontrarse con aquella otra Frida
que había sido
En
este sentido, las anotaciones conocidas de su diario revelan el carácter
peculiar de la artista y, sobre todo, transmiten el anhelo, el deseo de
encontrarse con aquella otra Frida que había sido, la que se veía a sí misma
bailando, alegre y ligera. De ahí que, en la última etapa de su vida, la cual
estuvo marcada por la amputación de su pie derecho –evento ocurrido un año
antes de su muerte–, ella hubiese escrito una de las frases más reveladoras y
que mejor resumen su forma de entender la vida y su pintura: “Pies para qué los
quiero si tengo alas pa´volar”. Ha sido esta una frase que ha dado la vuelta al
mundo y con la que se identifica su temple, humor y memorable genialidad.
Sin
duda, en medio de un tiempo que ha conocido y sigue conociendo tantas
desilusiones, la belleza que se puede apreciar en sus pinturas, en las que
también hallamos aspectos fundamentales de la construcción estética
del nacionalismo mexicano y del retrato del cuerpo
femenino, Frida Kahlo aporta una mirada distinta y refrescante que nos hace
voltear igualmente hacia las culturas amerindias. Sus cuadros son una forma de
rebelarse contra la uniforme fealdad de los imperios mercantiles. Por eso, las
imágenes de Frida siguen siendo hoy igual de necesarias, si no más, que cuando
la artista las pintó, pues expresan el resultado de la búsqueda de verdad en la
vida singular de una valiente mujer. Una búsqueda que concluirá con una de sus
últimas anotaciones antes de morir, encontrada en su diario: “Espero que la
salida sea alegre y espero no volver jamás”.
La
exposición Frida Kahlo: alas para volar, que, hasta la fecha, ha
recibido 25000 visitantes, es producto de la colaboración con el Museo Dolores
Olmedo de la Ciudad de México y distintas colecciones privadas. La muestra
permite realizar un recorrido a lo largo de la vida de la artista, desde su
infancia hasta su fallecimiento. En esta, se encuentran los autorretratos La
columna rota, Autorretrato con changuito, Sin esperanza, La
máscara de la locura, Diego y yo, Mi nana y yo y Henry
Ford Hospital. Igualmente, se aprecian algunas fotografías que le hizo
Manuel Álvarez Bravo, gran amigo de Frida y extraordinario fotógrafo con quien
compartió grandes momentos la que es hoy, sin duda, una de las artistas
mexicanas más icónicas y reconocidas a nivel mundial. Y aunque su cuerpo se
haya marchitado a los 47 años, como una flor de cempasúchil que se funde con la
tierra al final de sus días, la vida y obra de Frida inspira y sigue
invitándonos a abrir las alas, como las mariposas, para volar.
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