EXTRAVAGANCIAS DEMOCRÁTICAS
Quizá
deberíamos empezar a plantearnos repartir manuales de instrucciones entre los
operadores institucionales
Isabel Perelló toma posesión como
presidenta del Tribunal Supremo y del Consejo General del Poder Judicial. / CGPJ
“Ningún poder del Estado puede dar
indicaciones ni instrucciones a los jueces y magistrados sobre cómo han de
interpretar y aplicar el ordenamiento jurídico”. Ha dicho solemnemente la
recién elegida presidenta del Consejo General del Poder Judicial y del Tribunal
Supremo, Isabel Perelló, entre el aplauso enfervorecido de quienes quisieron
ver una moción de censura judicial al presidente Sánchez y al colonialismo
sanchista y el silencio pávido de quienes prefieren evitarse problemas y ser
señalados ante la plebe como colaboradores del sanchismo.
Cualquiera que haya escuchado a la presidenta del CGPJ ha debido quedarse con la impresión de que los jueces y magistrados españoles, aparte de ser un poco machistas, componen un colectivo de excelentes servidores de la ley cuyo inmaculado trabajo solo tiene dos inconvenientes: que los demás poderes del Estado no hacen más que interferir y que les insultan cuando no gustan sus siempre atinadas decisiones. Sería bueno que, en esta línea de decirle la verdad al poder, la presidenta nos explicará por qué ellos solitos, sin interferencias de los malvados políticos, han tardado más de un mes en elegirla y han debido saltarse sus propias reglas para hacerlo.
“El
Banco de España no es un ente fiscalizador del Gobierno. No es un contrapoder
del Gobierno… En su propia ley, tiene escrito que tiene que asesorar al
Gobierno. Por supuesto que debe ser independiente y autónomo, que es lo que me
sirve como ministro de Economía. No quiero que me replique lo que yo ya tengo
dentro del ministerio”, ha declarado el ministro de Economía, Carlos Cuerpo,
preguntado por el polémico nombramiento de José Luís Escrivá como gobernador de
la institución monetaria. Palabras que han proporcionado argumentos, tanto a
quienes defienden la designación como un ejemplo prístino de selección ejemplar
para comandar uno de los altos organismos del Estado, como a quienes denuncian
el penúltimo golpe de mano del insaciable colonialismo institucional
sanchista.
En
esta función pedagógica de explicar pacientemente al mundo para qué sirven las
instituciones del Estado, puede que no fuese mala idea que el ministro que está
deseando que le pregunte la oposición nos explicase si la estructura del Banco
de España no resulta un tanto excesiva para acabar funcionando como una simple
asesoría, o si para obtener criterios independientes y autónomos basta con
salir del ministerio o también conviene salir del Ejecutivo o incluso de más
lejos.
“Esa
es la estrategia y de ahí las reuniones que se llaman bilaterales, como si fuéramos
distintos Estados…. Si hay una reunión, sea para ir todos juntos… No nos
va a sobornar uno a uno en la Moncloa. No podemos hablar de terruños. Quieren
comprar nuestro futuro juntos y esto no va de dinero, va de España”. Eso ha
dicho la presidenta de la comunidad de Madrid en el arranque de su curso
político, dando pie a que unos vean el enésimo intento de marcarle el paso al
líder popular, Alberto Núñez Feijóo, mientras otros la aclaman como la heroica
lideresa que España necesita hoy para derrotar a la amenaza sanchista.
En
un momento de sosiego entre tanto furor ayusista, tal vez resultaría
interesante cuestionar qué resulta más sorprendente, que Diaz Ayuso exija en
público a otros presidentes que se comporten como disciplinados militantes de
la estrategia de su partido y no como máximas autoridades de sus territorios y
sus habitantes, les hayan votado o no; o que la dirección del partido diga
también en público que da libertad a esos militantes para comportarse como
presidentes si quieren y acudir a Moncloa a defender y promover los intereses
de los territorios que gobiernan.
Usted
se estará preguntando ahora mismo por qué me cuenta esto y qué tienen en común
estas afirmaciones. Se lo cuento porque incluyen un grado preocupante de
extravagancia democrática. A la presidenta del CGPJ sería bueno recordarle que
el ordenamiento jurídico no es propiedad de los jueces. Las instrucciones se
les dan en forma de leyes. Parte de los problemas que tenemos se deben a que
varias entre sus señorías se comportan como si su interpretación fuera previa y
fuente de legitimidad y como si fuesen la ley y el legislador quienes debieran
adaptarse a ellos para resultar legítimas. Al ministro tal vez sería
conveniente apuntarle que el Banco de España no trabaja para su ministerio,
sino que tiene un papel y una responsabilidad propia en el funcionamiento de
nuestra economía. A la presidenta Ayuso habría que volver a insistirle en la
necesidad de diferenciar entre partido y gobierno; básicamente porque no son lo
mismo.
A
lo mejor deberíamos empezar a plantearnos repartir manuales de instrucciones
entre los operadores institucionales. La democracia es una maquinaria compleja
que conviene manejar con precisión y cautela.
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