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martes, 13 de agosto de 2024

DE MIS MANÍAS, QUE TAMBIÉN LAS TENGO


DE MIS MANÍAS, QUE TAMBIÉN LAS TENGO

QUICOPURRIÑOS

Desde que esta mañana me estaba tomando el café, en mi bar de siempre, me asaltó el pensamiento. Seguro que fue porque en la mesa de al lado uno pidió un barraquito y a la hora de revolver comenzó con el ritual que tanto me enerva. Sí, reconozco ser un maniático, pero no soporto a quienes para endulzar la bebida de turno, marean el café hasta la perdiz., y, encima o  como remate, por si ya no hubieran jeringado bastante, culminan la faena haciendo sonar la cuchara, a modo de campana, tres o cuatro veces para finalizar la tarea chupándola antes de dejarla, ya fatigada la pobre, en el plato sobre el que reposa el puñetero barraquito, café o cortado. Normalmente quienes esto hacen, seres desconsiderados y egoístas ellos que no piensan en el prójimo que resiste a duras penas en la mesa vecina, obedecen a un mismo perfil. Son de los que  acuden solos a la ingesta del café matutino y mientras eso hacen o se limitan a ver con mirada perdida el oleaje/sunami que provocan con tanto mareo, es decir no hacen nada, o leen el periódico del día,  lo que es peor si cabe, pues entonces el tintineo no finaliza hasta que no leen la última esquela del diario. Entonces me pregunto si esa actitud es correcta e incluso si hasta  es legal. A la primera de las cuestiones creo que estaremos de acuerdo en que es una cuestión de educación, de pensar un poco en los demás, en tener un poco de sentido común, pero como la educación y el sentido común desaparecieron de nuestras vidas tiempo ha, me doy por respondido a la primera de las preguntas.  Y a la segunda?  Pues resulta ser que está regulado legalmente y por tanto prevista la sanción, si no se cumplen las previsiones del legislador sobre la materia. Haciendo un análisis amplio del ordenamiento jurídico que pretende regular la convivencia de quienes transitamos por este país ( no siempre con buena fortuna), estimo que le sería aplicable al jo'puta de la cucharilla, la normativa en vigor reguladora del ruido, de la contaminación acústica y por tanto del nivel sonoro admisible, de manera que, si el perturbador de mi equilibrio auditivo, supera los decibelios permitidos podría y debería ser sancionado cayéndole encima todo el peso de la ley, que para eso está . La sanción justa, además de la multa que el órgano administrativo sancionador proponga y disponga, debería conllevar también la prohibición al infractor del acceso al local de comisión de la conducta prohibida por un tiempo no inferior a seis años y de forma indefinida ( lo que en derecho penal sería ahora  la pena de prisión permanente revisable) en el caso de reincidencia. Creo, sin miedo a caer en exageraciones, que una campaña promovida desde la Consejería de Sanidad del Gobierno de Canarias para perseguir a esos maltratadores, evitaría muchos episodios violentos con final imprevisible, pues sabido es que, por mucha paciencia que  uno tenga, en alguna ocasión ese ruido me podría provocar un trastorno mental transitorio, con brotes paranoicos de incierto resultado.

Alguno dirá que la cosa no es para tanto, que me paso tres pueblos, que soy un maniático e igual lleva razón,  pero “el que esté libre de manías que tire la primera piedra”.

 

Nota: Con las papas fritas de sobre y los caramelos envueltos en celofán me pasa lo mismo, pero eso lo dejo para otro día.


quicopurriños

 

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