RUBIALES, EN LA BODA DE ALMEIDA
ANA
PARDO DE VERA
Luis Rubiales, expresidente
de la RFEF.
Me consta que hay
bastante personaje madrileño, del castizo, disgustado por no haber sido
invitado a la boda del alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, este
sábado. No están tristes por no poder ir a la ceremonia religiosa en la iglesia
de San Francisco de Borja, Barrio de Salamanca, en donde caben menos invitados
que en el convite (500, según la prensa bien informada), sino a la fiesta
posterior, donde dice la ídem que va a estar lo más granado e influyente del
patio capitalino y órbitas correspondientes, o sea, la gobernanza conservadora.
El PP del bueno, del que manda de verdad, y Borbones a gogó (la novia del regidor es sobrina-nieta-segunda, o así, del rey Juan Carlos): no eres nadie en Madrid si no estás invitado/a a esa boda, dicen los/as que saben de qué va esto, mientras que las que hace tiempo que no tenemos ni puñetera idea nos preguntamos cómo es posible que alguien se crea que otro u otra es más Alguien por compartir invitación con el emérito y su séquito de tarjetas black, esto es, la reina Sofía o sus nietos Froilán y Victoria, a los que se suman las hermanas del rey ejecutivo, Elena y Cristina.
No consta que, pese
a haber sido invitados, Felipe VI y Letizia vayan ni a la ceremonia ni a la
juerga: cuentan en Vanitatis que son unas nueve horas de barra libre ya pagadas
tras la ceremonia; y como pocas parecen conociendo algo el percal, la fiesta
gratis es ampliable. Al jefe de Estado le ha salvado Luis Rubiales de
encontrarse con su padre (o le ha hecho una faena, a estas alturas ya no se
sabe), quién se lo iba a decir, y al bueno del expresidente de la RFEF (quiero
decir "bueno", de momento, en comparación con el emérito, que acude en
olor de multitudes al evento nupcial tras 40 años de llevarse crudo lo tuyo y
lo mío en comisiones y otros enjuagues), los contrayentes ni siquiera le han
invitado a un vino.
Felipe VI, solo o
con la reina, debería acudir a la final de la Copa del Rey entre el Athletic de
Bilbao y el Mallorca el mismo sábado de la boda del alcalde capitalino, a las
diez de la noche. ¿En dónde? Hay que volar: en el estadio de La Cartuja, en
Sevilla, ése en cuya rehabilitación anda metido (e investigado) Rubiales por
cobro de presuntas comisiones de las ayudas que concedió la Junta de Andalucía
de Juanma Moreno (PP) para garantizarse en la capital andaluza la celebración
de grandes eventos futbolísticos, como la final de la Copa del Rey que nos
ocupa, que coincide con la boda de Almeida y que ha alejado a Felipe VI de su
padre, probablemente, con un inmenso alivio de la reina Letizia, que no quiere
sentirse como la emérita Sofía en la boda de la hija de José María Aznar, a la
que él y su comisionista esposo acudieron a rastras y de una muy mala leche
bien visible en El Escorial.
Las vueltas que da
la vida desde la boda Aznar-Agag en El Escorial y todo sigue igual: al que es
delincuente de alta cuna y poderío, las cosas le irán siempre mejor (mucho
mejor, hasta el aplauso incluso) que al que no comparte linaje ni de lejos,
aunque sus fechorías sean las mismas o incluso, menos, aunque solo sea por el
tiempo entregado a ellas. La gran incógnita es cómo un tipo como Rubiales,
viniendo de donde viene y pese a tener los apoyos que creyó que tenía en La
Moncloa, se llegó a sentir tan impune y, lo que es peor, tan sabio en sus
tejemanejes. Seguro que se vio en la boda del alcalde Almeida antes de que éste
y Teresa Urquijo se conocieran, incluso, obviando que como presidente de la
RFEF, no, pero como jefe de Estado, ya puedes robarnos a todas a manos llenas,
que tu trono para bodas te estará esperando en Madrid bajo palio. Qué bochorno.
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