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viernes, 6 de septiembre de 2024

POÉTICA DE SUPERVIVENCIA


POÉTICA DE SUPERVIVENCIA

POR ROBERTO CABRERA

Distopía y ecocidio se abren camino en el lenguaje de lo obvio, porque las palabras se han engastado en joyas sin lustre. ¡El deuterio para la vida y no para las bombas!, gritamos.

Hacia el mar del vivir, y a duras penas, cuando la palabra futuro no tenía esa importancia, ni acaso la banalidad, porque la fuerza de la supervivencia todo lo puede. En cada estación hay una oportunidad para estar con el tiempo.

Un existencialismo se empoderó de aquellas briznas de hierba, se hizo fardo de errores o tristeza, y por eso las mañanas, ahora pasan raudas y en la voz de la poeta se acompasan con rostros de la ausencia.

Entonces el yo se lanza a devorar auroras y bosques, más acá de aquel tiempo perdido. Y es que no somos dioses, ni tenemos tan sanas las costillas como casas antiguas. Prefieres ser del mito, eterno Peter Pan, de vuelta a muchas cosas, al tono vernacular, al sorbo de aquel vino, al murmullo tesoro del mercado, porque esa infancia dejó su marca y la otra adolescencia su huella iconoclasta. No hay madurez que valga en este Ecosistema del infinito

El polen sobrevive creando anticuerpos, hace pandémico el orgullo de lo límpido. En cada página se dice todo lo que se lleva el humo, y se llega a llorar por el paisaje de lo sentido, como un flash de anacronía. Quizá porque hay quien no cree que el arte deba estar al servicio de cualquier activismo. O la definición de artista para Heidegger indique a aquel que tiene que crear problemas, y no a quien te dé las respuestas.

No cabe duda que el encanto como el amor, son alas de nuestros vuelos. Lo mejor de nosotros, podría decirse. Un estado muchas veces frugal y decisivo, donde reconocemos al ser que nos habita. Lo opuesto es la guerra, esa dialéctica que se juzga necesaria. Reír de tristeza o llorar de alegría son versos intempestivos que sacuden sus cuerpos.

En la vida, el poeta espía poder huir y camuflarse. Los contrarios se han quedado afuera, sin zapatos. Necesitan correr y no ser vistos. Pero frente a la contaminación, que no es palabra poética, ni fue de la polis un reclamo jugoso, está la ácida lluvia que sí es poïesis, amarga sin serlo. Es un halo que envuelve un paisaje y te pregunta: ¿Qué haces ahí? Si no somos tu y yo naturaleza respirable de antónimos atónitos, ecuación nuclear que llueve sobre el mojado suelo de las hojas.

Los poemas bajo este título se abren con palabras de Luis Feria, aquel poeta que afirmara: no soy de patria alguna ni a nadie pertenezco. Singular verso universal de auténtico individualismo. Aquí lo transparente tiene cuerpo velado, por un alado veneno que moja y empapa. No sabría decir si la ciencia lo concibe con tanta claridad como los versos que escapan de poetas viajeras en escobas de valientes certezas, ante la supuesta ingravidez de esos metales que caen por su peso de las nubes, y donde los aviones trenzan acrobacias en cielos de otra realidad.

Explosiones que crecen a otro lado del mundo. Las heridas son miles de huellas, el dolor combate a un Narciso de rodillas, del fango angular de una estrategia que hace tambalear la poesía y la vida misma. Reconocerse entre los muertos y la gloria, fanático algoritmo inextricable. Venimos a ser buenos a pesar de los golpes y las dunas que esculpen nuestros pies.

Lejos se escuchan las sirenas de la piel que envejece bajo la persistencia contaminada. Vivir con otro mundo bajo el ala, volando hacia vaguadas enceladas del respiro de alondras y palomas. Y un verso de Arturo Maccanti nos deja abierta la boca, por lo que dejaremos a otros en herencia: esos pájaros piando al borde de los bosques. Es el punto de partida hacia los últimos poemas de La Lluvia Ácida que, nos pondrán patas arriba, melancólicos, quién sabe si hasta resignados a que la gran duda muchas palabras polinice. No es un capricho que la luz se apague

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